miércoles, 24 de enero de 2024

Crítica de Cine| Los Colonos: El silencio de la prosperidad.

 


Imágenes históricas sobre ciudades patagónicas teñidas con un suave rojo y acompañados

por el tema “Husch-a-bye” de Víctor Jara y Quilapayún del disco “Canciones folclóricas de

América” (1967) dan cuenta que la prosperidad, representado en el tren marchando

por la pampa, es un paraje de tupidos silencios que comprende la pérdida de otras maneras de vida.

El filme inicia con un grupo de peones construyendo una cerca, uno de ellos pierde el brazo y el capataz asesina al trabajador porque considera que es un jornalero menos. Los colonos (2023) dirigida por Felipe Gálvez Haberle y guion de Antonia Girardi, coloca al espectador en los albores del primer centenario de la República de Chile donde los hacendados son dioses y jueces de la vastedad del territorio y sus habitantes.

Tres jinetes son contratados por el terrateniente José Menéndez (Alfredo Castro) para hacer un corredor seguro que llegue del Pacífico al Atlántico para sus ovejas y borrar del campo cualquier vestigio de los onas. Mientras los indígenas ven desaparecer a los guanacos, estos comenzaron a cazar las ovejas de los estancieros traspasando los límites. Estas tensiones que parecen tenues son el fundamento de la película.

El que dirige la marcha es el teniente MacLennan (Mark Stanley), seguido por el mercenario norteamericano Bill (Benjamin Westfall) y el chileno mestizo Segundo (Camilo Arancibia). Ellos participarán del proceso de delimitación chileno-argentino, tendrán un tenso y encantador encuentro con el coronel Martin y protagonizarán el genocidio al pueblo Selk’nam.

Utilizando el plano general para mostrar el formidable paisaje patagónico donde se desarrolla la historia, es común observar un primerísimo primer plano del rostro de Segundo que muestra el sentir a través de sus ojos, tal como se lo pidieron a Omar Sharif cuando personificó al Dr. Zhivago (1965). De igual modo, la relación del mestizo oriundo de Chiloé con la naturaleza es portentosa es sumamente portentosa; no solamente hay una relación con el caballo, sino también, por su modo de pescar, se hace uno con el medio. No así el teniente McLennan que considera que el equino es solamente un instrumento al que después de muerto todavía se le puede sacar provecho. Aquí es interesante dejar instalada la pregunta de quién es el bárbaro y bajo qué tipo de perspectivas.

Este western habla de las condiciones humanas, sociales y políticas de la nación presentes en la dureza, la desolación y el aislamiento de la civilización en el extremo sur. Es común vincular este género porque suelen promocionar la competencia de los personajes con balas, el juego, la bebida y la masculinidad hormonal entre hombres. Además, últimamente han emergido otras ampliaciones de este tipo de cine. Asimismo que la reseñada, tanto “Extraña forma de vida” (2023) de Pedro Almodóvar como “Power of the Dog” (2021) de Jane Campion, en base a lo mencionado, se arriesgan a visibilizar que el gusto entre hombres se puede descubrir como un gusto superior y depurado.

Las figuras de la sociedad que se visualizan están encarnadas en el sacerdote católico (Dios), la hija (fecundidad) y el patrón (controlador económico y político). Esta trinidad constituye una estructura de la mafia, respaldada por los comodatos del gobierno de turno, o así nos lo quiere dejar en claro Gálvez y Girardi. A su vez, Vicuña (Marcelo Alonso) en calidad de funcionario del gobierno de Pedro Montt Montt está en misión de la integración del país, en lo posible por medios pacíficos o armónicos, más que hacer algún tipo de justicia.

Me encanta recomendar una cinta donde lo técnico está supeditado a invertir lo concebible y denunciar el colonialismo higienizado cuando hacen desaparecer al eslabón más débil y pacífico, con escenas cruentas pero sin caer en lo enfermizo. Los colonos (2023) demuestra que el testimonio, la memoria y la escritura siguen prevaleciendo como una forma histórica de leernos como chilenos.


Ficha técnica

Título Original: Los colonos
Dirección: Felipe Gálvez
Guion: Felipe Gálvez Haberle, Antonia Girardi
Fotografía: Simone D’Arcangelo
Edición: Matthieu Taponier
Música: Harry Allouche
Intérpretes: Alfredo Castro, Camilo Arencibia, Mark Stanley,  Benjamín Westfall, Marcelo Alonso, Mariano Llinás, Luis Machín
Productora: Don Quijote Films, Rei Cine, Snowglobe Films
Distribuidora: Cinecolor films
País(es): Chile, Argentina, Dinamarca, Francia, Reino Unido
Idioma Original: Español
Duración: 97 min.
Año: 2023.-



jueves, 18 de enero de 2024

Tejido conectivo líquido (2023): un formato híbrido sobre la menstruación.

Fotografía, Faviola Pontigo.


 Valdivia es una ciudad creativa. Qué duda cabe. En el ámbito académico y artístico, emerge una intelligentsia, un grupo de intelectuales que se abren camino entre la universidad, lo performático, lo literario y lo experimental. Ello no está sujeto bajo lógicas comerciales, y en parte, explica los bajos tirajes numerados y la necesidad de otras lógicas de financiamiento.

