miércoles, 11 de octubre de 2017

Crítica Literaria: "Receta para engendrar un varón."

Receta para engendrar un varón.
Marcos Huaiquilaf Gómez (Valdivia, 1962)
RakiZuam Ediciones, 2016.
95 páginas.
Por Gonzalo Schwenke

Este libro de cuentos está marcado por los recuerdos del pasado de los protagonistas, quienes siempre anhelaron una posibilidad mayor pero están satisfechos con lo que han obtenido, logrado a modo de cápsula en la propia cotidianidad que se ha autoimpuesto, inician una decadencia llena de nostalgia. Huaiquilaf Gómez presenta su segundo libro “Receta para engendrar un varón” (2016), marcado por el pleonasmo del pasado, pero que se valora en la justa medida de tener una prosa ordenada y cumplir con la sintaxis.
El autor utiliza voces masculinas que relatan en estos cinco cuentos, a modo de almanaque, sobre distintas mujeres que circulan en la vida de los hombres. En ellos, el narrador emplea la nostalgia, la recriminación y el desencanto en el devenir que le ha suscitado su historia, como si estuviera imposibilitado de resolver los problemas que ha tenido en relación al amor. Sobra cada personaje intenta sobrevivir a un ente superior, lo que ha provocado y acotado la posibilidad de elección sobre la dirección que pueda a tomar en sus vidas.
Si bien el tema central es el amor, en la dualidad del género hombre/mujer hay correspondencia asimétrica, pues ellas están subordinadas al orden representado en la masculinidad. Son ellos los que planifican, disponen y deciden el quehacer; ellas se mantienen en silencio, muchas veces encandiladas o enamoradas, acatando las decisiones y en lo posible no hablan ni se les otorga voz, ya que se evidencia una situación de culpabilidad, donde evitan emitir juicio para no ser castigadas. En el cuento “cuando no estabas”, dos esposas están en desacuerdo con las decisiones de los maridos: “no se atrevían a planteárselo a sus maridos ante el temor de ser calificadas de sentimentales.” (29) Posteriormente, jamás se enuncia la forma de plantear los resquemores, por lo que se deduce silencio y omisión.
En “el anillo”, dos amantes se encuentran cada martes y jueves en la misma plaza, para luego dirigirse al motel de la zona centro de Santiago. Ante todo, prefieren tener cuidado por donde transitan para no ser sorprendidos por sus respectivas familias, por lo que él se dedica a planifica los encuentros. En contrapartida, la voz de ella es temerosa y llena de culpa por el engaño cometido. Cabe destacar que la capacidad de perdonar los errores del otro radica desde lo masculino: “a su mujer podría perdonarle muchas cosas, pero no a su amante.” (23) De hecho, se establece una jerarquización en los roles de subordinación femenina: primero la condición de esposa y después, más abajo, la de amante.
El ambiente generado por esta narrativa suscita que los personajes estén sumidos en la rutina, pero satisfechos por cumplir con el trabajo de oficina, aunque parezca un acto mecánico. Esta idea de tranquilidad/estabilidad se confronta con la presencia de las nuevas generaciones que no aceptan esta pasividad laboral y están preparados para cambiar de trabajo apenas se les presente algo mejor: “La mayoría jóvenes. Yo los entiendo. Ellos quieren ascender rápido y consolidarse en el menor tiempo posible. Cinco o seis años les parece demasiado.” (68) Así, la mecanización laboral se extiende también a la existencia de los sujetos pese a representar el desencanto. No por nada, en ciertos pasajes reconocemos el perfil de Martín Santomé, personaje principal de “La tregua” de Mario Benedetti, para quien el trabajo es el centro principal de su vida y es a partir de allí donde se enlazan los demás personajes.

Finalmente, el autor genera un conjunto de cuentos que están sumidos en la rutina de oficina con un tono desesperanzador, nostálgico y esquematizado, donde toda referencia social debe estar normada y establecida para no desestabilizar la realidad de ficción que ha construido.

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