miércoles, 30 de diciembre de 2020

Reseña: Piedras, Barricadas y Cacerolas (2017) Viviana Bravo Vargas.

 


Piedras, barricadas y cacerolas. Las jornadas nacionales de protesta. Chile 1983-1986.

Viviana Bravo Vargas

UAH ediciones, 2017, 436 páginas

El exhaustivo trabajo está dividido en nueve capítulos y da cuenta de dos grandes líneas: el cuestionamientos a los discursos oficiales encontrando asidero sobre los antecedentes o motivaciones para la movilización nacional, y por otro lado, la cultura de la protesta como extensión de la participación y politización de los espacios de oposición para hacerle a una fuerte  robusta y poderosa maquinaria de exterminio. Para esto, la historiadora acude a diferentes fuentes primarias como los archivos de la Vicaría de la Solidaridad, la del dirigente sindical Luis Fuentealba, a la Biblioteca Nacional, al Fondo Documental Eugenio Ruiz-Tagle (FLACSO), diarios, periódicos y revistas de la época. Además, destaca el trabajo en terreno construye 29 entrevistas a personas activas durante la dictadura y las fuentes secundarias: 164 libros, artículos y tesis.

De lo anterior, permite especificar el método de trabajo de Viviana Bravo Vargas, quien durante su carrera académica ha desarrollado una línea de investigación sobre la rebelión popular-urbana durante la dictadura cívico-militar. El presente libro constituye tesis doctoral y en el 2013 recibió mención honrosa en el Premio Casa de las Américas.

De acuerdo a los estudios citados por la autora, las subversiones populares no conllevan una sola directriz, estos son múltiples y para Chile, han sido interclasistas. Es decir, desde el colapso económico y financiero, para 1983 había un deterioro de la calidad de vida de los trabajadores debido a la explotación de los mismos en las fábricas. Con ello, un aumento de la inseguridad que afectó a los grupos vulnerables, la falta de expectativas juveniles y tanto la intervención de los grupos políticos en las tomas de terreno como el trabajo de base de los grupos eclesiásticos propiciaron una orgánica frente al dictador. Según datos este volumen hay un especial énfasis sobre el quehacer poblacional de la Región Metropolitana,, a excepción de llamados de la Confederación Nacional de Trabajadores del Cobre (CNTC) y otras zonas específicas, dejando de lado las experiencias en regiones como el histórico “puntarenazo” (1984) o el frente cultural en las regiones, por ejemplo.

Aunque el tono de la obra tiene un tono de épica, la vindicación de las Jornadas Nacionales de Protestas, al igual que el camino hacia el Plebiscito (2020) a la Nueva Constitución, comenzaron en las calles. Estos espacios fueron tomados por sujetos organizados para hacerle frente, desde el 11 de mayo de 1983, a las fuerzas represivas de la dictadura.

Publicado en Le Monde Diplomatique, edición Enero.

Crítica literaria: Estampida (2018) Bernardita Bravo

 


Hace poco leí la novela Sara (2019) de Maivo Suárez, comentaba que en ella, caracterizaba la dimensión de lo que significa la postergación de las mujeres, dentro de la arrolladora maquinaria del capital siendo productoras de diferentes y variadas relaciones. En este aspecto, no puedo dejar de pensar en el ensayo Contra los hijos (2018) de Lina Meruane, cuestionando el ejercicio de la maternidad en la literatura. Esta continua suspensión del “ser mujer” (entiéndase feminidades heterogéneas y sin definición) y la obediencia al orden social reduciendo las aspiraciones personales. Claramente, está la tendencia de escritoras que amplían la narrativa chilena reciente y demuestran distintas fases de liberación, de consciencia y cuestionando los ejes fundacionales como la familia y ser madre.

Estampida (2018) es la primera obra de Bernardita Bravo (Santiago, 1980). En estos nueve cuentos, hay una propuesta carente de dudas y de mayor vigor, porque los personajes femeninos se sacuden de las barreras conformadas por los estereotipos políticos y sociales: “Es sabido que las preocupaciones aumentan con la edad. El cuerpo se pone más rígido. La mente, difícil de aquietar. No se gana en sabiduría, la adultez es un retroceso” (25). De esta manera, escenifica múltiples femeninos, algunas sumidas en la táctica, en proceso de liberación de las trabas y tramas. Hay independientes, hijas esperando la muerte del padre decrépito, mujeres trastornadas por la muerte de la hija, “madres en retirada”, mujeres predispuestas, mujeres distantes, entre muchas otras. Po otro lado, aparecen los pocos materiales como los manuales de educación sexual siempre biológicos y deterministas, las referencias a los comportamientos de la madre o la figura masculina enlazándose lateralmente.

Este volumen de considerable virtud está lejos de ser políticamente correcto debido a la formas de refutar que estar lejos del cuidado de personas “no pesan”. Mientras que, para lectores conservadores provocará sorpresa y estupor este tono: “Su hija quiere que su padre muera de una vez. Ya ni siquiera soporta su olor. Porque ahora tiene olor a viejo, ese olor de ropa sin lavar, de cuerpo sin lavar, piel y huesos asediados por el exceso. Asear a un viejo no es fácil” (27). De lo anterior, es el caso de “la caída” en la que da cuenta de una compleja relación de la hija y su padre, pero con la narradora focalizada en la representación de la ancianidad, siempre laboriosa y decadente, pero con la determinación de otorgarle dignidad al estertor de estos cuerpos moribundos.

En estas narraciones hay desenvoltura, osadía y liberación de la educación de la dictadura, pero están los secretos que cada familia retiene. Es lógico que estos misterios sean, apenas pequeños destellos sobre la bruma. Bravo le saca potencia al escenificar ambientes de poca claridad y de tonos reservados.

Estampida es una obra singular, donde la narrativa se sitúa en protagonistas femeninas predispuestas a reflexionar, a formalizar tácticas de sublevación en el entorno para cambiar la suerte y pertenecientes a una clase conveniente, que les permita representar el cuestionamiento y postergación de las maternidades. Lo que hace significativo su lectura es que: primero, se enmarca en un contexto movilizador junto a las demandas feministas; y segundo, el libro de Bravo, da cabida a mujeres poderosas y llenas de argucia, siendo herramientas de transformación de mundos más liberales.

