lunes, 7 de septiembre de 2015

RESEÑA: Relatos de balseros de los ríos San Pedro y Calle Calle (2014)

Relatos de balseros de los ríos San Pedro y Calle Calle
Leonardo Moya López – Nelson Vásquez Díaz
Serifa Ediciones, 2014. (2° edición)
222 Páginas.

Por Gonzalo Schwenke
 

Tránsito histórico sobre los balseros en la zona maderera de Chile.-


Desde hace algunos años, se ha instaurado la idea de que el pasado y el presente chileno está constituido por la clase trabajadora, quienes tienen en sus manos el progreso. Esto se contrapone, con otros estudios de la historia que declaran que la administración del desarrollo ha sido concebida por la visión de las grandes firmas empresariales. Con este modelo de estudio, los profesores Leonardo Moya y Nelson Vásquez trabajan bajo el precepto de “la Historia trabaja sobre la base de acontecimientos concretos y no sobre supuestos”, desligándose de inmediato de cualquier ficción histórica, para eso utilizan una serie de recursos para contar la historia de los balseros, tales como el rescate de la memoria mediante entrevistas a los últimos trabajadores del sector, la búsqueda de documentos, fotografías, estadísticas, así como la reconstrucción de las balsas que transportaban madera por el agua.

Relatos de balseros…, es un libro que visita la industria artesanal de la forestación del árbol nativo durante el período comprendido entre 1930-1960. Un trabajo que exigía dedicación y destreza, porque había que maniobrar varias balsas a través de los ríos y este viaje se realizaba durante el período invernal. Es así que, describen múltiples situaciones que tienen que ver con lo referido al trabajo, la familia, el trato entre colegas y empleadores, los períodos altos y bajos. Lo anterior, nos permite conocer la calidad de individuos que luego forjarían la hazaña del Riñihuazo, un tipo de varón con ciertas características que debió afrontar la precariedad de las condiciones climáticas y naturales de alta peligrosidad, como describe uno de los balseros entrevistados: “muchas veces llegaban bebidos o con su botella bajo el brazo para combatir el frío, porque tenían que tomar, tenían que tomar obligados, si llegaban muertos de frío oiga, era terrible”.

El empleo de balseros no sólo se sucedió en la zona de Valdivia, también existieron estas prácticas en otras latitudes, tanto en el río Paive en Italia, en el río Mississippi en EE.UU., en el río Sinú de Colombia y en ríos de España, pero cada una de estas faenas finalizaron cuando la modernización invadió las zonas de producción.

Algunas conclusiones que presenta el libro, son el paulatino agotamiento del recurso maderero en la zona, que con el terremoto del 60’ fue el punto final para los balseros, debido a que el terreno de los ríos fue modificado radicalmente, lo que imposibilitó su navegación. Pero también se expresa, que la mejora de otras vías de comunicación, las leyes sobre la protección de los bosques nativos y la modernización de la industria forestal, estaba provocando que el transporte de la madera en balsa comenzara a naufragar.


Este libro no es un conjunto de relatos literarios sino un estudio exhaustivo sobre la labor de los balseros en la zona maderera, por lo tanto, mantiene un análisis de precisión con algunos tecnicismos en busca de validez académica, construyendo un texto de carácter consultivo y documentado. En el mismo sentido, esta rigurosidad permite situar claramente cada aspecto de la cotidianeidad de la faena que viajaba sobre los ríos, con lo cual, el lector quedará conforme con los testimonios entregados por sus protagonistas y por las fuentes que lo ligan a los museos locales.

miércoles, 8 de julio de 2015

Crítica: "En salsa verde" (2012)

"En Salsa Verde"
Iván Espinoza Riesco (Santiago, 1955)
Valdivia Ediciones, 2012.
129 Páginas.

Por Gonzalo Schwenke

Anecdotario de cuarteles policiales.

En Chile, los jubilados comienzan a ser una fuerza política cada vez más pronunciada, ellos concilian los recuerdos en los parques y plazas públicas, dan paso a los recuerdos de su corta juventud. Es así, que comienzan a plasmar en libros sus memorias. Algunos los incentivan a jugar a la literatura, sin tener las capacidades ni las responsabilidades que proveen el fondo y la forma de la escritura. Tanto narradores como poetas, creen y expresan sin tapujos, que la escritura es más o menos un acto místico para liberar tensiones, como si la literatura fuese un ejercicio cotidiano como tirarse pedos y no un desarrollo de creatividad literaria. Tal es el caso de Iván Espinoza Riesco (1955), ganador del CONARTE (2012), con el libro de cuentos “En Salsa Verde” (Valdivia Ediciones, 2012). Este es el cuarto título del autor, donde se exhibe la experiencia de un hombre que, después del fracaso universitario, se reinventa al interior de los cuarteles policiales como un efectivo de carabineros que se enfrenta a su condición de subalterno, a los ajustes de cuentas entre funcionarios, a la arbitrariedad de los rangos medios y a la modernidad.

A lo largo de diez cuentos, observamos un narrador protagonista encarnado en el hombre que ingresa a la formación y al campo laboral como efectivo policial. En estos cuentos, se pretende mostrar que cumplir con el trabajo es cumplir con las órdenes del superior, o ejecutar debidamente el proceso de detención y en los que también el delincuente, es ajusticiado por la fuerza pública durante los vacíos del procedimiento. Tal como ocurre en “el callejón oscuro”, que muestra la sensibilidad del narrador bajo el uniforme, que se ve obligado a formar parte del apremio ilegítimo sobre un delincuente acusado de robo en hogar habitado. O “Tarumán”, un relato sobre un anciano acusado de abusos deshonestos por parte de sus familiares, mientras que en el intertanto, la condena es ejercida por carabineros a la espera de un dictamen de las leyes en el lugar que corresponda.

