martes, 20 de agosto de 2019

[Crítica de cine]: Héroes de guerra


Héroes de guerra



Los convulsionados años setenta, el frente reaccionario de ultraderecha, la pacífica vida que otorga para unos pocos el orden neoliberal como la protección a los millonarios, sienta en la silla de director a Andrés Wood. Así, la undécima producción, Araña (2019) aparece como una película que va a la segura, al ser apoyado por la industria cinematográfica: 20th Century Fox, Bossanova Films de Brasil, Ibermedia, Magma Cine de Argentina, Banco Estado de Chile, entre otros.
La película se inicia cuando Gerardo (Pedro Fontaine / Marcelo Alonso), maneja por las calles en la que transita cierta migración actual y asesina a un muchacho que acaba de robar una cartera en el sector: “Cuando una persona decide robar, cuando una persona decide apropiarse de lo que no es de él. Está traicionando a toda una sociedad, y sabe que se expone a la muerte” se justifica Gerardo. Su aparición en los medios detonará las alarmas de notables actuaciones en el personaje de Inés (Mercedes Morán / María Valverde) y Justo (Felipe Armas / Gabriel Urzúa). Por lo que ella, en su figura simbólica de católicos remilgados, incapaces de reparar los dolores, manipulará las amplias redes del poder que tiene la derecha: jueces, directores de diarios, políticos, médicos, para impedir que su verdad salga a la luz y mantener la calidad de vida que lograron desde aquella época.
Hace más de cuarenta años, el grupo paramilitar de ideología nacionalsocialista, Patria y Libertad fueron activos saboteadores del gobierno del presidente Allende, los que son caracterizados con un contradictorio discurso político para librar una batalla internacional por el capitalismo y en contra del marxismo. Durante estos años, emerge un triángulo amoroso entre Inés, Justo y Gerardo, que derivará en traición y en desechar el valor del sujeto más precarizado. A todo esto, él continúa creyendo obsesivamente en el discurso del odio, rearticulando a los neonazis actuales (los araucanos góticos) que están atacando a los inmigrantes más frágiles.
El flashback no solo hace patente que el pasado se hace presente, sino que también, escenifica la moral de la derecha en la vorágine de la sobreideologización que dispone al espectador en un ambiente de permanente delirio. De esta forma, mientras los personajes van fortaleciendo o transformando, quedará pendiente la pregunta sobre la forma en que se debilita el carácter de Justo.
La película instala la moral burguesa dueña del país, pero además, la problemática de la inmigración que es atacada en su distinción económica y de raza. No hay que olvidar que Jorge González cantó “El otro extranjero” en el disco Los prisioneros (2003): “Ahora bien, como es ese otro extranjero/ es bacán elegante con don de mando y gran vocación/ empresarial, experto en macro política/ y bioingeniería comercial/ si la ganancia no sube y sube no dudará en expulsar/ y después por medio sueldo volver a esclavizar/al peruano, al chileno, al argentino, al que venga…”. Hoy en día, cuando se ha discutido el concepto de libertad y donde Chile es capaz de aguantar de todo. Quienes ejercen las discriminaciones, los racismos y los clasismos construyen fronteras, que ante el miedo, generan odio. Estas evidentes contradicciones tienen de fondo continúa existiendo una lucha de clases sociales.
Finalmente, Araña (2019) se diferencia del consenso político en Machuca (2004) y de la apología a la Concertación en La Buena Vida (2008), pues estratégicamente, se equivoca al colocar a la ideología política como algo negativo, delirante y renegados, pero que están en aumento de manera palpable en distintos niveles del país.

Título Original: Araña
Director: Andrés Wood
Duración: 120 minutos
Año: 2019
Reparto: Mercedes Morán, Marcelo Alonso, María Valverde, Felipe Armas, Pedro Fontaine, Caio Blat, Gabriel Urzúa, Mario Horton, María Gracia Omegna, Jaime Vadell.




Gonzalo Schwenke es profesor y crítico literario.