Tejido conectivo líquido (2023) es un trabajo multidisciplinario de investigación y práctica artística sobre la menstruación, curado por Daniela Hermosilla y publicado en formato libro por Tinta Negra microeditorial. En el volumen participan las autoras Valentina Inostroza Bravo, Martina Pedreros Rodríguez y Estela Morales García que despliegan formas de trabajos sobre el periodo. Ellas conversan, comparten experiencias y afectos, trabajan en stencil con sangre menstrual y con toallas higiénicas, preparan videoperformance y fotoperformance, cadáveres exquisitos, realizan hematotecas, desarrollan escritura y pintura con sangre menstrual sobre papel de acuarela, colaboran con recetas de tintas menstruales en serigrafía, cosechan la sangre menstruante, la deshidratadan y guardan en frascos sellados con lacre, realizan intervenciones gráficas en colegios.

Hay que precisar que esta obra no constituye narrativa por lo tanto no hay un narrador, ni extensos modos de contar, tampoco se evidencia una baja calidad, sino que es un formato híbrido que combina imágenes, registros, instrucciones, recetas, entre otros. Diversos registros que sin dejar de lado el espesor teórico feminista se inmiscuye como una práctica de asociación. A saber, se muestran 29 referencias (y más) en torno a la temática de la menstruación y lo femenino: las artistas Constanza Rutherford, Constanza Moya, Cooperativa de Artistas Menstruantes, Rupi Kaur, Cecilia Vicuña, Jen, Lewis, Nina Gallardo, Colectivo Gynepunk, entre muchas otras. 

Las autoras consideran que el hecho de menstruar ha sido un acto que socialmente genera repudio, resquemores y negaciones. Desde esta asertividad, elaboran una subversión de lo despreciable y se transforman en una zona de invención donde se integra la formación, la aceptación de este tabú y los sentimientos. Es decir, la problematización del sangrado femenino es reconocerse en lo biográfico y colectivamente para ponderar perspectivas y deseos imaginativos.

El ensayo “Menstruación y el tiempo intuitivo” de M.P.R. identifica cuestionamientos sobre los ciclos económicos, humanos, occidentales dado que la ordenanza está situada por sujetos masculinos que han armado una maquinaria transversal basada en el neoliberalismo. Así, la autora señala “el tiempo es un recurso del cuerpo como vehículo codificador” debido a que este ha sido colonizado, entendiéndose como un imperativo monetario, y que no estaría vinculado con el ciclo de la naturaleza. O sea, el ciclo menstrual está íntimamente ligado a las fases de la luna, a diferencia del calendario Gregoriano diseñado por hombres que tienen como finalidad organizar la capacidad productiva de las estaciones.

En estas 92 páginas, el libro está fabricado en base a una estética de la menstruación, donde el color rojo impreso en offset no es homogéneo y que contiene manchas irregulares. De igual modo, el interior donde se combinan apuntes de cuadernos y citas en tipos de letras Carol Gothic y Baskerville Display, además de las imágenes y fotografías impresas en color rojo.

Tejido conectivo líquido (2023) es un buen ejemplo de cómo realizar un trabajo colectivo, abordar temas marginados, investigar la menstruación, hacer de ello un acto de resistencia reflexiva y, posteriormente, llevarlo a la práctica artística rompiendo paradigmas instalados. Así, la teoría y la estética no tiene una forma pasiva de ingresar a la literatura, sino más bien como género híbrido (palimpsesto), de múltiples significados y que no deja de ser complementario a otras consideraciones. Bajo la premisa anterior, esta publicación tanto por el tema como en el método de trabajo permite que se sitúe como uno de los libros más relevantes del 2023.


Tejido conectivo líquido

Varias autoras

Tinta Negra Microeditorial, Valdivia.

92 páginas

2023


Fotografía: Faviola Pontigo.



Yawar Chicha (2022): la cumbia chicha que se lee en las murallas de Santiago.




 La música chicha en Chile tiene su demostración más evidente en los carteles pegados en los muros de las avenidas de Recoleta, Independencia, Quinta Normal y Santiago centro. En ellos, observamos la visita de grupos de música tropical oriundos de distintas zonas del país norteño. De acuerdo a los anuncios de los eventos, se observa un débil vínculo entre la música chilena y peruana, tampoco este tipo de canciones se escuchan por las radios o por caminos masivos, si no son cover, no comparten escenarios. Así, este tipo de música la consideramos música migrante y de periferia.

Alfredo Villar (Lima, 1971) ofrece Yawar Chicha. Los ríos profundos de la música tropical peruana (Cúpula, 2022). Una investigación sobre los orígenes modernos de la cumbia chicha en el Perú y que dialoga con uno de los libros fundamentales del vecino país: “los ríos profundos” de José María Arguedas. El concepto de “lo chicha” es un tipo de música tropical que ha estado permanentemente situado con lo marginal, asociado -señala el autor- al caos y a la informalidad, a la falta de normas y a la transgresión. Es decir, para comprender lo que significa “lo chicha” lo podemos graficar como el mismo fenómeno que pasó la cumbia villera en Chile durante la década del dos mil, cuando aquello era graficado como “lo flaite” y “lo picante”.

En los cinco capítulos: Vereda tropical (1951-1968), ¡¡¡Cumbianrol!!! (1968-1974), Muchachos provincianos (1974-1988), Tecnoschocks (1988-2001) y El baile de los que aman (2001-2022), se despliega con conocimiento sobre el estado del arte de esta cumbia y que se desarrolla a la par de la industria cultural y política de la nación.