Los personajes que transitan en los cuentos son muchas veces descritos por sus rasgos y defectos, dando cuenta que el narrador parece sentirse bastante cómodo en repetir los estereotipos de índole peyorativos, lo que pavimenta el camino para que los lectores vivan de los clichés y de las frases precocidas. En este punto, el narrador es el resto de moralina pacata, que hace de juez y testigo durante toda la publicación, que revela el abuso de recursos que ocurre dentro la institución, pero también, se hace parte al reproducir las diferencias sociales expuestos en los diálogos, como por ejemplo en el cuento “el Teniente Barril”. Un largo registro de anécdotas, en el que se acentúan los personajes basados en el oportunismo y en las desgracias que suceden en la Regional de Telecomunicaciones. O en “Trámites” (cuento finalista de concurso), donde se relata el cambio radical de vida de un efectivo policial al ser trasladado con toda su familia de la provincia a la capital, debido a necesidades de la institución.

Publicar este tipo de libros, donde hacer memoria se confunde con la buena literatura, se está haciendo costumbre en los anaqueles de la ciudad. Preferible sería que estos volúmenes estuviesen dispuestos en las memorias familiares o en las jubilaciones de los particulares, dada la carencia sustancial de habilidades narrativas en su exposición.

Determinamos, que la lectura de “En Salsa Verde”, no contiene un ápice de transformación literaria, sino que es un libro más, un aporte efímero a la ya alicaída literatura valdiviana: sus cuentos destacan por la omisión de finales, lo que representa una ausencia en la revisión literaria. Sin embargo, tal como dice su autor, este libro cumple con “enganchar dando un golpe de vista al lector”, porque hasta la edición de texto contiene errores.

miércoles, 17 de junio de 2015

Crítica: "Antecesor" (2014)

Antecesor
Rodrigo Torres (Santiago, 1984)
Librosdementira Ediciones, 2014.
129 Páginas.

Por Gonzalo Schwenke



Rodrigo Torres nos presenta su primer libro, un volumen de cuentos con historias entretenidas que apelan a la emotividad del lector y ponen en escena una sociedad sumida en la rutina. Los personajes, presentados como individuos desolados por una modernidad omnipresente, acarrean conflictos casi tan trágicos y desafortunados como los que uno podría ver simbolizados en la pintura Los trabajadores de Munch.

Son ocho cuentos en los que se despliega una serie de dicotomías: éxito y fracaso, miseria y dinero, fetiches de clase y distinción. Las historias destacan por su expresividad y su prosa fluida, siendo Antecesor y 17 de octubre son las historias mejor logradas. Los restantes se ubican un escalón más abajo, pues evidencian falta de precisión o pulcritud ya sea en el inicio o en el cierre. Por otra parte, en algo que resulta paradigmático a lo largo del conjunto, aquí no opera la lógica de la redención sino que sobresale un enfoque particular donde la certidumbre es asociada a lo desalentador y lo desdichado; una necesidad de vida. Lamentablemente, el autor mecaniza el flashback en la mayoría de los relatos como principal técnica. El abuso de este recurso atenta contra una mayor dinámica de los textos, pero ayuda a establecer a la memoria como el factor común del devenir de los protagonistas de estos relatos.

Así las cosas, el cuento que abre el libro, Antecesor, muestra un drama familiar sin cebolla, un proceso cruento de construcciones narrativas donde el talismán hará la diferencia entre memoria y realidad. En 17 de octubre, una pareja de rockeros en decadencia hace frente a la escasez y a la infidelidad, después de una efímera abundancia. Luego sigue La entrevista: un cesante en busca de trabajo desea mandar todo a la punta del cerro, mientras no sea a él, encontrando su realización en el otro. En Malas juntas, un artesano se reencuentra con su excompañera de antropología y recuerdan sus amoríos en la universidad. Mientras que en Cacaraco y la teoría del no cambio, el éxito y el fracaso en la vida de los personajes da curso a un encuentro significativo que revelará conflictos del pasado. Por su parte, en El canto del zorzal, Francisco y su madre hallan un pichón en el patio de la casa, al que intentarán salvar develando los ecos de una compleja relación. En El ojo, la maldad, la infancia y el juego adquieren insospechadas formas en las cicatrices de una pequeña comunidad. Por último, el libro cierra con Carnotauro: una pareja de paleontólogos junto a un estudiante vuelven al lugar del accidente mostrando las secuelas de una relación fatal.


A pesar de las debilidades mencionadas, Antecesor es un libro donde se desarrollan satisfactoriamente cuestiones mínimas: un relato bien contado es aquel que fluye por sí solo, con su propio ritmo, y muestra conflictos (in)verosímiles. Ahora bien, aparecer de manera prometedor en la escena literaria con un primer libro no es tan complicado, pero es aun más fácil estancarse en la segunda publicación. Dicho esto, Torres con su ópera prima ya ha alcanzado un punto de solvencia narrativa considerable, pero al que todavía le falta dar el salto definitivo, siempre y cuando no sea sumido por la condicionalidad de sus propios personajes.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Crítica: “Lo que una ama” (2013)

“Lo que una ama”
Salvador Young Araya (París, 1981)
Chancacazo Ediciones, 2013
270 Páginas.

