Maule
(Editorial De la Lumbre, 2025) de Trinidad Castro (Curicó, 1985) es una novela que
evoca la infancia rural en Chile. No es cualquier niñez la que nos presenta,
sino una con privilegios, hija de padres empresarios del rubro agrícola y con
un bienestar distinto a las otras personas que la rodean.
La
obra está construida por múltiples fragmentos donde no se señala el inicio o
final de cada recuerdo. Aunque la memoria no es lineal ni completamente
confiable, predomina un tono optimista y de gratitud hacia la infancia. Dicha
etapa de crecimiento transcurre sin mayores preocupaciones, donde el personaje
principal y sus hermanos se dedican al juego y son atendidas por las empleadas
domésticas que siempre las mimaron, incluso por sobre los hijos propios.
La
narrativa se enfoca en el ensimismamiento del sujeto femenino donde no
interactúa con personas diferentes a ella, ya sea por curiosidad o negación.
Esto moldea su identidad y visión de mundo. No hay un colectivo y si aparece,
la protagonista está lejos y no se involucra: “Luego venían los temporeros y
los camiones. Nosotros mirábamos desde el camino cómo llenaban las gamelas que
canjeaban por fichas de póker y después las fichas por la paga y una hogaza de
pan” (38). Tampoco se observa problematización del sistema laboral en el campo
chileno, debido a que, estas situaciones están higienizadas, mientras que la
patronal, a través del sistema de pago, ejerce un control económico-material que
influye en la sociedad rural.
Parece
que optar una voz infantil evita abordar las dimensiones políticas que implica
crecer en un entorno con prerrogativas. Es decir, que tenga acceso a un baño
con alcantarilla y, en cambio, su amiga de juegos, la inquilina Jessi, dependa
de un pozo negro, resalta los contraste y visibiliza las desigualdades,
colocando de esta manera en evidencia las contradicciones que el neoliberalismo
celebra y justifica.
La
obra tiene un enfoque que permite una exploración más personal, de
agradecimiento y asombro, pero tampoco hay una mirada crítica de hechos que
conforman el pasado, sino más bien, se presume: “Nos recibían como reinas
cuando acompañábamos a papá, y nos traían un tazón de plástico con leche tibia
y un pan con palta que era distinto al que comían los niños de ahí” (40). No
solamente hay una distinción de clase sino también, una situación hedónica
donde hay diferenciación y sobresalgo.
La
“Ñora” es la empleada de casa que mayor tiempo acompañó a la protagonista, ella
fue leal a los patrones y crió a los cuatro hijos hasta que estos se fueron de
la casa, o del país. En el relato la narradora la recuerda con añoranza en los
años en que estuvo bajo su cuidado, su preocupación y los afectos. Durante
aquel tiempo se generó un importante cariño hasta su muerte: “La Ñora se murió
en la noche. Estaban sus hijos, estaba mi hermana. Yo seguía lejos” Se observa
la imposibilidad de no poder acompañarla en los últimos días, pero también un
grado de expiación, mediante la escritura para subsanar, el peso de la culpa al
no alcanzar a agradecer lo trabajado hacia ellas.
La
escritura sobre la infancia en un tono autoficcional resulta siempre evocador,
íntimo y propicio para explorar la memoria y purgar castigos, porque la mayoría
de estas literaturas transitan por la edad de oro de la infancia donde hay un
intenso vínculo con sus progenitores/cuidadores. Esto sucede en Maule
(2025) de Trinidad Castro, la narrativa se presenta como una trama porosa, ya
que nos revela un paisaje idílico, aparentemente inocente y lejos de la
composición de la sociedad maulina. Sin embargo, tras esta fachada, la autora inadvertidamente
refleja una desigualdad profunda en el Chile rural, una realidad que los padres
contribuyen a mantener.
Maule
Trinidad
Castro Amenábar
88
páginas
Editorial
de la Lumbre
2025.
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