En el primero, la influencia de la música cubana interviene en los salones de baile donde imperaba la música norteamericana con nuevos ritmos como el son, la rumba, la guajira, la conga y la guaracha en los años cincuenta. En la era de las grandes orquestas se destaca la sonora de Luis Macedo, quienes grabaron temas que mezclaban el swing, el jazz, la cumbia y música de lo más variado. En los años venideros, la política cultural estadounidense detiene el influjo de la música cubana, por lo que, la música peruana transita en una hibridez que comprende: por un lado, el jazz, el swing, el foxtrot hasta el rocandroll; en la división folclórica, el huayno, los valses y las polkas; y la tercera parte, los mencionados guaracha, mambo y el son. También se suma el ingreso de músicos inmigrantes quienes colaboran en el medio para que aparezcan sonidos masivos (1967 y 1968), un fenómeno que combina guitarra eléctrica, rítmica tropical y mestizaje andino, y que se sintetizan en el tema musical “arre caballito” de Manzanita y su conjunto

En ¡¡¡Cumbianrol!!! (1968-1974), el autor sitúa a los grupos Manzanita y Los Destellos como iniciadores de una revolución cultural al situar a la cumbia como género que absorbía todas las influencias musicales foráneas. Es decir, la exploración de sonidos de la guitarra eléctrica permitió que ambos conjuntos desarrollen una particular forma creativa de mezclar los estilos. De esta manera, en esta etapa emerge una industria cultural que los acoge, los distribuye y los difunde mediante las disqueras Sono Radio, FTA, Dinsa e Iempsa. Así, con un circuito musical también proliferan nuevas bandas con sonidos provenientes de la zona amazónica y selvática: Los Maraví, Juaneco y su Combo, Los Teddy’s, Los Roger’s y Los Wembler’s, entre otros.

En Muchachos provincianos (1974-1988), marca una época donde Chacalon y compañía representa la música tropical más rockera, más curtido y marginal de la década del ochenta, principalmente por el dominio de masas dado que comprendía a los espectadores al verse reflejado en ellos su procedencia y lugar de crianza. De igual forma con temas musicales que combinan letras crudas y románticas lo que terminaría de forjar la leyenda del cantante. Los Shapis serán la cumbia nostálgica y de la esperanza, ya que reflejan y le canta a la migración campo-ciudad y a los obreros, apelan a la simpatía y a la ilusión que mediante un pequeño trabajo poder tener un espacio en la urbe. Esta última agrupación amasaría una fama y éxitos sin precedentes llenando dos veces el estadio de Alianza de Lima y participando de una película siendo éxito de taquilla. Lo mismo sucedería con otra banda que alcanzaría popularidad y reinado: Vico y el grupo Karicia. Otro de las emergencias relevante de la década es la de Milagros Soto Riva, la figura de la “Princesita Mily” con canciones “El Teléfono”, “Jamás” o “La Ciega” sería importante debido a la sensibilidad femenina derivada en cumbia pop y romántica.

En la etapa Tecnoschocks (1988-2001), sucede que los grupos que predominaban la década anterior comienzan a desaparecer, Chacalón fallece en 1994 y comienzan las migraciones. La televisión y la radio exhiben el espectáculo de mostrar mujeres ligeras de ropa y mostrando los planos cerrados de carnes prominentes. Frente a ello, se destacan dos agrupaciones como Aguamarina con el sonido “tecnocumbia”, porque “más allá del uso de sintetizadores electrónicas en la música (...) es la refinada instrumentación , los delicados arreglos pop, la melódica vocalización, la búsqueda de letras cargadas de auténtico romanticismo y poesía popular”, destaca Alfredo Villar. Por otro lado, aparece Armonía 10, quien explota la sensualidad y sexualidad de la cumbia, debido a que amplía los registros posibles pasando por el sanjuanito ecuatoriano, la ranchera mexicana, la balada latina y la música popular norteña y selvática. Ambos grupos revitalizan la escena de la cumbia y la industria cultural utiliza estas influencias musicales mostrando por los medios de comunicación cumbia chicha y promoviendo el sexismo. Mientras sucedía esto en la capital limeña, en los alrededores se hacen conocidas voces femeninas influenciadas por la argentina Gilda: Rossy War y Ada son dos ejemplos del reinado de la tecnocumbia. La primera hará un cover de “Como la flor” con la interpretación pasional, áspera y ruda; mientras que la segunda, la figura trasandina sería la figura a seguir y por ello, canta versiones de canciones de la autora de “no me arrepiento de este amor” utilizando un registro vocal ligado a la delicadeza y lo sensual.

El baile de los que aman (2001-2022) se afirma que el público era irregular pero que tenían a Armonía 10 y Aguamarina como bandas predilectas. Por tal motivo, los nuevos grupos de esta etapa encontraban cierto nivel de resistencia por hacerse un lugar en Lima. Sin embargo, un puñado de grupos como Grupo 5, Caribeños del Guadalupe, Corazón Serrano, entre otros sí cumplirían el objetivo.

Yawar Chicha. Los ríos profundos de la música tropical peruana (Cúpula, 2022) instala un estado de la situación sobre la cumbia chicha que busca revitalizar frente a la denostación de la sociedad del espectáculo, la industria cultural y la maquinaria política. Y es que las influencias musicales foráneas han sido adaptadas por músicos tan diversos como diversos son los sectores del desaparecido imperio Inca. Así, esta cumbia híbrida es parte de un imaginario popular de largo aliento que Villar registra como parte de la identidad peruana y que están presentes en las calles de Santiago.