Por Gonzalo Schwenke



Salvador Young Araya nos presenta su primera novela “Lo que una ama” (2013). 270 páginas de una narración formada por oraciones cortas, simples y calentadas al microondas, donde lo cool, la experimentación sexual y las drogas son las motivaciones centrales en la vida de casi todos los personajes y en todo el libro.

“Le gustaba sentirse ligera, no saber su destino. Nada estaba claro, le era difícil enfocar lo que veía: eso la motivaba aún más a vivir ese momento.” Estas breves líneas configuran lo que serán historias lesbieróticas que no poseen ni esfuerzo ni menos sudor por parte de su autor, y donde muestra ausencia de capacidades mínimas en el quehacer del relato, asistimos a orgasmos friolentos, ajenos a los personajes y gozos condenados por su rápida finalización. Una oportunidad perdida por dar dignidad a las relaciones eróticas de un mismo género, tendremos que conformarnos con el intenso rosado de las relaciones eróticas en Corín Tellado.

El libro transita en la relación lésbica de Solana, una ABC1, santiaguina, y Madeleine, estudiante francesa durante una pasantía en Chile, que llega obnubilada por este país con luces de neón: el realismo mágico y lo exótico. La primera tiene un grupo de música electrónica: Depeche Love, grupo del orgullo glam-posmoderno, con el cual copian todas las nuevas tendencias de Europa y EE.UU., así, la lectura de estos movimientos provocará que los miembros de la banda quieran estar a la vanguardia musical y sexual entre todas las fans que llegan a sus fiestas. La segunda, deja a Carlos, su exnovio, deja de lado la Universidad para exigirle fidelidad y amor eterno a Solana. Carlos, en tanto, se dedica a llorar su desdichada vida, y cada vez que sea mencionado estará en depresión post-romance. Mientras que Auxiliadora, madre de Carlos, es el oído amigo donde convergen casi todos los problemas de Madeleine. Hacia la mitad del libro, nada ha cambiado y seguirán los problemas de locura sexual contra las riendas de la fidelidad y protocolo amoroso, aunque cada uno de los personajes haya tardado tanto en decidirse de su vida.

Si quería reflejar a la sociedad de transición en su primera novela, no otorgó una reflexión distinta que no sea la de un país exotizado para la calcomanía de álbum de Copa América Chile 2015. Llevar a cabo esta tarea, no solamente es socavar los estamentos sociales desde la clase dirigente solamente por una pataleta de niños malcriados sino que conlleva una problemática mucho más profunda donde es necesaria una reflexión menos ingenua de lo que se cree que se dice.

El libro es un desdichado intento por hacer justicia a los géneros en cuestión, situándolos en la rutina y la brevedad de sus actos medidos por capítulos. Su mérito es recoger el lenguaje callejero y simple, que le da un toque de realismo mágico a lo narrado, aún así, su redacción se hace tediosa con el pasar de las páginas. Escribir desde el tabú sexual, es un atractivo literario que permanentemente es desarrollado, desde la cursilería más pechoña hasta sus ribetes sadomasoquistas pero que siempre un acto de valentía. Que en este caso, nunca se desarrolló satisfactoriamente sino lo que salió en el fluir de conciencia.


Safo, sacúdete en tu cripta.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Crítica: “El número Kaifman” o la escritura esotérica (2006)

“El número Kaifman” o la escritura esotérica
Fernando Ortega (Victoria, 1974)
Planeta Ediciones, 2006.
291 páginas.

Por Gonzalo Schwenke
 
"Nunca me gustó como quedó el original" Francisco Ortega.-
  “El número Kaifman” (2006), es la historia sobre tractores Lanz de posguerra en la Patagonia chileno-argentina, en ella, se conjugará la conspiración entre el pasado con las respuestas que puedan dar manuscritos de una dinastía al cuidado del imaginario de la “Isla Friendship” y la “Ciudad de los Césares”. Un relato de lo oculto y esoterismo nazi, donde Paul Kaifman tiene que desmarañar la nebulosa,– pese a que es un escritor fáctico y analista del estado de las cosas— es un dado totalmente manipulado por una doble agente: Sarah Lieberman. Ambos irán, pero con intereses particulares, en busca de respuestas al asesinato Samuel Levy Kaifman, a los hielos patagónicos.

La escritura de Ortega no tiene un ápice de narrativa. ¿Qué va a narrar?, nos está reportando sobre la historia y lo que acontece con sus personajes. Dicha ausencia procede principalmente, en otorgar acción a la historia y no al ambiente sicológico de los personajes. Por lo que, sustancialmente cambia su lectura; de literatura a nota de entretención. Lo anterior se observa en el agudo análisis del autor, al caracterizar a los personajes mediante adjetivos genéricos y de dominio público: Un sujeto nervioso y buena persona, la mejor combinación del mundo.” (43). Tal es la pobreza intelectual que Julio Verne tiembla (?), porque el ambiente en que configura los escenarios es escueto, pálido y confusoJunio en Santiago suele ser cansado y triste. Cielos nublados, fondos fríos, silencios grises, la más exacta de las ecuaciones invernales” (75). Para rematar, el libro contiene problemas de redacción básicos.

Este libro es una simulación de revistas de misterios, en que la información sobre alemanes en los campos del sur de Chile estaría mejor expuesta en el reportaje del diario. En términos simples, esta novela está desarrollada para quienes tragan manjar sin degustar su espesor ni su contenido, sólo engullen. Un peligro latente.

jueves, 14 de mayo de 2015

Crítica: “El Sátiro” o los hombres no lloran

“El Sátiro” o los hombres no lloran
Martin Muñoz Kaiser (Valparaíso, 1980)
Austrobórea Ediciones, 2015.
150 páginas.