Estampida. Bernardita Bravo Pelizzola. Editorial Cuneta, 2018, 82 páginas.

MAHA VIAL: LA INCESANTE LUCHA POR ESCRIBIR

Foto: Ricardo Mendoza Rademacher.

Por Gonzalo Schwenke


Las primeras oportunidades que escuché el nombre de Maha Vial estaba vinculada a la tradición literaria valdiviana en la década del ochenta. Existía un aura de lo que significaba operar culturalmente durante la dictadura en provincia. Para esto indagué en antologías y entrevistas que sirvieron como guía para introducirme a los libros autorales. En ese ir y venir, está la Antología de Poesía Universitaria (2000), realizada por Iván Carrasco y Yanko González, el libro de entrevistas de Yanko González: Héroes civiles & Santos laicos (1999), y por último, Poetas Actuales del Sur de Chile (1993) de Oscar Galindo (quien ha investigado sobre postvanguardia y donde la enumera) y David Miralles.

Maha Vial es una voz que siempre ha pululado por las calles valdivianas. En las murallas y paredes de la ciudad. En los distintos trabajos empleados. En los libros y afiches sobre sus interpretaciones teatrales de personajes marginados (todavía recuerdo encontrar registros fotográficos sobre la representación de Calígula donde también participa el docente y actor, Roberto Matamala). La presencia en los talleres literarios Matra e Índice, participando como actriz en el grupo de teatro Altazor[1], Granbufanda y dirigiendo el taller para estudiantes: Tadra[2]. En registros documentales como el de Paola Lagos: 6/10 (Seis décimos), las recomendaciones de lectura y en la inevitable omisión. Una artista ineludible.

 

SI EN LA LITERATURA EXISTE MARGINACION, ESTÁ MAL PELAO’ EL CHANCHO

 

Al parecer son más los libros no publicados que los volúmenes de poesía, y que nos deja el recuerdo de sus palabras sin tapujos, su alegría, su característica sonrisa y la política de ampliar los márgenes. Además, del trabajo transgresor y performático, los vestigios de los desgarros y la rebeldía contingente desde Valdivia.

Reconocemos la alta calidad literaria de la poeta. Una red de amistad: querida, amada, admirada por muchas y muchos. Lo que nos deriva a pensar sobre el sistema de producción cultural chileno y los registros textuales en dirección a la profundización de las obras.

La poeta nos dejó seis (6) libros de poesía, sin contar los borradores, los apuntes, las reflexiones y otros ensayos de textos no publicados: La cuerda floja (Ediciones UDES, 1985); Sexilio (1994); Jony Joi (2001); Maldita perra (2004); El asado de Bacon (2007); Territorio cercado (2015) y Fuerza Bruta (2019). Prácticamente la carrera literaria ha sido editada por la editorial Kultrún y la resonancia ha sido escasa.

En este sentido, hay sistemas hegemónicos sobre estudios literarios que mirado desde la fétida petulancia del centro que ha marginado y orillado trabajos autorales. Es decir, los que están llamados a descubrir, levantar y densificar estas producciones literarias han menoscabado determinadas estéticas.

El silencio de cierta crítica académica conservadora y siútica, es violenta. Probablemente uno de los tantos dolores de la poeta. Así me lo expresó al oído sobre, los que consideraba “sus amigos”, mientras escuchábamos leer a un poeta-docente en la 1ª Feria Universitaria Ciudad y Libro UACh (2015), realizada en los vestigios estructurales de la cervecería alemana.

En los estudios literarios firmados tanto por académicos burocráticos como escritores que coincidieron en el circuito cultural han permitido que se desarrolle la literatura con apellido. Lo que corrobora la necesidad de seguir ampliando la formación en una poeta transgresora  y que continuamente experimentaba en diversos formatos.

Si buscamos respuestas sobre el ejercicio de silencios, hay que avanzar en las lecturas académicas que han caracterizado la diferenciación. Ana Traverso y Andrea Kottow (2020)[3] afirman que “La creciente inclusión de la mujer en el campo literario requiere de una aceptación de la crítica y el interés del mercado cultural por editar, vender y difundir estas obras en el medio nacional” (17). Por su parte, la crítica literaria Patricia Espinosa (2018)[4] extiende la mirada hacia “el campo cultural chileno, la institucionalidad cultural y las políticas culturales en torno a la mujer bregan por la consolidación de una sujeto subordinada al formato heterocentrado, no disidente; porque el desacuerdo se paga y caro en nuestros países dominados por una elite masculina” (9). Mientras que, Lucía Guerra (2008)[5] señala que “La noción de cultura conlleva un elemento de autoridad que discierne y establece cuáles son los elementos que la configuran. Por lo tanto, lo concebido como cultura constituye en sí una territorialización en la cual se ha dado prioridad a ciertos aspectos excluyendo a otros” (108).

En esta línea, el 7 de octubre del 2018, hice un comentario en redes sociales sobre una conversación con la crítica literaria chilena en relación al libro Jony Joi (2001) de Maha Vial. Patricia Espinosa investiga y concluye que la palabra “cuerpa”, es el primer gesto feminista/político sobre la apropiación de género en el uso del lenguaje de la poesía chilena. El poema es el siguiente:

 

“Besa a la amiga triste la otra/ Cálmala regalándola nueces y florcitas/ Reviéntale casi el pecho al saberla/ desnuda debajo de la oculta sábana/ que recorre con su misma cuerpa/ ¿y si nos descubren besándonos? ¿Besando las charcas y bebiendo la agüita?/ Dímela tú Julieta Respóndela tú Ivette/ Tranquila la beba suplícala/ Hazme sopita bajo este escondido parrón/ Sopa caliente desde su secreta a la mía/ Hazme nanay, charquita jugosa,/ Nana, charquita ardosa”. (Jony Joi 2001: 70)

 

El único comentario que le sigue es del escritor Pedro Guillermo Jara  y eterno compañero de la autora, quien afirma con severidad: “Así no más es la cosa. Nadie es profeta en su tierra mientras que el bellaco que te ninguneó en tus propios parajes, arrastra sus pies más solo que la soledad sin saber que a la vuelta de la esquina una guadaña refleja un guiño de oscuridad”.