Yawar Chicha. Los ríos profundos de la música tropical peruana

Alfredo Villar

Editorial Cúpula, 2022

152 páginas.





El que se oculta en la oscuridad y otros relatos (2021) de Efraín Miranda Cárdenas: Menjunje de lo macabro.



El segundo volumen de relatos de Efraín Miranda Cárdenas (La Unión, 1985), El que se oculta en la oscuridad y otros relatos (2021) tiene la sutileza de referenciar la obra de H.P Lovecraft: “El que susurra en la oscuridad y otros relatos del ciclo blasfemo de Cthulhu”. Con dicha inventiva, Miranda Cárdenas construye un protagonista que supone tener una cosa secreta y recóndita que hospeda a un tipo de deidad antigua llamada Arz Ylel. El acto de reflejar lo humano y lo horroroso radica en quien escribe: “existe algo como yo, un ser impaciente y maligno (...) sé que se trata de una sola entidad; su rostro es el mío propio” (16). Por siglos esta divinidad ha dormido en un libro de culto de cubierta de cuero rojo y un símbolo circular en la tapa que representa el conocimiento prohibido y ha llegado a la comuna de La Unión.

Este ejemplar se puede leer como una novela dividida en diez cuentos sobre un ente que acecha y provoca demencia en las personas. Así, es común que hombres de distintas épocas encuentren el volumen, paguen en oro el atrevimiento por leer el contenido y en contextos de suma violencia mucha violencia como en los cuentos “La lengua de Arz Ylel” y “Oscuro resplandor” emergerá un ángel maligno que buscará súbditos sin oposición. 

Se evidencia una literatura gore y una estética del horror en la que hay un goce en las descripciones de cómo se tortura, se hiere y cómo abandona la sangre de los cuerpos. Esta promoción se expone en el sufrimiento y sensaciones que produce la manipulación de instrumentos de tortura en miembros todavía no mutilados.

En “La sombra en lo profundo”, el psicólogo Mario Gonzáles que trabaja la comuna campestre, asesina con alevosía al paciente José Altamirano. Al ser encarcelado y entrevistado por el inspector Jaime Cárdenas, cuenta los problemas que hicieron llegar a Altamirano a la consulta. Durante un año fue atendido debido a sueños tormentosos donde caminaba por el parque hasta llegar a una cueva en la que se le susurraba el nombre prohibido. Enseguida un ser endemoniado se quiere apoderar de estos personajes para transfigurarse y llegar a este mundo. Hasta aquí el menjunje la primera parte de una narrativa que se ha visto anteriormente.

En la segunda parte, aparece un escribano empleado de demonios que le susurran, a través de la naturaleza, lo que debe transcribir por las noches. Este trabajo lo vienen ejecutando en la familia por varias generaciones. Después, hay un cazafortunas errante que llegó a la comarca y que basado en comentarios de los lugareños se dice que en una casa ruinosa y descuidada habría un dinero en oro, entre otros.

Estos relatos son simples, van a una sola dirección y quedan con finales abiertos. Solo las figuras masculinas buscan el conocimiento y son seducidos por encantamientos que los llevan a graves perturbaciones mentales. Las mujeres están en los límites de las historias, son personajes terciarios que no participan en la historia, porque todo lo que sabemos está en la voz del protagonista y no hay contrapesos que no sea un halo misterioso que la naturaleza oculta lo más macabro.

A diferencia de Cuentos macabros y otros horrores (2019) donde se observaba una narrativa timorata, incompleta y poco arriesgada; en El que se oculta en la oscuridad y otros relatos (2021), las historias están escritas, revisadas y terminadas. Aunque la primera parte no dice demasiado, porque se sitúa en los manoseados arquetipos de Lovecraft. En la segunda parte, hay una descripción crónica del espacio sureño y pueblerino en la que camina el narrador. Sin embargo, todavía tiene trabajo que hacer porque los personajes son monotemáticos y las historias unidireccionales. Además, como algunas personas presentan este libro como “nuevo gótico”, sería bastante bueno abandonarse a las influencias norteamericanas, y excavar en la idiosincrasia de los pueblos del sur de Chile.


El que se oculta en la oscuridad y otros relatos (2021), Efraín Miranda Cárdenas, 156 páginas, Austroborea Editorial.



jueves, 21 de diciembre de 2023

Crítica de libros: “El nombre de los otros” (2023) de Verónica Jiménez.

 

“El nombre de los otros” es un conjunto de ocho relatos que habla sobre personajes que están sumidos en una derrota que no les pertenece pero que deben tolerar sin reclamos. Son las clases populares y sujetos precarizados quienes colocan el cuerpo y la sangre en un enfrentamiento imaginario por parte el régimen cívico-militar: campesinos que pierden a hijos y la tierra enferma; hijas que pierden la figura paterna y que buscan sobrellevar el dolor mediante el alcohol; jóvenes que son torturados y desde el oficio apoyan las luchas clandestinas; maestros torneros que intentan sobrevivir a la crisis económica del 82’, algunos mantienen el contacto, otros integran la policía política chilena; la vida afectiva de adolescentes que son detenidos por el asedio dictatorial, etc.