Valdivia, 2019.

domingo, 11 de agosto de 2019

[Crítica literaria]: Cola iluminada



Cola Mala (2019) es la primera novela de “El rey feliz”, seudónimo de un periodista que vive en Santiago. A raíz del fallecimiento de la madre, desarrolla en 222 páginas su proceso de afiliación familiar y construcción identitaria social o afectiva, con una narrativa cómica que se apega más a la novela gráfica de Gay gigante (2015), y no a la literatura barroca de Lemebel. Dicha distinción permite establecer qué podemos esperar de este tipo de literaturas de blog y que están dimensionadas en la cultura del consumismo líquido del siglo XXI.
Este volumen de temática gay, y por decisión editorial, está divido en tres grande actos o 32 capítulos breves para agilizar la lectura. Por lo que la autoficción, abre nuevos campos comerciales para la cultura LGTB+ con tintes de autoayuda, como si la experiencia individual enmarcada en un marco ideológico tuviese, por definición misma, la representatividad de lo colectivo. Así, inicia su viaje descubrimiento con el cambio de Colegio de Dios al Instituto Nacional. Entonces, las formas de comportamientos deben acoplarse a la ley del más fuerte y al más burlón entre otras violencias en permanente visibilización: masculinidades en construcción, divergencias, materiales, psicológicas, entre otras.
Son los tiempos de las tomas y las revueltas estudiantiles del 2006 (derrotadas prontamente por los burócratas), el narrador es un asiduo consumidor de la cultura pop mediatizada por la televisión que lo enmarca, e incluso lo diseñan en su imaginación. No por nada, Sailor Moon es un alto referente gay, Kudai (resucitados por enésima vez), las series musicales o sobreactuadas de TV cable, las series Inuyasha o Pokemon. Del mismo modo, son los años de los juegos de cartas Mitos y leyendas, las coreografías del axe, las películas de Harry Potter y el Fotolog al Facebook al Messenger.
No falta el matón del colegio que, en su masculinidad agresiva, cumple con la paradoja de ser curioso con lo homosexual, pero ante la negativa, lidera estas disciplinas de venganza: “[Los] Cuadernos rotos, chicles pegados en la ropa, escupos, útiles que desaparecían del interior de mi mochila y los infaltables papes por mera diversión. Tras la expulsión del señor Rancio el bullying no hizo más que aumentar” (57). El que acusa se vuelve débil y debe ser marginado por los compañeros. En estas micro-sociedades, cualquier defensa de los docentes o el sistema administrativo aumentaría estas situaciones.
Estas personas se encuentran encajonadas, y cumplen con la ley darwiniana, o se adapta al sistema o muere. De modo que, nuestro protagonista desarrolla su estado psicológico: “Las burlas sobre mi sexualidad, eso sí, no me afectaban tanto. Me dolía mucho más sentirme incomprendido, mirado en menos, sin amigos que quisieran jugar conmigo a la hueá que fuese” (58). El denominado Bestia quien tiene una voz aguda, utiliza la vieja confiable de jugar a la pelota, para sobrellevar sus años de homosexual encubierto en el liceo. Este personaje se reconoce como personaje tipo de traidor o converso, que debe permanentemente validarse ante el resto para mimetizarse con los demás.
Al igual que la novela juvenil Mala conexión de Jo Witek, que relata el caso de una niña de 14 años frente a la manipulación virtual de un adulto que la obliga a sacarse fotos provocativas. Los afectados buscan información en la televisión o Internet (porque los padres no son un referente, sino todo lo contrario), pero las respuestas son embrolladas. Además, los encargados han normalizado los distintos tipos de bullying y los alumnos victimarios son reincorporados meses más tarde. Por consiguiente, se ha instalado en la población el honor de sobrevivir a esto, como mérito que te convierte en el buen ciudadano. El mismo que aguanta las alzas en las cuentas de luz, locomoción colectiva, la venta de nuestros recursos naturales a países asiáticos, soportar varios tipos de violencia, entre ellos, la de los empresarios que contaminan el agua, te venden el agua embotellada y realizan un negocio impecable. Ok, recemos.
Es necesario mencionar que la escritura de este periodista es casi oral, con diálogos directos, y precarias reflexiones de su situación de cierto privilegio, pues no observa otras realidades o existencias paralelas, por lo que el grado de victimización es patente y restringido en su alta ingenuidad. Ahora bien, los conflictos que rayan en la anécdota, finalizan tan rápido como los dulces masticables, lo que impide profundizar en estas relaciones que están marcadas en el relato. Es necesario reconocer que, este volumen es un tipo de escrituras de/para blog que representa lo que es, incapaz de salir de este ámbito.

Si bien Cola Mala desarrolla el concepto del viaje en busca de la identidad, el relato no posibilita una diferenciación de este yo con otras subculturas adolescentes como los emos o los pokemones, lo que limita el campo de acción de otras discriminaciones. Asimismo, la personificación de este tipo de gay es una impronta sintética, y donde no todos son de esta manera, pero es el disfraz que mejor puede desplegar.

Cola Mala. El rey feliz. Planeta Ediciones, 2019, 222 páginas.
Gonzalo Schwenke es profesor y crítico literario.
Valdivia, 2019.

lunes, 5 de agosto de 2019

[Crítica Literaria]: Libertad vigilada.