Por Gonzalo Schwenke

Novela Porno-Existencialista

De la línea de narrativas eróticas conocemos una aceptable variedad de escritores que se vieron obligados a utilizar máscaras para proteger sus vidas delante de una sociedad moralizante y de estructuras inquisitivas. Quienes se confrontaron a ella, fueron castigados. Todos estos libros sortearon la censura de su época, y distribuidos bajo el manto del escándalo, cambiaron una serie de elementos que ya pertenecían con anterioridad al tabú y ampliaron las normas mediante la obscenidad del lenguaje: lo que era “hacer el amor” en follar y culiar; lo que era “ardor” en calentura, y toda la gama de palabras que combaten día a día el pragmatismo del lenguaje victoriano.

“El sátiro”, novela porno-existencialista, surge de la idea de hacer un trío concebido por Néstor, su esposa y la scort con el pretexto de abrir el apetito sexual en un alicaído matrimonio. A partir de allí, el protagonista está construido con elementos que redundan en el melodrama de lo pusilánime, el fracaso matrimonial y la excesiva rutina que acosa a Néstor. Pese al desánimo, el sexo es su talento escondido que desarrollará con mujeres liberales y con dinero, quienes inquietarán el pasado de Néstor.

La única forma de hacerle justicia a los géneros menores es no subiéndoles el pelo. En este mismo ámbito, la sección erótica —que es como, la venden primero—, es un subgénero preferente y predominantemente para hombres, cumple con casi todos los fetiches de la novela; un varón que dura tres horas de sexo ininterrumpido demostrando gran talento, dos mujeres que dejan de lado al varón, o nuestro varón que utiliza sus manos en la intimidad de la dama, mientras ella grita con indefinibles gemidos pero que, en ningún momento, se devela el gozo de sus personajes, ni sus sentires ni menos sus exclamaciones. No hay nada más cansador que una novela erótica con una voz narrativa caracterizada por las formalidades de un lenguaje poco creíble, forzado y cursi, una voz que se apropia de cuerpos erotizados y los viste de un manto de adjetivos preciosos que no vienen al caso. Ahora bien, si la portada de la novela es una visualización sexual y estereotipada de las mujeres, ¿por qué en los capítulos siete y ocho se niega el relato de continuaciones de las relaciones eróticas?

Por otro lado, esta novela se vende como existencialista, que no es más que el viaje del personaje hacia el desengaño de su propio camino, confundida con un segmento de información requisada de los anaqueles e incrustadas en un diálogo aparentemente estático. Si bien, con Teodoro Angelopolous o Cristián Alberto Hoffman este recurso bien puede valer la pena, en los personajes femeninos (aparte del fetiche sexual) se muestran representadas maravillándose con el relato legendario, aconsejando sobre situaciones personales, etc.


El argumento se fortalece únicamente en el final de la novela y con el evidente fondo cebollín, adquirido en los extensos diálogos sentimentales, los que transformarán al personaje hacia un nuevo camino, que develará decisiones y que definirán a Néstor, como el protagonista de un talento oculto pero enajenado de lo que realmente es en su portada.

En definitiva, “el Sátiro” es un libro que le falta pulir su narrativa. Atreverse a escribir pornografía no es calentarse por lo que tu mujer no podrá hacerte sino alcanzar un nivel de transgresión que te distinga del resto y por demás, configurar políticamente el libro en la actualidad.

domingo, 10 de mayo de 2015

Conversatorio con el exPoeta José Ángel Cuevas

No podemos presentar a José Ángel Cuevas, sin considerar el significado de vivir el antes y el después del Golpe de Estado de 1973. Instante que resquebrajó los anhelos de miles de jóvenes en busca de un mundo más igualitario –y material histórico si se quiere decir—, en contraposición al mercantilismo actual. El cura Valente expresa El trauma del 11 en verso: “La razón que me parece más verosímil es ésta: bajo el trauma del 11 no pocos poetas de oposición -democrática o violenta- gritan, gesticulan, juzgan, amenazan; en suma, dramatizan, lo cual es muy explicable desde el punto de vista psicológico y político, pero fácilmente desfavorable desde el punto de vista de la poesía. En cambio, frente a hechos dramáticos, José Ángel Cuevas se las arregla socarronamente para no vociferar sino describir, y aun más, para no describir sino presentar (El Mercurio domingo 16 de agosto de 1987) Se observa que el crítico Valente colabora en su anhelo de evitar los gritos avasalladores sin embargo, el poeta que presentamos ha vociferado con recursos de estilo que no sólo él, sino Kiko Rojas, Tito Alvarado Gil, Beatriz, Angélica Selnik, y tantos otros quienes han sobrevivido a los militares y a la Alegría ya viene. De aquí en adelante se profundiza el spleen en la poética de Cuevas quedándose detenido para observar y mostrarnos cómo avanza el país hacia el neocolonialismo de la globalización: “El expoeta quiere reinsertarse en su pasado/ el pobre se metió a hacer profecías/ que no se cumplieron” (Cuevas 1994: 13). Ahora bien, no es la única voz que refleja la sociedad, Mauricio Redolés refleja 40 años de volteretas olímpicas como en “el vals de la tortura[1]” En el mismo sentido, en 1993, Schwenke & Nilo canta “Anda Un Pueblo”, canción que refleja el desmoronamiento del pueblo latente para dar paso al capitalismo, sin tener la menor medida reflexiva: “Anda un pueblo que quiere unirse, a la fuerza de gravedad/ Anda un pueblo desarraigado, es decir, sin tener raíz/ Anda un pueblo que se ha perdido, en la niebla de su ansiedad/ Anda un pueblo con sus heridas sin poderlas aún sanar.[2] (1993)