En Chile, donde el mérito no existe o han sido casos extraños, ha sido la amistad como base de redes sociales que permite difundir a escritores creando sistemas literarios de dudosa calidad. No ha sido suficiente con la obra de postvanguardia chilena. Lo que nos hace suponer quiénes son aquellos que han mantenido y detentado el canon, sabiendo que los silencios dicen mucho más que las pocas escrituras reflexivas.

En la revista Caballo de Proa (1991) disponible en la web, encuentro la entrevista de Magdalena Donoso con la poeta. En esta misma recuperación, el diálogo fluctúa así: “¿Cómo es la recepción de tu poesía en el círculo de escritores? M.V.: “Afuera me va muy bien. Aquí en Valdivia no me quieren. Pero no me aproblemo porque sé que es un grupo de seudo intelectuales que tienen un problema personal conmigo, y dicen que soy loca”.

No dejo de lado los recuerdos cuando cinco estudiantes de literatura la vimos y compartió lecturas del tremendo Jony Joi y adelantos del Asado de Bacon. Como estudiante mechón, la busqué para compartir opiniones desde la sala hasta tomar locomoción. Fue generosa.

Con su desaparición física, la literatura chilena ha perdido una voz subversiva e inquietante y que todavía tiene mucho que decir cuando la lean. Por el momento, me quedaré con estas palabras que resuenan: “Tengo tan poco tiempo para decirles que los amo, que si me pasa cualquier cosa no olviden nunca que yo los amé”[6].

 Publicado en la Revista Fierabras, 3era. Edición Diciembre, Valdivia 2020.



[1] Matamala Elorz, Roberto. La luna austral. Historia del teatro en Valdivia 1960-2010. Valdivia, Chile. Editorial Kultrún: 2020. Impreso.

[2] Matamala Elorz, Roberto. La escena temblorosa. Valdivia, Chile. Editorial Kultrún: 2018. Impreso.

[3] Kottow, Andrea; Traverso, Ana. Escribir & tachar. Narrativas escritas por mujeres en Chile (1920-1970). Santiago de Chile. Editorial Overol: 2020. Impreso.

[4] Eltit, Diamela. Políticas de su narrativa ficcional: estudios desde Chile. Santiago de Chile. Patricia Espinosa H. ed. Editorial Garceta: 2018. Impreso.

[5] Guerra, Lucía. Mujer y escritura: fundamentos teóricos de la crítica feminista. Santiago de Chile. Editorial Cuarto Propio: 2008. Impreso.

[6] González Cangas, Yanko. Héroes Civiles. Palabra y periferia: trece entrevistas a escritores del sur de Chile. Valdivia, Chile. Editorial Barba de palo, 1999.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Crítica Literaria: Décimas y profetas. Las décimas del estallido (2020) de Nano Stern


Décimas del Estallido. Crónica en verso de la rebelión en Chile. Nano Stern, Cuño Editor, 2020, 204 páginas.

Décimas del Estallido. Crónica en verso de la rebelión en Chile (2020) es la primera publicación literaria del cantautor chileno Nano Stern (1985), quien ha trabajado la décima para temas musicales desde hace mucho tiempo. Por lo que, el vínculo con Violeta Parra, Lalo Parra, Lautaro Parra, Víctor Jara o Nicomedes Santa Cruz es innegable.

En este volumen, presenta 156 décimas y sesenta y cinco crónicas que abarcan las jornadas del 18 de octubre al 26 de abril. También se incluyen cinco dibujos de Marcelo Escobar donde predomina el rojo y negro. Por último, está la participación del abogado argentino Tobías Schleider, que afirma sospechosamente: “Que cuenta un Chile actual y, de una vez, el que pasó y que debe venir. Que respeta hasta el paroxismo el modo de hablar de un pueblo que no calla”. Mientras que, la académica chilena Paula Miranda señala: “Esa vitalidad diaria y fragmentaria se ha transformado en un extenso relato, crónica o estampa hecha de retazos de memoria”, y el abogado constituyente Fernando Atria, figuran entre quienes respaldan y recomiendan esta obra.

Es un lenguaje que recoge informalidades de personas que viven en el mundo rural o los bajos fondos de las ciudades, y es la representación de las variedades diatópicas de un territorio. Por ejemplo: recoger y validar el habla marginal de “las chauchas, las calilas y las mojojo”. Nuestra riqueza chilena. Lo que determina características propias y diversas en un amplio continente, influenciado por la cultura (pan)hispánica, que registra una profusa difusión de este tipo de arte y de la improvisación.

 

Por otro lado, no son pocos los escritores que con una desfachatez afirman que presagiaron la rebelión social chilena: “Sebastián, lo digo yo/ y lo dice el pueblo entero”. En concreto, han sido las organizaciones estudiantiles durante el 2019 quienes resistieron el asedio de malas políticas educativas mediante piedrazos, escudos y molotov.

 

Asimismo, este descontento social ha sido construido en base a la inseguridad social, estrechez económica, precariedad durante la jubilación, accesos a derechos básicos cada vez más complejos, y patrióticos fraudes tanto de las FFAA como las colusiones empresariales. Con varios antecedentes de revueltas, Chile se caracteriza por ser un país donde las personas son pacíficas y razonables. No por nada heredó la tránsfuga Constitución (1980) del dictador, diseñada para proteger el mercado neoliberal, bloquear leyes progresistas y mantenernos como un país conservador. Así pues, esta rebelión sin guillotina, constituye un marco institucional con múltiples propósitos y demandas como si estuviese confianza en estos procesos establecidos: “Ya es hora de que sea el voto/ el que dicte su sentencia”.