“El nombre de los otros” habla de lo que provocó la dictadura: la pérdida de la dignidad de las personas, el respeto y reconocimiento del individuo. El régimen de Pinochet permeó todas las capas sociales, formas de comportamientos macros y micros que todavía persisten en la membrana de la psiquis chilena. Esta no es solo una violencia simbólica, es un material empobrecedor que en la narrativa de Jiménez tiene inmerso a los personajes en el pesimismo. El silencio se inscribe en medio de las frases cortas que nos muestra el tipo de ambiente de las historias. Por un lado, están los jóvenes que tienen la alegría por vivir, enamorarse y emborracharse en el gran Santiago, en cambio, está la situación imperante, el horror latente con marcas de quienes detentan el poder de fuego: los soldados, oficiales y sujetos cargados con armas. 

De lo anterior, se exhibe en cuentos como el “Peluca”, un obrero mal evaluado por los pares que tiempo después se jacta del grado de impunidad en los años ochenta: “yo puedo matarte. Todos los días muere gente. Uno más, uno menos, no se nota” (47). Luego en “Domingo”, el campesino habla sobre su hijo fallecido: “Me cuesta mirarlo como está ahora, hijo mío: su pelito ensangrentado, sus deditos destrozados, ay, Juan Bautista, cómo pudieron hacerle esta barbaridad, cómo pudieron destrozarle así la cara” (20), y en “fanfarria para un hombre común”, un amor primerizo y furtivo está enmarcado en un ambiente complejo y lúgubre: “El chico, de diecisiete años, había sido encontrado boca abajo con dos balazos en la espalda en una calle muy alejada de su casa. Debido al toque de queda, su cuerpo estuvo tirado en la vereda toda la noche antes de que los vecinos del lugar pudieran pedir ayuda” (42). Estos personajes deben adaptarse a un territorio cercado y cualquier sujeto que no se arrime a la cultura castrense es hecho desaparecer.

Cuando Tzvetan Todorov problematiza la memoria señala: ¿existe un modo de distinguir de antemano los buenos y los malos usos del pasado? Me parece que Verónica Jiménez mediante la narrativa, responde desde el lugar de la fortaleza: “Nadie puede verlo todo ni recordarlo todo, sin embargo, hay imágenes y escenas que viajan entre el pasado y el presente” (129). Por eso mismo, la crónica sobre el conscripto Carlos Carrasco Matus, quien se distinguía entre los presos políticos por tener un trato humanitario en Villa Grimaldi, es levantar una memoria que continúa resistiendo a la frivolidad.

La memoria a través de “El nombre de los otros” no intenta evocar una nostalgia en el mal sentido de la palabra, sino más bien la gracia está en conmemorar a los caídos y reflexionar el tipo de sociedad que significó el fascismo como norma de Estado. Una situación política que no hizo más que hacer daño a los compatriotas y por lo mismo, un tipo de cultura que se mantiene hasta nuestros días.

“El nombre de los otros” destaca por la capacidad de observar, de situarse en la memoria y de recurrir a las formas poéticas en lo narrativo, ligada a diversos testimonios documentados que provocarán impacto en el lector, porque la brutalidad de la dictadura, que no tiene redención, siempre la pagarán los desposeídos.

 

“El nombre de los otros”

Verónica Jiménez Dotte

Garceta Ediciones, 2023

144 páginas


domingo, 29 de octubre de 2023

Crítica literaria: Antología poética 50 Golpes en el sur: Frente al olvido, más escritura.

 

Valdivia en su particularidad lejos del hipercentralismo nacional no está exento de los devenires políticos-históricos. El Golpe de Estado de 1973 que asoló a la población, a la industria maderera y a la universidad provocó que los profesores e intelectuales sean encarcelados y exiliados; los obreros sindicalizados asesinados y desaparecidos; y familias todavía buscando el esclarecimiento de la verdad. En términos literarios, en la década del sesenta aparece la escuela de poesía llamada Trilce en la Universidad Austral, liderada por Omar Lara y de acuerdo a preguntas inquietas, comentarios de pasillos y memorias literarias se evidencia una forma de trabajo que las generaciones en dictadura replicaron.

50 golpes. Muestra poética a los cincuenta años del golpe de Estado (2023) es un volumen antojadizo como toda antología y no tan estricto como intentan afirmar sus compiladores: el doctor en literatura Jorge Polanco; la poeta y bibliotecaria Cristina Gallardo; y el sociólogo Jonathan Opazo. Y es que uno desearía que se presente una cartografía literaria del sur de Chile, sin embargo, las palabras iniciales que conforman esta muestra no corresponden a la tradición literaria que antecede a este libro. Podemos encontrar la de Iván Carrasco y Yanko González: Poesía Universitaria en Valdivia (2000), David Miralles y Óscar Galindo de Poetas actuales del sur de Chile (1993). Incluso, la Cuarta antología prosistas y poetas valdivianos (2016) de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) contiene un prólogo mayor al presente sobre publicaciones históricas y vínculos literarios de la Filial Valdivia.

Revisando los poemas aparece uno de los más importantes de la poesía valdiviana y poco leído/difundido en Santiago. Jorge Torres Ulloa, en Poemas encontrados y otros pre-textos (originalmente publicado en 1991 y Obras Completas, 2013), toma diversos recortes de periódicos, los cambia de sitio, ampliando las posibilidades de la interpretación. El elegido para esta exhibición, es una entrevista gráfica a una persona que no es mencionada, la cita es la siguiente: “-¿escribió alguna vez un poema? - ¿Quiere que le diga una cosa? ¡Odio las poesías! Ni leerlas, ni escucharlas, ni escribirlas, ni nada”. Este fragmento de entrevista no tiene ninguna relevancia a priori, pero para lograr comprender lo importante radica en la coyuntura política de quién es el entrevistado y lo connotativo se modifica si se incluye originalmente la referencia: “A. Pinochet U.  Entrevista Revista Mundo N° 89”. Así, cuál villano enmascarado en esta primera edición no está exhibido fielmente el texto poético.