Cuadro Revolucionario
Situaciones ineludibles y que en este caso explican el avance de un exhablante, un exmilitante; un expoeta. Mención aparte, Bruno Serrano Ilabaca, sentado en esta mesa, que es parte de la misma revolución y con similares manifestaciones con Cuevas. El caso de Bruno, exGAP, es la de sobrevivir dentro del país roto, convivir con el sujeto en crisis que median en el intraexilio, espacio de búsqueda de un lugar en la escritura para vivir y donde hacer memoria. De esta manera, sumarse otras luchas que puedan resistir en el textoser las mismas luchas que el sujeto político luchó.

Observamos en la obra poética de Cuevas, la agonía del hombre frente a la modernidad, dicha sea de paso; la anulación de las esperanzas y la pérdida del proyecto político frente al desconcierto y paradojas del modelo liberal actual. Decepción en el territorio y de un pueblo que se ha transformado en masa convencida por el discurso oficial y publicitario. En sus versos da cuenta que ya no queda nada de pueblo, de lo colectivo, de lo humano y lo social, existe más resignación que manifestación. La mirada del pueblo queda suspendida en lo incierto, perdida entre las sombras, esta derrota deviene como resultante del avance de las fuerzas de comercialización, que se expresa en versos como: “Un pueblo vencido se merece estar a honorarios/ no tener previsión/ derecho a salud/ jubilación mínima/ un pueblo vencido no tiene derecho a nada / porque las leyes laborales les fueron requisadas y expropiadas. / Un pueblo vencido. / Sólo debe ser dócil. / Se lo merece.” (Cuevas 2012: 11)

Esta profunda decepción de la utopía derribada, la esperanza fracasada, la instalación del modelo y el posterior fortalecimiento del paradigma por parte de los examigos, del expartido y de los exmilitantes es el leitmotiv de José Ángel Cuevas en sus más de 20 obras publicadas. En ellas, hay un programa de análisis al transcurso histórico de la Alegría, al discurso menguante de “la medida de lo posible”, al carisma de Frei, al dedo hilarante de Lagos, a Bachelet, al desquicio republicano de Piñera y a Bachelet de nuevo. “Los vencedores vencieron al pueblo  unido/ El pueblo no luchó ese día (hubiera sido una masacre) los vencedores usaron a las ffaa” (Cuevas 2012: 84)

El choque cultural y el cambio de perspectiva entre el exiliado interior y el retornado desde las Europas, se muestra claramente en “Adiós muchedumbres” (1989), en donde el exiliado interior toma consciencia del profundo cambio del sujeto retornado, quien trae un escuálido progreso proveniente de las Europas, un modelo distinto cuando pregonaba en los cordones industriales: “Se echan un par de tallas/ hablan de almejas y corvinas/ de un supuesto Chile profundo pregunta el retornado/ el europeo/ cómo pude haber sido amigo de este concha de su madre/ dice B” (Cuevas 2005: 32)

A partir de allí, el que fue poeta, el que soñó con una sociedad más justa e igualitaria, pasó a ser la voz del colectivo quienes quedaron definitivamente en medio del desamparo y abandonados a sus nostalgias en el bar más cercano: “Nadie está tan solo/ como para no tener siempre/ a sus grandes amigos / del tiempo De La Subversión Generalizada (la derrota política.)” (Cuevas 1997:10)

Su propuesta es la voz de miles de albañiles, kiosqueros, profesores, mineros, costureras, empleados quienes participaron en el proyecto socialista, aferrándose al sueño del que fue y pudo ser, y más allá de la gesta de los mil días, fueron ellos, quienes se quedaron en el país a vivir la dictadura para luego sucumbir a la Alegría, abandonados a su suerte y expresados en versos como: “Gente que ha caído en una profunda depresión/ se perdieron como cuadros revolucionarios / al interior de sus mundos / ríos espesos y negros /duermen / duermen y no quieren despertar / o al revés sufren insomnios agudos.” (Cuevas 1997: 15)

Serán estos mismos cuadros revolucionarios diezmados por sus excorrelegionarios quienes darán cuenta “DE UN SUEÑO QUE SE DEBE RECORDAR” (Cuevas 2012: 65), porque a medida que la sociedad se individualiza, viven en sus autos cuadrados y sin casa, van olvidando, van mirando hacia arriba y no hacia atrás, no existe esperanza, no recordar ese pasado que constantemente se come la cola, y se aprende y se entiende menos “porque es así/ hay personas que ya no creen en Nada” (Cuevas 2012: 131)

Para concluir, cabe mencionar, cómo la voz del expoeta se anticipó a la actual crisis de credibilidad y de manejo político, hoy los exconcertacionistas perdieron, finalmente, su último bastión, los recuerdos de su épica (tortura, exilio, etc) al mendigarle al yerno de Pinochet. Más allá de lo que dictamine la justicia, es un apocalipsis político. Que se vayan todos en una frase en el aire, lo cual reviste un peligro. A río revuelto ganancia de pescadores. Y los pescadores son siempre los mismos, nosotros el pueblo somos los peces chicos.

Comuníquese, archívese, publíquese.