 

El trabajo de Nano Stern escritor no siempre parece logrado y a veces fluctúa de manera ambivalente. En estos versos “La receta de Piñera/ es doblar la mano dura”, no se condice con los que detentan la fuerza legal. De igual modo, el derroche de optimismo y esperanza no alcanza a recoger la real fuerza y energía de la población movilizada en las calles. Sin embargo, instala la mirada inquisidora y suspicaz sobre la inequidad y la derecha gobernante, dejando de lado los errores transversales de un Congreso y una política desconectada con la realidad.

 

Esta alegre rebeldía contiene un tono en el que no dejo de asimilar al disco Canto al programa de la Unidad Popular cantado por Inti Illimani en 1970. Lo que justificaría la preponderancia y la robusta creencia hacia el proyecto constituyente, dejando de lado el período de la emergencia sanitaria. Si le colocas oreja, se pueden escuchar-relacionar los versos de la Canción del Poder Popular: “Será el pueblo el que construya/ un Chile bien diferente” y “el Rin de la Nueva Constitución” de fondo en esta obra.

 

El trabajo de la lengua denota una preocupación por la formalidad: “La justicia ‘a la chilena’/ se ha reído y se ha burlado/ del Neco, que, atropellado,/ murió de forma funesta./ Es triste, pero cuesta/ no decir ‘país culiado’”. Por lo que, este síntoma en el que se chasconea de manera insuficiente, puede producir una lengua de solapa y no es de extrañar que se “pase unos pueblos” en dejar constancia de lo dicho. Para ser un cantautor que lleva una década trabajando la décima, sorprende esta rigurosidad para la representación del pueblo movilizado.

 

Décimas del Estallido es un volumen que asume riesgos para registrar la calle pero sin la voz de ellos, porque quedaría registrado continuamente y no como recurso aislado. En cambio, el autor prefiere escenificar estos tiempos difíciles para integrarse a un amplio grupo de escritores que registran y buscan antecedentes del estallido.


viernes, 11 de diciembre de 2020

Crítica Literaria: Senda Llacunes (2020) de Estefanía Bernedo.

 


Senda Llacunes (2020) es la primera publicación de Estefanía Bernedo Plazolles (Arequipa, 1987), reanuda cinco relatos sobre zonas prácticamente desoladas y lo que no tiene de abandono, son las altas densidades culturales que radican en estos acontecimientos. Una narrativa que comprende sutilezas en distintos planos, un ápice de candidez y que enaltece el mundo indígena en su justa capacidad, asimilados al mundo urbano-occidental, pero apartados del capitalismo salvaje del empresariado.

La obra inicia con el cuento sobre ocho mujeres popularmente llamadas “las morenas de Saxamar”, quienes recorren el altiplano para alcanzar la copa del fútbol amateur junto a otras localidades ubicadas en Visviri, Socoroma, Pachama, Belén, Parinacota, General Lagos, Colpita, Putre. Se afirma que las jugadoras, el aguatero, la directora técnica y el chamán detenían el trayecto para hacer: “pawas [ritual aymara], detenidas en algún lugar secreto de la pampa (…) Agradecían también, como era costumbre, a la Pachamama, saludando con respeto a sus criaturas” (10-11). La autora firma su estrategia narrativa para dar cuenta de la relación de las protagonistas con los dioses de la naturaleza, dimensión cultura y en el lenguaje proveniente de pueblos situados en territorios alcarrias y punas de Arequipa. Lo que otorga al lector/a un relato verosímil que necesita asumir debido a la escasa producción de saberes y ritos indígenas visibilizados.

De lo anterior, se reafirma con “la senda inacabada”, en la que Juan Chacama un viejo áspero que carece de habilidades tanto sociales como sobre el pastoreo y cultivo en áreas parcialmente inhóspitas, y que transita, con las propias carencias materiales, rusticidades, delirios y hierbas, desde la lejana localidad Belén hasta Arica.

En “Sobre la forma de la trascendencia” emerge una figura desconsolada de Humberto Chura, quien espera un encargo de la ciudad, la herencia de cuatro llamas de su hermano que nunca regresó del hospital de Arica, y una ruca distante en el frío. Conocido en el pueblo, el personaje alucina con el regreso de los fantasmas de su hermano.

El penúltimo relato, es cuenta la historia de Victoria Calle conocida artísticamente como “Luly”, una joven de Valle Hermoso que inicia sus primeros pasos en el mundo artístico del altiplano y que comparte escenario con el Cabo Segundo, Alberto Ibacache que acompaña con la guitarra. El traslado del funcionario permitirá que gradualmente, ella adquiera el empoderamiento necesario para comenzar una carrera de solista.

Cerramos con “Maipú #318”, un relato basado en la oralitura –basado en la oralidad de los mayores–, de una voz masculina que cruza tres generaciones, mismas familias que pudieron ver a un joven recibir un diploma. Una crónica melancólica (como la música de Lucha Reyes) que fluye sobre el cine ubicado en la calle Maipú #318, un cinema popular al que nunca entró pero que sí permitió vincularse con el interés romántico de Teresa.

Senda Llacunes es una gran obra recomendable, que realza los parajes áridos de la pampa de una frontera tripartita donde se difuminan Chile, Perú y Bolivia. Allí, hay mujeres en proceso de emancipación o soberanas. Personajes nostálgicos, llenos de cultura popular rural y un importante vínculo con los animales, la naturaleza y el territorio que es necesario dimensionar desde la capital.   

Senda Llacunes. Estefanía Bernedo Plazolles. Editorial Aparte, 2020, 80 páginas.

           

lunes, 7 de diciembre de 2020

Crítica Literaria: Preguntas Frecuentes (2020).

 

Hace unos años, voces quejumbrosas de la literatura local manifestaban que no era necesario abordar la coyuntura histórica, reconociendo lo impersonal de las movilizaciones estudiantiles que colocaban en jaque al gobierno. Ellos instalaban en la opinión pública y la agenda política la necesidad de una mayor inversión y acceso a la educación. Es por eso que, la escasa producción representa no sentirse parte. Lo que cambió tras el movimiento feminista con publicaciones de libros, poemas en décimas y diversos estudios asociados a la toma de poder y acción política hacia una transformación. Sin embargo, nunca es tan pronto para plantear la rebelión popular y la pandemia que todavía se desarrolla siendo una asunto transversal.