¿Y, por qué habría que apelar a la memoria literaria en Valdivia? Ejercer la memoria es reconocer y dar cabida a una tradición que poco se enseña, una escuela literaria conformada por hombres y mujeres bajo el alero de la universidad que permitieron que el ejercicio literario siguiera en producción en tiempos complejos. Además,  la misma introducción apela a la memoria: “Árbol de la memoria, agregaríamos, no cedamos a los apagones y violencias de los oscuros poderes de Chile que no han dejado de acechar”. Por lo mismo, la presentación propone varias temáticas pero tres estudiosos de la literatura evitan ahondar en los argumentos y los diversos contextos. A saber, el intelectual Grínor Rojo, Omar Lara, Guillermo Araya, Clemente Riedemann y Jorge Torres Ulloa que cantaba entre rejas  “Alfonsina y el mar” fueron encarcelados por su pensamiento político al momento del Golpe y produjo que fueran exiliados o exonerados.

La escasa consistencia de la presentación señala: “lxs poetas incluidos son de diferentes generaciones y han optado por vivir en el sur austral”. En estricto rigor, no todos los mencionados residen, al momento de la publicación, en dicha localidad geográfica y se observan excepciones. En este mismo sentido, los compiladores agradecen a aquellos que enviaron textos, pero el poeta Omar Lara que falleció hace un par de años, dudo que haya enviado desde el más allá. Entonces, hay una suerte de flexibilidad de criterios que fue lo primero en llamar la atención. Y ante estas imprecisiones uno se preguntaría por los ausentes: Guido Eytel, David Miralles, Hans Schuster, José María Memet, Carlos Trujillo, Jorge Ojeda, Nelson Torres, Juan Armando Epple, Luis Zaror, Luis Cárcamo Huechante, Luis Oyarzún, Carlos Cortínez, Enrique Valdés, entre otros.

Ante la oportunidad de conmemorar los cincuenta años del Golpe, la manifestación de este libro significa recordar y no marginar. 50 golpes. Muestra poética a los cincuenta años del golpe de Estado (2023) no presenta coordenadas literarias, no llama al estudio poético del sur profundo y está firmado por tres autores que bien pudieron haber entregado una mejor introducción como cuando reseñan libros de poetas de la zona central. Por lo mismo, aquel error descrito en que no aparece la referencia literaria y que permita al lector comenzar a interpretar el poema de Jorge Torres es bastante negligente. Por lo mismo, frente al olvido, más escritura.

 

50 golpes. Muestra poética a los cincuenta años del golpe de Estado

2023

Compiladores: Jorge Polanco Salinas, Cristina Gallardo Jiménez, Jonnathan Opazo Hernández

100 páginas

UACh ediciones.-


lunes, 23 de octubre de 2023

Crítica de poesía: tajo (2021), poesía en formación de Gabriela Albornoz

 


Gabriela Albornoz (Linares, 1991) presenta tajo (2021) de la editorial Vísceras, cuarenta y dos poemas donde transitan imágenes maulinas, rituales cristianos, la maternidad y violencias de ciertas periferias. La evocación a las temáticas mencionadas conforma a su vez, una poesía en formación dado que el hablante femenino suele buscar su identidad, hace referencia a su aprendizaje durante la infancia, también el contexto cultural que significa lo rural y la emergencia de lo citadino.

Leemos, por ejemplo, los incipientes cuestionamientos externos a la familia con un tipo de maternidad cuestionada: “en el colegio me preguntan/ por qué mi madre es mujer soltera” (12), o el desconocimiento propio durante el aprendizaje más flexible: “pegar botones/ es como dar besos/ dice mi madrina/ yo le pregunto/ a qué saben los besos” (26). Y es que no hay una perspectiva crítica sino más bien el retraimiento, una voz pasiva que acontece en la edad de oro de la infancia.

La alusión del nacimiento y el vínculo con la maternidad está fuertemente atravesada en los siguientes versos: “Mi madre me parió en una noche de San Juan/Rompió el ojal más tierno de su vestido” (9), “Para comenzar la procesión/Veo los ojos del crucificado” (15), “Guardo una estampita de la virgen/ y recortes del horóscopo” (16). El gesto creativo está supeditado a las tensiones cotidianas, limitaciones sociales que atraviesan el marianismo sincrético del campo chileno (que combina las festividades cristianas y las creencias populares) y la robusta presencia de lo femenino.

Lo masculino está relacionado por la ausencia del padre, por algún tipo de violencia física o lo erótico-heterosexual fortuito. Mientras que, las enunciaciones líricas de lo femenino como la madre, la abuela o la madrina conforman potentes rasgos identitarios con el quehacer doméstico: “solo escucho el canto/ de las mujeres que van a la feria”.

Así como muchas otras obras que antecedente, la utilización del medio vegetal en la obra de Albornoz es constante, no es la intención profundizar en cada una de ellas, están incorporadas en el diario vivir y no como reapropiación: “Hay vapores de menta tomillo romero” (14), “Tengo una azucena en las manos” (23), “Yo quiero ser raíz de hinojo/ y descansar en la tierra” (31), “Adornada con ramitos de lavanda / y quilmay” (32), “Levanto pequeñas cruces/ de ramitas de palqui” (34), “Hoy caerá agua fresca/ sobre las matas de ruda” (38), “Le regalé una hojita de albahaca/para marcarlo” (41). Por lo que, entre el hablante y la vegetación hay una interacción en la que no se observa una perspectiva ecocrítica, sino más bien, hay una convivencia candorosa y beneficiaria carente de cultura originaria.