Bibliografía.
·         Cuevas, José Ángel. 1994. Proyecto de País. América del Sur Ediciones, Santiago de Chile.
·         Cuevas, José Ángel. 1997. Poesía de la Comisión Liquidadora. Lom Ediciones, Santiago de Chile.
·         Cuevas, José Ángel. 2005. Restaurant Chile (Antología 1979-2005) La Calabaza del Diablo Editorial, Santiago de Chile.
·         Cuevas, José Ángel. 2012. Poesía del American Bar. Hebra Editorial, Valparaíso, Chile.
·         Cuevas, José Ángel. 2012. Maquinaria Chile y otras escenas de poesía política. Lom Ediciones, Santiago de Chile.




[1] Mauricio Redolés. 2001. Track 11 “Vals de la tortura” Disco: Work In Progress.
[2] Schwenke & Nilo Vol. V. Track 7, “Anda Un Pueblo”  

domingo, 8 de marzo de 2015

ENSAYO: Hacia una identidad del niño huacho en la novela El roto (1920), de Joaquín Edwards Bello.


Por Gonzalo Schwenke

El roto (1920) es un documento de carácter naturalista, de observación y de compasión humana, que ha surgido como un reflejo del sadismo y de la crueldad nacional, donde hay que evaluar el momento histórico de dicha evaluación porque esta perspectiva se instala desde la lacra de la sociedad, en la miseria tanto física como moral de sus personajes. En este caso, el narrador nos introduce en la lección del robo callejero.

“Los niños no son agentes activos en la historia adulta”, es lo que señala el historiador Gabriel Salazar en su libro Ser niño “huacho” en la  historia de Chile (siglo XIX). Lo anterior da pie a un tema de relevancia tanto nacional como latinoamericano, y que se aboca principalmente, a la conformación de nuestra identidad nacional y a la valoración o no, del sujeto infantil ante los ojos del historiador. La acepción se transforma en realidad si analizamos la novela de Joaquín Edwards Bello, ya que los niños son parte de un todo, viven del robo y rondan el prostíbulo famoso llamado La Gloria. Estos niños que aparecen en la novela no tienen mayor educación de que la calle enseña, la viveza o el pillaje.

“Los chiquillos eran tres, igualmente sucios, de casposas pelambres, con pulseras de mugre en las piernas. Uno era débil y contrahecho, le llamaban Pata de Jaiva por tener los dedos de los pies abiertos y puntiagudos: otro, como de quince años, con costras en la cabeza, picado de viruelas; y por último uno chico, bien proporcionado, de facciones regulares, pero con la expresión torva y todas las marcas del vicio precoz.” (Edwards Bello, Joaquín 2007: 6)

Desde el punto de vista historiográfico, hemos conocido de los testimonios y documentos que en torno a la realidad nacional y latinoamericana se han escrito[1]. En este sentido, el concepto de identidad ha permitido describir y dimensionar el actuar de determinadas sociedades, considerando sus vivencias y sus momentos más importantes. Su construcción ha dependido mayoritariamente de una conciencia política e histórica, pero siempre considerando la visión del adulto y lo que éstos han fabricado a lo largo del tiempo.

Haciendo un breve recorrido en torno a la construcción de nuestra identidad tanto nacional como latinoamericana, podemos señalar que ésta tiene sus raíces en procesos sociales, políticos y culturales que han marcado algún grado de pauta. Señalo aquí, una serie de momentos históricos ampliamente compartidos y en cierta forma, homogéneos: La conquista, el periodo de la colonización, la independencia, la época de las dictaduras (y que se sucedieron en forma igualitaria para toda América Latina), etc. Eventos que han servido para, posteriormente, explicar la conformación y la cosmogonía de una sociedad en particular. Siempre, eso sí, sustentada bajo la mirada de lo que han hecho y construido los adultos y lo que la misma historiografía ha escrito de ellos.

Un claro ejemplo de lo preliminar, es la construcción de la identidad nacional mestiza, tanto masculina como femenina, desde una perspectiva simbólica: el Marianismo. Sonia Montecino (2007) se refiere a la imagen de la mujer y la del hombre latinoamericano, influenciada en gran parte, por la confrontación entre dominador y dominado en época de la Conquista. La mujer indígena, la ciudadana devota y pobre, llena de esperanzas a realizar ha de verse ampliamente identificada con la figura de la virgen María.

“En efecto, la niña de la vida en Chile, es un caso aparte. Algunas ocultaban sus nombres verdaderos y habían huido de su tierra para no manchar a la familia. Soportaban sin emoción la caída como soportarían en adelante los golpes y ultrajes, sin inmutarse, con el fatalismo indígena, hijo de la guerra apasionada de la conquista, la semiesclavitud de las encomiendas, los terremotos, inundaciones y saqueos. En sus rasgos llevaban impresa la historia violenta de la conquista y sumisión” (Edwards Bello, Joaquín 2007: 10)

Esto en el sentido que ha de criar a un hijo en completa soledad. El español, en su calidad de dominador, toma a la indígena como parte de su propiedad. De esta unión nace el niño “huacho”, principal sujeto que describe al hombre latinoamericano. Será un niño criado en completo abandono y que conllevará a ciertos patrones identitarios:

“La noción de huacho que se desprende de este modelo de identidad, de ser hijo o hija ilegítimos, gravitará en nuestras sociedades- por lo menos los datos para Chile así parecen indicarlo- hasta nuestros días. El problema de la ilegitimidad/ bastardía, atraviesa el orden social chileno transformándose en una ‘marca’ del sujeto en la historia nacional, estigma que continúa vigente en los códigos civiles” (Montecino, Sonia 2007: 50)

Es así como considerando la imagen de este “huacho”, se desprende un modelo de identidad. Una teoría que por lo demás, se sustenta a partir de un momento histórico y cultural que marca considerablemente la realidad de un país y de un territorio latinoamericano.