Para los que conocemos el mercado educacional, existe la regla general de castigar con expulsión a los estudiantes movilizados y de reintegrar aquellos que trafican drogas. Este libro no habla de esto, sino que realiza cuadros literarios sobre la vida de un tipo de profesor con alta verosimilitud, y que destaca: la obsesión familiar por las Notas de Enseñanza Media (NEM) las que deben estar relacionadas con el nivel de arancel escolar, los cuestionamientos adolescentes a las órdenes establecidas, la ausencia de los padres, las depresiones de estudiantes y la facilidad para obtener las pastillas, etc.
Si en No me vayas a soltar (2017), el profesor Antonio sufre con alumnos de periferia y el sistema en general, en un relato que todavía daba para mayor profundidad. Este antihéroe, continúa con la senda del triunfo en la novela El sol tiene color a papaya (2019), ganador de un flamante premio comunal. En la que más que obtener un mérito, es un error constante exhibiendo los premios en concursos literarios o estatales los que solo sirven para rellenar la solapa.
El relato se inicia con el diálogo de la inspectora del colegio San Alfonso, que alerta acerca de una alumna problemática, en el regreso del protagonista a un sector de alta plusvalía para ejercer la pedagogía. Este establecimiento de doctrina católica, el narrador señala: “recuerdo oraciones en el patio central, charlas instructivas para rellenar el libro de clases, reemplazos a profesoras enfermas, conversatorios sobre educación sexual” (13). Por lo que, los profesores están normados para ejercer la norma que impone la normativa vigente.
Agustina es una alumna audaz, empoderada y busca lograr sus propósitos sin escrúpulos tanto dentro del colegio como afuera. Ella está en busca de su padre biológico, del que apenas tiene indicios: fue profesor preuniversitario de su madre, el parto se realizó en EE.UU. y el apellido legal es de un amigo cercano a la familia, entre otros. Entonces, el profesor ayudará a la alumna, más bien por obligación que por placer, a hacer enlace sobre una relación padre e hija debido a las exigencias familiares.
El proceso de filiación o afiliación de Agustina pone a discutir las normas sociales privadas y públicas de la familia, más bien, por el reconocimiento y los grados de observación de lo que están haciendo los mayores. Es decir, el abuelo Octavio está implicado en ventas de acciones que no se condice con el mercado y la trama política de las boletas ideológicamente falsas. Mientras que la mamá cultiva la vida sana en la modalidad de neohippie dentro de las posibilidades de salubridad que otorga la región metropolitana: “Así de hippie anda la vieja… hasta instaló una huerta en la casa y se vive alumbrando por unos tomates más feos que la chucha” (25). En este sentido, emerge la dimensión de “lo privado también es público”, representado en la nula responsabilidad de los apoderados en sus espacios empresariales y también políticos, pues los mismos que apelan por la libertad económica son los que evaden impuestos y son excesivamente recelosos por la propiedad privada. El modo en que los apoderados determinan sus decisiones empresariales y que terminan en la esfera pública, delimita la forma de comportamientos de los alumnos entre ellos, lo que hace patente en este volumen: “Los abogados del papá de Raimundo hicieron pública una querella contra el papá de Vicente… el matrimonio del papá de Vicente con la cuñada del papá de Raimundo y, finalmente, un desvío de fondos, una evasión tributaria, un escape al extranjero y una demanda” (38). Generando, no solo un conflicto en la convivencia escolar sino de pautas de conducta del ciudadano del mañana, y que no está, establecido, en manos de los docentes.
Aquí, la relación de género pone a discutir los moldes, ya que los tipos de hombres son taciturnos y apocados continuamente, mientras que las mujeres son decididas y suelen estar un paso delante de ellos. En este volumen existe una corrección de ellas a los hombres y no precisamente en el espacio laboral.
El sol tiene color papaya es una obra que continúa ampliando el subgénero, pero a modo de saga, la del profesor Antonio en los colegios santiaguinos de mayores ingresos. Lo que no está mal, sino todo lo contrario, ya que es una radiografía necesaria sobre las formas en que se desenvuelven este tipo de lugares de privilegios. Sin embargo, al igual que No me vayas a soltar, contiene similitudes en la estructura narrativa como los 18 capítulos breves, y un epílogo donde no es necesario explicar relaciones innecesarias.
El sol tiene color papaya. Daniel Campusano. Pollera Ediciones, 2019, 100 páginas.
Gonzalo Schwenke es profesor y crítico literario.
Recoleta, 2019.