Preguntas frecuentes (2020) es la séptima obra de Nona Fernández (Santiago de Chile, 1971), quien ha escrito continuamente sobre la memoria y la historia de Santiago en Av. 10 de Julio Huamachuco, Fuenzalida, Mapocho, Space Invaders, Chilean Electric. Diferentes niveles de buena calidad. Por lo que tiene sello narrativo propio, siendo la tónica: las frases cortas que aceleran la lectura, los silencios coyunturales y los capítulos breves. De manera tal, que se constata un registro para el futuro leyendo el pasado. Alta paradoja temporal.

Se instalan dos voces femeninas que dialogan permanentemente. N. escribe,  publica columnas y “boletea”, mientras que, A. trabaja en el Servicio al Cliente y denuncia las barbaridades de los empresarios mientras dura la emergencia sanitaria. Y, además, está marcada por un accidente veraniego durante la infancia en la que pierden la vida sus parientes. Esta relación es a distancia, con plena confianza donde A. expresa sus inquietudes y N. acompaña cuando lo necesite. Ciertamente, existe el vínculo entre el ejemplar y Niebla de Miguel de Unamuno, porque se utiliza el recurso literario donde el autor se presenta como un personaje de la trama en la que dialoga y ayuda al protagonista, Augusto Pérez, que busca encontrar el sentido de la vida en un contexto brumoso.

La pandemia no solo alteró rutinas sino también los sentidos: “Me dan las seis de la mañana negociando con el tiempo. Miro el techo, reviso el celular, pienso más de la cuenta. Tengo los horarios completamente cambiados. Duermo mientras todo el mundo hace su vida o más bien intenta hacerla en el encierro” (17). Cuando el tiempo no avanzaba, y todos los días son todos los días, mientras la muerte acecha a las familias precarizadas.

 

Ahora bien, a diferencia de los volúmenes anteriores, la autora nos sorprende con diecisiete artefactos atrapando las preocupaciones durante los meses más álgidos e inclementes durante el invierno chileno, en la que va de la ironía hasta condensación del discurso. A modo de objeto visual, no todos están logrados.

En el cuarto capítulo, está la crónica “El ejército insomne” que da cuenta sobre las zonas más oscuras de la emergencia, donde está el recuerdo del discurso político institucional insensato, egoísta y fetichista del drama chileno como ejercicio concreto de abandono totalitario: “el mensaje fue tan errático que la gente salió a la calle confiando que ya no había peligro”. El bombardeo de realidad, mediante las redes comunicacionales, marcan el tono de repulsión y el desamparo del sistema de lo político y el empresariado. Lo que ha incentivado la movilización y la complacencia de que la población dio cuenta de las condiciones.

Finalmente se abre la temporada de novelas pandémicas. Sin embargo, Preguntas frecuentes asume los riesgos de la representación de un presente difícil. Fernández recoge la pulsión de la rebelión popular, las problemáticas del encierro forzoso y la estupidez gubernamental (con marcas implícitas de la dictadura), lo que hace de esta obra apreciable y relevante en la actualidad.

Preguntas frecuentes. Nona Fernández, Alquimia, 2020, 90 páginas.


viernes, 4 de diciembre de 2020

Crítica Literaria: Le viste la cara a Dios (edición Chile, 2020) de Gabriela Cabezón Cámara

 


Hace algunos años se distribuyó en establecimientos educacionales chilenos la novela erótica Caperucita Roja se come al lobo (2015) de la escritora colombiana Pilar Quintana. La reescritura del cuento popular derivó en una sonada polémica con el gobierno provocando el retiro de los ejemplares con el argumento “no cuenta con una evaluación pedagógica adecuada como material curricular para los estudiantes”.

Este formato literario denominado reescritura histórica, lleva muchas décadas siendo trabajado por autores y autoras del continente siendo una estrategia modificadora de las perspectivas populares en la cultura dominante. Prontamente recuerdo las novelas de Santa Evita (1995) de Tomás Eloy Martínez y Gabriel García Márquez con El general en su laberinto. Lo que sería desafiante que las temáticas permitan disociar las idolatrías recientes.

De lo anterior, aparece Le viste la cara a dios (publicada en el 2011 en Argentina, mientras que en Chile acaba de aparecer bajo la editorial Libros de la Mujer Rota 2020) de la escritora y periodista argentina Gabriela Cabezón Cámara, quien toma el cuento de la bella durmiente para alterar lo impuesto por la hegemonía patriarcal. Por lo que, reconstruye, testimonia y recurre a lo establecido socialmente para hablar sobre la cultura de la tortura y lo que representa la violación sexual en la trata de mujeres. De modo que, utiliza el apelativo de “Beya”, una joven clase media arrancada del algún pueblo, que ha sido secuestrada para ejercer la prostitución forzosa en un local de Lanús en Buenos Aires. A partir de ahí, las heridas se profundizan contra los proxenetas. Entre las drogas y la degradación del cuerpo de la protagonista, logra estar en dos lugares mientras delira con los capítulos apocalípticos del evangelio.

Esta es una narración situada, donde utiliza el argot argentino y donde la constante violación genera repulsión en el lector. No por nada, el título de la obra es una referencia cultural cuando los padres llevaban a sus hijos a los prostíbulos para tener la primera experiencia sexual, generando también, el primer vínculo de fraternidad masculina.

Sin lugar a concesiones. La autora utiliza una voz punk que no apacigua cuando se instala en el ambiente lúgubre, el encierro putrefacto y la inusitada angustia: “Te arrancaron tus palabras y te metieron la de ellos, tan dolorosas y sucias como el mar de miembros punzantes que te sacuden ahora como a un barquito un tsunami” (14). Así, los cafiches y la cabrona van construyendo una red de asociados junto al juez y la policial local de la ciudad para mantener cautivas a las mujeres.