Sin embargo, hasta aquí no hay sino un intento de ensamblar una identidad ampliada de género: lo masculino y lo femenino. El niño que es abandonado, es quien luego crece con la conciencia de haber nacido en la ilegitimidad, aún así, el discurso historiográfico excluye la voz de ese huacho, omitiendo lo que piensa y siente respecto de ese duro porvenir.

Para el caso de Chile, el “huacho” ha de transformarse en ese símbolo identitario que para Salazar, se hace necesario rescatar. Esta ausencia, percibida en primera instancia como la ilegitimidad, es también símbolo de lo in-nombrado. El autor habla del drama de ese niño huacho y de cómo la historia pasa ante sus ojos sin ser considerada por nadie. Para Salazar, este aspecto se evidencia en la historia escrita. El historiador ha trabajado ignorando tanto la sensibilidad como el accionar de la población infantil, apreciando solamente a la masa adulta, como principales agentes sociales. Por otro lado, y haciendo hincapié en la óptica infantil, la historia también pareciera serles ajena. Lo que se escribe y se ha escrito, no es sino el intento por retratar una realidad inentendible o alejada de su mundo. Su cultura a partir de esa infancia, se sitúa en un polo completamente enajenado y diferente al del universo adulto e historiográfico. El autor además señala que “hacer historia de niños es, sobre todo, una cuestión de piel, de solidaridad, de convivencia, de ser uno mismo, más que de métodos y teorías. Se trata de `sentir´ la humanidad propia y convivir el ´sentir´ de esos niños.” (Salazar 2006: 92). Hay aquí un evidente llamado de atención, pues la historia del niño, a partir de la óptica del historiador, no ha sido lo sufrientemente contemplada y bien tratada.

Y en justificación de ese universo infantil que no ha tenido cabida en la conformación de la identidad nacional, también señala que  (…) La densa realidad social, cultural y política que satura la identidad de los padres tiende a ser filtrada por éstos, para exprimirles lo que debiera captar la pupila del niño, para dejar caer sobre él, gota a gota, la esencia pedagógica de esa realidad. (pág. 131) 

Desde esta perspectiva, la identidad nacional se torna más compleja de definir y delimitar. Tal como lo señala este autor, la historiografía debería ampliar ese campo de observaciones y ver hasta qué punto, el universo infantil aporta a la conformación de esta identidad ya más genérica.

Ahora bien, para adentrarse en el trabajo del historiador, habrá que considerar, probablemente, la ideología que éste proyecta, y por qué no, el grado de imaginación y conciencia en cuanto a los hechos relatados. A este punto, menciono el aporte de Benjamín Subercaseaux (1999), quién se refiere al modo en cómo es tratado el concepto de identidad, desde el punto de vista imaginario. El autor señala que hay quienes han manejado la idea de identidades culturales o nacionales como:

“algo carente de sustancia, como identidades meramente imaginarias o discursivas, como objetos creados por la manera en que la gente, y sobre todo, los intelectuales y los historiadores, hablan de ellos (…) Para los autores que sostienen esta postura de tinte postmoderno, la identidad es una construcción lingüístico-intelectual que adquiere la forma de un relato, en el cual se establecen acontecimientos fundadores (…) Los libros escolares, los museos, los rituales cívico-militares y los discursos políticos son los dispositivos con que se formula la identidad de cada nación y se consagra su retórica narrativa” (Subercaseaux, Benjamín 1999: 44-45).

De lo anterior, se concluye que para algunos, la identidad es una elaboración simbólica e intelectual. Y viéndolo desde esta perspectiva, también podría agregar que la tradición juega un rol esencial, en el sentido que se ha mantenido un carácter selectivo y muy limítrofe de información. Ningún libro de historia de Chile, ha basado su estudio netamente en la población infantil. El niño no es percibido como un sujeto, y se presenta, más bien, como un ser invisible y ajeno.

En tal caso, puede que esta invisibilidad, radique en ese temor o en ese pasado histórico recargado de olvido y lejanía. El “huacho” de algún modo, significa esa marca ausente que se manifiesta no sólo como representante de lo masculino, sino además como un problema, una búsqueda incesante al reconocimiento y a la posición activa en esa retórica narrativa.

En cuanto a ¿por qué se hace necesario revalorar la mirada y la posición del niño en la noción de identidad? Evidentemente, la necesidad radica en que los niños son el futuro, el porvenir y la nueva forma de vida. La exclusión de ese grupo es a la vez, excluir una verdad, un sentido ético de nacionalidad, una viva conciencia. La educación por su parte, debe comprometer a ese grupo en la acción de un país y viceversa. Y el historiador en tanto, debe llenar ese vacío.

Ahora bien, desde la óptica del niño y tratando un poco de expresar su visión de mundo, esa identidad, debería reflejar en cierta forma, una serie de rasgos compartidos con los otros niños del país. Como también clarificar, de qué forma la infancia vive su alteridad con la sociedad adulta y con la historia escrita. ¿Se sentirá identificado con aquella realidad nacional, muchas veces estudiada en la asignatura de historia o tal vez, vista en algún noticiero? ¿Cómo percibirá el discurso político de esos líderes nacionales? ¿Les llamará la atención? ¿Todos los niños sentirán el peso de la historia de la misma manera o vivirán en el completo limbo? 