Los poemas de Albornoz representan poesía en formación, que significa indagar en la identidad familiar, el contexto social del hablante, desarrollar la poesía sobre el crecimiento personal, tal como aprender a asumir supuestas responsabilidades como ser hija de madre soltera en zonas que aún son tema, abordar el feminicidio o la circunstancia de lo erótico entre cuerpos femeninos. Vemos en tajo un primer acercamiento a la poesía, que no significa que sea desprovisto de calidad, sino que está en un proceso de maduración, y que prontamente esperamos leer un volumen que confirme su progreso literario.

 

tajo

Gabriela Albornoz

Editorial Vísceras

2021

60 páginas.-


jueves, 21 de septiembre de 2023

“El Conde”: Un sugar daddy que atenúa la representación del horror

 

El día previo a la romería de los 50 años del Golpe fui a ver “El Conde” (2023) del director Pablo Larraín al Normandie. Al igual que los días nublados de septiembre, esta exhibición se instala de una forma peculiar en la reconciliación de la dictadura al abordar a la familia Pinochet-Hiriart. En vez de repugnancia, el espectador encontrará un menjunje de una parentela que siempre quiso ser aristócrata pero más bien eran nuevos ricos viviendo a costa de nuestros impuestos.

A partir del relato de una voz educada y británica, los orígenes del capitán general se sitúan en la Revolución francesa con el nombre Claude Pinoche, próximo oficial de Luis XVI. Tras las juergas revolucionarias el protagonista será convertido en un vampiro. Años más tarde llegará a Chile Con escenas introductorias nos cuentan que criolliza su nombre, se casa en una iglesia repleta para reafirmar el lugar de alcurnia al que creyeron pertenecer, y se esforzará por subir en la escala militar hasta llegar al supuesto ocaso.

En la película “No”, Chile se libraba de los militares en el poder gracias a la creatividad de contadas personas en la campaña publicitaria del Plebiscito de 1988, y no porque existiera un nivel de pobreza que bordeaba el 40%-45%, o el empuje del PC mediante el “año decisivo” en 1986, o por gracia y bendición de las políticas sudamericanas de EEUU a las que ya no les servía la dictadura.

En esta película en cambio, observamos la figura de Augusto Pinochet (Jaime Vadell) como un vampiro de 250 años que se aburrió de matar y robar. Sin embargo, cada criatura de la noche en la filmografía y literatura tiene un motivo de existencia, lo que en este caso no se vislumbra. El noble militar se hace “la vístima” y se abandona hacia la muerte, debido a que lo acosan judicialmente por sus múltiples cuentas bancarias, pero el metraje no cuenta la posibilidad de matarlo, tampoco a modo de diversión. Mientras es protegido por el mayordomo Forydor Krassnoff (Alfredo Castro), su mujer, Lucía Hiriart (Gloria Münchmeyer), coloca sangre humana en la sopa para evitar que muera. En este tira y afloja están los hijos que llegan a la Patagonia para repartirse la herencia. Como no saben hacer nada, contratan a la monja Carmen (Paula Luchsinger) para ordenar las cuentas bancarias. Junto con su llegada el tata renueva su interés por la vida frente a la joven e inicia el camino de conquista convirtiéndose en suggar daddy.

Se considera a Pablo Larraín un gran cineasta porque domina la técnica, el campo visual, estético, musical, etc., al haber sido educado y protegido en espacios donde pocos pueden entrar. La pregunta es de qué sirve toda esta amalgama cinematográfica, si el guion y el desarrollo de la idea original no convencen. Habría que decirle al mundo que Pinochet está al mismo nivel que Hitler, no por cantidad de víctimas sino por métodos de exterminio. ¿Se imaginan que películas como The rise of evil (2003) o Der untergang (2004) humanicen al déspota y lo sitúen como un seductor?

Me atrevo a apropiarme del verso “rusos, ingleses, gringos, franceses se ríen de nuestros novelescos directores” en la canción ‘Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos’ escrita por Jorge González. Allá en Europa, al dictador chileno en su representación cinematográfica lo deben observar y analizar como un pequeño tirano lejos del ser terrible que sufrieron familiares de DDDD y exiliados. Aunque en esta farsa se intente mostrarlo a través de abundantes escenas sangrientas, el horror subyace en el Golpe de Estado y la desaparición de cuerpos. “No pasó”, parece decir la productora Fábula. Lo que aquí falta es honradez intelectual.

El Conde es un producto para la industria Netflix distribuido para EEUU y Europa, por lo que no sería extraño verlo con más estatuillas en festivales de cine. La cuestión es que bajo los parámetros establecidos por Larraín Matte no cumple con el humor negro, pues atenúa-despolitiza la representación del horror y aprovecha de higienizar la enorme colaboración cívica con el viejo. Es decir, no hay humillación del viejo Pinocho si lo conviertes en el Ken chileno.

Puntuación: ★★

El Conde. Dirección: Pablo Larraín. Guion: Guillermo Calderón y Pablo Larraín. Elenco: Jaime Vadell, Gloria Münchmeyer, Alfredo Castro, Paula Luchsinger, Stella Gonet, Antonia Zegers, Amparo Noguera, Diego Muñoz, Marcial Tagle, Catalina Guerra. Director de Fotografía: Edward Lachman. Dirección de arte: Tatiana Maulén. Sonido: Juan Carlos Maldonado. Montaje: Sofía Subercaseaux. Casa Productora: Fábula. Ficción.110 minutos. Chile, 2023.