En este volumen, se enfoca en la opacidad de encontrarse sin salida y en la nula solidaridad con otras, precisamente ahínca por ese lado, porque la protagonista adopta el disfraz del dolor y la soledad para ser aceptar por los captores.

Con Le viste la cara a Dios Gabriela Cabezón toma la ternura de la bella durmiente y lo lanza al barro. Entonces, arma un relato denunciante, rápido e inclemente en la que territorializa mujeres que son abusadas hasta la saciedad por hombres con poder, lo que significa operar con alta impunidad y donde el lector no queda indiferente ante el encubrimiento de dignidad.

Le vista la cara a Dios. Gabriela Cabezón Cámara. Libros de la Mujer Rota, 2020, 62 páginas.

Crítica literaria: Los confinados de Ñuñoa o el Pejerrey (2020) de Gabriel Zanetti

 

Joaquín Edwards Bello tuvo la connotación que caminar por zonas precarizadas opuestas a las que pertenecía. Mientras que, Leila Guerriero ha construido amplios registros con voces polifónicas para caracterizar a escritores/as. Rodrigo Fluxá es capaz de acompañar al lector mostrando observación sobre distintos casos que ha escrito en revistas y libros. Rodrigo Ramos Bañados desarrolla un formato periodístico en lugares periféricos del norte chileno. Por último, no hay que dejar de lado a Clarice Lispector, quien despliega una narrativa tan ficcional como propia y es un modelaje a seguir por Roberto Merino y Zanetti.

El pejerrey. Crónicas de temporada (2020) es la tercera publicación de Gabriel Zanetti (Santiago, 1983) en la que desarrolla una escritura personalizada y concisa, similar al trabajo que hace Merino plantado en la comuna de Providencia. En este formato que contiene veintiuna crónicas, no siempre de manera óptima, deviene la historia familiar –influenciado por el abuelo Héctor – de clase media ubicada en Ñuñoa y lo que significa habitar la metrópoli. Esto es, si en el canónico Martín Rivas encontramos las particularidades de los personajes cuando se acercan las fiestas patrias; en este volumen, se busca lugares afines, la chilenidad con pereza de la patriotera y en general, la cultura de los ñuñoínos.

Con un tono que es parte de las conversaciones y con un estilo correcto, leemos obsesiones del escritor por la cultura del almuerzo dominical, las salidas a pescar, la cada vez mayor dificultad de ser un sujeto perteneciente a la clase media y el padecimiento del costo de la vida para los que transitan entre Ñuñoa y Providencia, la problemática del invierno cuidando a las hijas,  el mal funcionamiento de la urbe frente al temporal, y sugerentes palabras, que se reiteran como plausible e idiosincrasia.

Observamos un proceso de rigidez a mayor soltura en la forma de escribir. Precisamente en la utilización del lenguaje formal que avanza a la inclusión de palabras coloquiales, no como un recurso sino elemento del relato: “Padres más autoritarios que otros (…) que llamaban a hacer tareas o simplemente a ‘entrarse’ nos cagaban la onda” (53). Tras esto, una voz sin estridencias donde el protagonista es adulto-joven (si es que existe dicha categoría) carcomido y fastidiado por la rutina familiar en la capital. Por lo que, estas historias carecen de reflexiones, combinan la memoria familiar acomodada, trozos íntimos y un entorno enmarcado literariamente sobre Santiago. Sí, otro libro sobre la pesada carga de vivir como clase media en Santiago. No faltaba más.

Con una narrativa donde está entretejida por elementos culturales propios de la generación: “no estábamos ni ahí con estudiar, pero la presión era tremenda. No solo para nosotros, sino para toda la sociedad (…) si a cualquier padre o madre les preguntaban ‘¿y qué está estudiando tu hijo?’ y respondían ‘nada’, era, y tal vez sigue siendo, una forma de fracaso” (68). No deja de lado, el agobio de una clase de exitismo, celebradas en los matrimonios, y puestos en marco del denominado salir adelante es uno de los tópicos para ciertos sectores que soslayaron las problemáticas mediante pastillas y alcoholes legalizados.

Uno de los aciertos de Pejerrey es dar asidero a un tipo de generación situada y siendo arrastrada por un bien de la clase social que es progresar en el bienestar familiar. Esperemos que en la siguiente entrega (este es el tercer libro) deje de lado el confinamiento que significa en Santiago de Chile, prospere con otras realidades menos ombliguista como Roberto Merino.

El pejerrey. Crónicas de temporada. Gabriel Zanetti. Editorial Aparte, 2020, 74 páginas.

domingo, 29 de noviembre de 2020

Crítica literaria: Cuentos macabros (2019)

 

Que las editoriales adquieran escritores incautos y hagan pasar los cuentos por la nueva literatura secreta no es novedad. No obstante, que el prólogo tenga un nivel elemental, es un alto desprecio a los lectores, porque hay un escaso valor a la obra de un incipiente autor. Así, en el preámbulo afirma que: “lo macabro (…) pasa desapercibido por gran parte de la sociedad lectora”, desconociendo que este subgénero es un tópico retocado hasta alcanzar la parodia de sí misma.

Dicha política en nada aporta a los trece Cuentos macabros y otros horrores (Austrobórea, 2019) de Efraín Miranda (La Unión, 1985). En 110 páginas el autor despliega una narración influenciada por la literatura gótica, el romanticismo alemán y leyendas del sur de Chile. Lo que en la solapa señala como “nuevo gótico” no tiene premisa creíble. Sumado a esto, hay una escasa colaboración desde la edición donde encontramos inconmensurables erratas por cada apartado.

Poco riesgo tiene el autor. Lo monotemático y reiterativo de esta propuesta narrativa comienza con el narrador protagonista de perezosa reflexión incapaz de ver más allá de su nariz: “Estoy mal herido; lo sé porque he perdido mucha sangre estoy seguro que moriré pronto” (11), “sé que todos imaginamos que el futuro sería algo espléndido, maravilloso, absorto de realidades fantásticas” (47) o “existe algo en la amplia sapiencia del hombre y los estudios de cientos de ciencias que aún no son capaces de resolver” (69). Realmente destila ramplonería.