Anteriormente, señalé el rol de la educación para tal caso. Ciertamente, el papel de la escuela y la forma de enseñar y de percibir la sicología infantil, influirán en gran medida, para que ese niño sea valorado y se valore como chileno. Aspecto que podrá notarse en la literatura leída, en los juegos, en la familia que le rodea, en los amigos, y por qué no decirlo, también en lo que recibe de los Medios de Comunicación. Por ejemplo, si un niño crece escuchando lecturas basadas en el entorno geográfico de nuestro país, con personajes típicos de nuestra idiosincrasia, es probable que cultive una conciencia más específica de lo que significa ser chileno. Al contrario de otro niño, que crezca viendo seriales de televisión extranjeras. O en el caso de los niños pertenecientes a sectores más populares, educados en establecimientos municipales, con múltiples problemas familiares (hacinamiento, drogadicción familiar, abandono), en contraposición al niño nacido con mejores comodidades y una mayor variedad de oportunidades, quienes son educados en Colegios privados y sectorizados, así también de una solvencia para sustentar estas posibilidades.

Claramente, aquí puede llegar a percibirse una diferencia en cuanto a la apreciación de esa identidad, sin embargo, ni siquiera está la tentativa por dilucidar ese fenómeno. La infancia es subestimada e ignorada y poco se hace por describirla. Hasta el momento, el intento por revalorar esa imagen del niño a partir del “huacho”, (para Salazar)  ha sido uno de los pocos momentos de análisis y reflexión. Interrogantes tales como, de qué manera vivieron los niños, por ejemplo, sucesos como la Independencia o el Golpe de Estado, o los testimonios ocultos tras el ensamblaje adulto, son los que han servido de motor a esta búsqueda que poco se ha notado. Sin embargo, el cuestionamiento está y la necesidad aún sigue vigente. Por el momento, no queda más que continuar escudriñando la historia de los adultos. Los niños, tendrán que seguir en la espera constante de esa extraña y aún vaga forma, de retratar nuestra identidad.

BIBLIOGRAFÍA:
·         EDWARDS BELLO, Joaquín. 2007. “El roto”. Ed. Universitaria. Santiago, Chile.
·         MONTECINO, Sonia. 2007. Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno. Cuarta edición ampliada y actualizada. Ediciones Catalonia. Santiago. Chile.
·      SALAZAR, Gabriel. 2006. Ser niño “huacho” en la historia de Chile (siglo XIX). Ediciones LOM. Santiago. Chile.
·         SUBERCASEAUX, Benjamín. 1999. Chile o una historia loca. LOM ediciones. Santiago, Chile.




[1] Véase los cuentos: “El matadero” de Esteban Echeverría  y “El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini, entre otros.-

martes, 3 de febrero de 2015

Crítica: El barco de los esqueletos (2014)

EL BARCO DE LOS ESQUELETOS
Oscar Barrientos (Punta Arenas, 1974)
Pehuén Ediciones, 2014.
62 páginas.


Por Gonzalo Schwenke





Óscar Barrientos Bradasic, nos presenta una crónica con voz de ensayo, que narra la historia del navío Marlborough, barco que se mantuvo errante durante veintitrés años en altamar y que en 1913, fue abordado por el navío inglés Johnson en el Estrecho de Magallanes. Aquellos marinos que subieron, informaron que encontraron diez cadáveres y uno de ellos sujeto al timón de la nave. Lógica o no, existen numerosos documentos y extraños sucesos ocurridos sobre barcos a la deriva y que son motivos para la creación literaria. Algunos de ellos, son mencionados y registrados en el texto de Barrientos; como la bitácora de viaje del capitán del barco Démeter, la leyenda del Caleuche, el barco maldito de S. T. Coleridge, leyendas del extremo austral de OrestePlath, las aventuras de Arthur Gordon Pym de E. A. Poe, entre otros textos, que el autor se sirve para dar referencialidad al insólito caso del Marlborough.

Sin embargo, la cantidad de elementos citados hacen un flaco favor a la historia, puesto que nunca logra progresar, reiterando los sucesos literarios y no utilizando estrategiastales como el formato de carta de navegación o la bitácora, los cuales abrirían un campo novedoso para el lector.Así mismo, el libro quiere llegar a serun diccionario de consulta sobre accidentes náuticos para quien esté interesado en este tipo de literatura o que bien puede tratar estos temas con un asiduo navegante en el bar más cercano del puerto.

Así, de lo poco bueno. Se instala en la medianía del texto una aguda reflexión acerca del olvido de quienes perecieron sin justicia en este país cadavérico, donde la neblina que acompaña al barco errante simula el desvanecimiento de la memoria —no basta con el registro documentado—, porque quienes vivenciaron la tragedia, con sus muertes se va diluyendo parte del testimonio que sustenta este país lleno de cuerpos errantes: “los barcos fantasmas traen y llevan en su deriva nocturna el mensaje de la memoria, recuerdan con su sortilegio que el pasado aún ejerce su ministerio en las aguas, un imperio de sal y neblina.”


En consecuencia, “el barco de los esqueletos” es un libro totalmente olvidable. Su crónica se basa en hacer un almanaque literario sobre tragedias marítimas, por lo que su lectura es soporífera ya que nunca termina de afirmarse ni tampoco desarrollar, en algún grado la tensionalidad propia de la narración, sino que opta por limitarse a informar y a reportear una historia documentada que a medida que desaparecen los testigos, se convierte en leyenda.