 

lunes, 4 de septiembre de 2023

Crítica: “El lado oscuro. La Historia secreta de Chile”, aquí vamos de nuevo.

 


Porque nadie lo pidió, tenemos una renovada versión de la Historia secreta de Chile. El lado oscuro (2023) de Jorge Baradit. La falta de brillantez literaria ha sido una característica inherente a su literatura, alcanzar además un número de ediciones como si se tratara de una saga de películas de acción tipo “rápido y furioso” está fuera de toda seriedad. Y aunque la idea sea insertarse en el mercado y democratizar el conocimiento, en términos de calidad el fenómeno Baradit está más próximo a la caricatura.

En esta ocasión, el autor instala la tesis de la lógica perversa en la construcción de la identidad histórica del país. Es decir, sujetos que están detrás de los líderes y que influyen en la forma en que estos deben pensar. Por lo mismo, la crisis de representatividad busca dar cuenta de los claroscuros que conforman nuestra nación.

Baradit es un convencido de su imprescindibilidad. “Los países necesitan relatos sencillos de los cuales sentirse orgullosos y pensar que son la mejor nación del mundo”, escribe. Pero no basta con un par de buenos relatos míticos, también son necesarios los elementos simbólicos y una particular idiosincrasia que nos diferencie de los países vecinos.

En cada nuevo volumen se evidencia un tono mesiánico, de antología, que nos permite seguir a un narrador que se visualiza a sí mismo como un rebelde, líder de barco pictórico, uno de los elegidos para escudriñar en el lado oscuro chileno. Así, llega a argumentar que “la historia que nos enseñan se extiende a pocos semestres y salta entre cuatro o cinco mal explicados: de la Colonia a la Independencia, de la Guerra del Pacífico a la revolución contra Balmaceda. De la Constitución del 25 al golpe militar y luego se desvanece”.

Probablemente ha sido reducida y mal difundida pero la Historia se entiende que son procesos científicamente demostrables, y que no radican en la individualidad ni tampoco en la caricatura que contienen estos libros de difusión. Y ante la ausencia de comprender cursos históricos, emergen los golpes efectistas en el relato y que se han transformado en muletillas de la calaña de: “nunca sabremos qué pensaba”, “le grita algo ininteligible”, “aunque usted no lo crea”, o “parece un guion de película de espías, pero así fue”.

El primer capítulo con el que abre el volumen es el Capitán Vicente San Bruno, quien fuera exfraile franciscano devenido en furioso soldado defensor de la sagrada corona española durante la reconquista y bajo el dominio del gobernador Casimiro Marcó del Pont.

El que sigue es, El departamento 50, el pequeño grupo de investigadores que desbarató la red de espionaje nacionalsocialista en América Latina es descrito con el clásico embelesamiento filonazi por el quehacer alemán.

El tercero se refiere a Bernardo de Monteagudo, gracias a su inteligencia se ganó la gracia de San Martín y O’Higgins, de igual modo, era el brazo intelectual de la independencia americana; luego de viajar a Europa e impregnarse de la monarquía inglesa quiso instalar el mismo sistema acá.

En El Mussolini chileno, la otra dictadura, afirma que la dictadura de Carlos Ibáñez fue bendecida por toda la sociedad debido a circunstancias económicas.

El carnicero de Arturo Alessandri Palma muestra al general de Carabineros de Chile Humberto Arriagada Valdivieso como el brazo armado del sanguinario presidente.

El penúltimo capítulo habla sobre la DINA, describe las múltiples formas de tortura a jóvenes militantes de izquierda que durante la dictadura realizaba la policía secreta dirigida por Manuel Contreras, con el benepláctico de la derecha. El autor llega a las conclusiones ya por todos sabidas, vale decir, que la dictadura fortaleció el modelo económico y aumentó el poder de sectores conservadores, políticos y empresarios.

Por último, retoma la idea biográfica con la figura de Diego Portales. “Fue el articulador de una mecánica política, policial y militar para mantener el poder en un solo sector de la sociedad”, confirma el autor.

La élite ha hecho lo que ha querido con este país, la articulación de clase y abolengo es mucho más robusta de lo que han subestimado, aunque la crisis de representación de los últimos años haya promovido cambiar algunas ideas arcaicas. Pese a la ola negacionista, el proceso de la UP y la figura de Allende son relevantes a cualquier nivel, local e internacional.

Las sagas de películas tienen su correlato en El lado oscuro (2023). Baradit profita de una receta probada, solo necesita cambiar el contenido como en Héroes (2019) y sostener la tendencia al maniqueísmo o a la repetición en Portales. Salvo la seducción a los movimientos nacionalsocialistas que descuadran este volumen, el autor revisita el lado barbárico de los sectores conservadores, singularizando la escena en una personalidad como si fuera un concurso de salvajismo, abordando escasamente el fenómeno del poder y el sector reaccionario en el transcurso histórico. No sería extraño que bajo esta consideración y dado el momento coyuntural, busque explicar uno de los tantos motivos de la derrota de la Convención Constitucional 2022.

El lado oscuro. Historia Secreta de Chile, Jorge Baradit, Sudamericana, 2023, 180 páginas.