Muchas veces, este grandilocuente relato se queda impávido al participar en un evento fantástico, ya sea utilizando la variante del chupacabra, el gato o el perro negro –da lo mismo–, el imbunche o alguna figura similar. Algunos de estas historias, tienen mucha similitud con el volumen de mitos y leyendas de Floridor Pérez como “el perro negro” y “los hijos del Calle-Calle”. Asimismo, la corta extensión de los cuentos impide la caracterización de los espacios y son una constante, los párrafos desorganizados o saturados de información. Por si esto fuera poco, la formulación de los personajes destaca por lo avaro en la que no hay un personaje relevante. Probablemente en “sonrisa del muerto” donde el villano es un enmascarado, aunque la verdad, es un enlace al profesor Pyg en los comic de Batman. Más encima, el recurso de la fantasía sino es bien lograda, esta no debe ser la explicación para el final de cada cuento, porque no sirve como desenlace apresurado que explique las circunstancias, sino mejor llamamos a esta obra, leyendas.

Probablemente, lo mejor que tiene Cuentos macabros y otros horrores es que no es un libro que le quede algo en la memoria al lector para olvidarlo rápidamente. No hay demostración de la formulación literaria y tampoco hay cuidado en la consideración de lo que se desea escribir, siendo que la comuna de La Unión, promueve de sobremanera las historias macabras.

Cuentos macabros y otros horrores. Efraín Miranda Cárdenas. Austrobórea, 2019, 110 páginas.

Crítica: Sara (2019) de Maivo Suárez

 


La primera novela de Maivo Suárez (Talcahuano, 1964); Sara (Kindberg, 2019) inicia con la mudanza de Estela, la hija única de Sara Godoy. Una relación difícil de llevar entre gritos, discusiones, donde la crítica banal por la condición física y sexual no pasa desapercibida. Es decir, no hay resguardo cuando las heridas de la crianza flotan en la adultez, ni tampoco la percepción de repararlas durante la adultez de manera inversa.

Después de sesenta y tres años, la madre se queda sola en el departamento de Santiago, dando rienda suelta a la fantasía del buen futuro. Aquel donde deja atrás, cuarenta años de servicio en la empresa frutícola, se ve enfrentada a los cambios de las relaciones laborales en la que son menos perdurables y una sociedad que se despoja de condiciones que las reprimen. Asimismo, aparecen los proyectos personales que habían sido postergados debido a la maternidad, el profundo deseo de Sara para que Estela le gusten los hombres, la pretensión de encontrar un mejor trabajo y la imaginación de lograr la vejez llevadera. A pesar de que en la novela el círculo de amistades es femenino, careciendo de cualquier deseo masculino y trasladando el afán entre las amigas. En tanto, el mito y la fantasía corren por lugares de la ficción que chocan con la realidad de un país gobernado por miserables. Aquella vejez que escenificada en este volumen con el hecho de comprar la once en tres cuotas de crédito. Un clásico chileno. De igual modo, retoma el tópico del tedio de personajes viviendo en monótonos departamentos santiaguinos.

La narrativa de Suárez instala a su protagonista del siguiente modo: “No pudo dar con esas anunciadas promesas de felicidad de las que se había convencido al renunciar a ByFoods” (68) e insiste luego: “Como si ya no fuera suficiente la pensión de mierda y el dolor de huesos, ahora había perdido a su única hija y además, tenía unos extraños bichos negros en la cocina” (70). Por lo que, actitud de la protagonista huraña simula a la vecina de pueblo que comenta sin tapujos y con absoluto reproche el cotidiano que la envuelve, sin tranzar con sus opiniones y los sentimientos impulsivos. A pesar de esto, intenta encajar entre las amistades: Julia, Mané, Estela y Paula. Para esto irá describiendo comentarios y acciones no solamente políticamente incorrectas, sino repudiables sobre sus vecinas y vecinos.

Esta obra va tejiendo un presente alternado con recuerdos que se mimetizan y en que el tiempo es todo el tiempo.

Si el volumen abre con la separación física de la hija y la madre, la protagonista debe participar del ocaso y el extravío mental de la figura paterna: “El padre le hizo señas para que lo ayudara. Sara lo tomó de un brazo y al levantarlo del sillón, vio el borde acolchado bajo la pretina del pantalón. Pañales. El principio del fin. Durante la última visita al departamento se había meado en los pantalones” (59). La descomposición familiar como un ente inasible e incorregible de una trama que está lejos por enmendar.

Finalmente, Sara (2019) es una de las pocas obras literarias que caracteriza la dimensión de lo que significa la postergación de las mujeres, como una identidad múltiple, dentro de la arrolladora maquinaria del capital siendo productoras de relaciones laborales, maternales, familiares, académicas, de consumo y en la alienante rutina.

 

Sara
Maivo Suárez. Kindberg, 2019, 155 páginas.

lunes, 16 de noviembre de 2020

Crítica literaria: La Marca del Fuego (2017)




La marca del fuego (Oxímoron, 2017) es la primera publicación de la poeta valdiviana Macarena Solís Maldonado (1984). En este libro, utiliza una propuesta desafiante ante las normas introducidas en la sociedad. Para esto utiliza veintiséis poemas que se leen en un solo tiempo, constituidos por versos planos mayormente ligados a la prosa que a la profundidad de la retórica y en la que predomina el lenguaje directo. El tono de desilusión y lúgubre son bastantes perceptibles, igualmente no cabe duda que hay referencias asociativas a la pintura de Judith y Holofernes de Caravaggio. De igual modo, observamos una intensa fuerza como estrategia relevante, porque, ante la escasa empatía y resolución de la justicia, es la única forma contra el feminicidio y estereotipos femeninos.

Siguiendo en esta línea, hay repeticiones innecesarias en los poemas, detalles enfocados en la utilización de la palabra “todo” en tanto situación de oposición. En el poema I aparece como: “Todo el resto/ es relativo y discutible. / Todo el resto es libertad” (9). Luego en el poema VI: Lo rompo todo / con el golpe seco de tu cuerpo sobre el concreto./ Lo rompo todo/ con tu sangre fervientemente pulcra” (14). En el XVII: “el cielo yéndose al carajo en un solo grito extasiado en un Todo que se extingue al palparse” (16). El punto es, la problemática de construir certezas dejando de lado la diversidad de significados que tienen las palabras y el lugar de los vacíos que construye lo absoluto. Esto también se puede extrapolar a otros conceptos utilizados que, en orden de sintaxis, hay desniveles en la obra.

Si el título del libro da cuenta de una huella imborrable y que deja una profunda cicatriz que no sanará durante largo tiempo, encontramos algunos poemas, que por su contenido sobresalen de la uniformidad de otros poemas: “La niña fea abraza sonriente el silencio/ a diario” (30) y “La noche era tibia y clara/cuando Francisca decidió caminar” (31). Ambos configuran, en distintas etapas, un cuerpo femenino discriminado y violentado hasta la desaparición forzosa.

No son pocos los versos donde la hablante se enfrenta a otro masculino, producto de relaciones no saludables y que derivan en una actitud vehemente: “Soy más lejana a ti que la verdad” (9), “Reconocer en la nada/ el crepitar del destino/ fundiéndose en los trazos/ que definen tu sombra al volver” (10), “te miro a los ojos/ y disparo” (14), “Éramos amigos, ahora estás muerto” (22), “Dame un motivo para no matarte” (25) “y mirarte, como quien mira a un ciego” (34). En estas citas, la soledad, la rabia y la rebeldía como lo ejemplifica el último poema “Caín no abraza a nadie en la ceremonia” (35) contra las estructuras sociales son transversales y conforman uno de los puntos fuertes para estos poemas.

Antes de finalizar quisiera rescatar un poema donde presenta las cartas en la que se aleja de la poesía “difícil” o enigmática, privilegiando la experiencia: “No quiero poesía críptica./ Quiero descifrar el puzzle/ trazado en el camino de tierra/ que recorro cuando busco” (11).

La marca del fuego es una obra que no ha finalizado su escritura, y claramente, todavía está en desarrollo y crecimiento. Precisamente, la autora se hace cargo de líneas contingente y de carácter vindicatorias a un sistema que segrega y violenta desde los niveles de relaciones sociales hasta las organizativas.

 

La marca del fuego. Macarena Solís Maldonado. Editorial Oxímoron, 2017, 40 páginas

Gonzalo Schwenke

Valdivia, 2020.

jueves, 12 de noviembre de 2020

Crítica de libros: El misterio Kinzel (2018)

 

El misterio Kinzel. El primer caso de Laura Naranjo (Hueders, 2018) es la primera novela de Valeria Vargas, que ha sido guionista en diversos trabajos audiovisuales. Este volumen de 179 páginas se desarrolla en cuatro grandes capítulos, con Laura Naranjo de protagonista. Ella es una persona independiente, hastiada de la ciudad capitalina, que vive por la avenida Errazuriz, de la comuna Ñuñoa de Chile, y se dedica a investigar sobre criminales chilenos de la primera mitad del siglo XX, entre los que destacan: El crimen de las cajitas de agua, El Monstruo de Carrascal y El crimen de Semana Santa. La detective se enfoca en este último debido a la poca información que existe y haciendo las preguntas correctas.

 

El hecho es el siguiente: durante la Semana Santa de 1947, un joven aristócrata de veinte años, Teodoro Kinzel Feuer acuchilla a su tío, empresario y terrateniente, Alberto Feuer en la casona de calle Ejército, barrio República. La prensa cubre la crónica roja desde la perspectiva sensacionalista ante un posible desorden mental. El culpable es condenado a perpetua, pero fallece en la cárcel de sarampión.

 

En una de las salidas al bar, la protagonista le llama la atención un sujeto que le llaman “el alemán”. Él es un tipo con características similares al asesino de Feuer: “Si el Alemán no era Kinzel, tenía que ser su hermano o su primo. La misma nariz quebrada, la misma quijada, la misma forma del cráneo. La foto era en blanco y negro” (13). Para resolver esta duda, lo sigue por distintos lugares, visitando comercios connotados de la comuna y con larga tradición.

 

El seguimiento al “alemán” permite entrevistarse con él y profundizar sobre los motivos del caso: “Quería que me contara todo sobre Teodoro Kinzel, incluyendo la razón por la que eran tan parecidos. O más bien idénticos. Porque por más que lo intentaba, no lograba sacarme de la cabeza que él y Kinzel  era la misma persona: un asesino que todos daban por muerto” (23). A partir de las deducciones lógicas, Laura obtiene la versión de los hechos, comprobando que estas van por buen camino, permitiendo que la protagonista indague sobre los enemigos y establezca quien es víctima o victimario. De modo que los y las personajes Glenda, Úrsula, Pacheco, Cándida, Jimmy, entre otros, van mostrando sus propias historias –aunque sus apariciones sean sucintas–, vinculando sus historias a la trama y entretejiendo verdaderos callejones sin salida para provocar la inquietud en el lector.

 

Los tiempos de crisis parecen ser espacios de reflexión y de renovación, pero la protagonista avanza de buena forma sin recurrir a la imagen de detectives clásicos. De modo que, se presenta una investigadora con cierta autonomía, bastante natural y traspasando umbrales. Sin embargo, la novela tiene ripios en la que se abusa de los saltos de párrafos en vez de otorgarle continuidad, y un frágil clímax donde sobra la elipsis.

Finalmente, el misterio Kinzel es una novela resolutiva, sobria y bien conformada en distintos niveles, lo que abre nueva franquicia con una mujer de protagonista y por sobre otras cosas, una buena calidad para este enfoques literarios.

 

El misterio Kinzel. El primer caso de Laura Naranjo. Valeria Vargas. Hueders, 2018, 176 páginas.

Publicado en: https://www.laizquierdadiario.com/El-misterio-Kinzel-una-novela-policial-de-la-chilena-Valeria-Vargas