Al
leer Chañar (Editorial La Calabaza del Diablo, 2025) de Gabriel Ocaranza
Rojas (Copiapó, 1995) lo primero que salta a la vista es su estructura
fragmentada, compuesta por innumerables capítulos breves y donde los fenómenos
naturales como la camanchaca, desde Caldera a Copiapó, desde la costa hasta el
valle, cubren un manto sigiloso de historias no contadas.
El
formato de la obra combina la crónica, la narrativa y la prosa poética. Para
esto, emerge la figura del paseante urbano, “el flâneur”, que recorre las
calles de Copiapó y plasma sus impresiones en frases cortas y párrafos
escuetos, consolidando un estilo marcadamente minimalista.
El
caminante recorre y convive con los habitantes de a pie y viaja en buses
interurbanos, converge en la Plaza de Armas entre rancheras, corridos y ventas
de “chucherías”, retrata el abandono Teatro Windsor de Chañaral y la situación
andrajosa de la cultura local, el Museo Mineralógico y la anécdota de la piedra
falsa mostrada en la televisión, los perros abandonados que circulan por la
ciudad mordiendo a las camionetas rojas de la minería, rescata y valoriza a
poetas, teatreros, actores, el paso de distintos circos por la ciudad y el
local de completos quemado completamente.
Este
minimalismo en la crónica problematiza la forma en que observa a los
habitantes. El volumen no establece mayor distinción entre peruanos y
colombianos, lo que da cuenta de que no hay mayor interacción con la diversidad
de los residentes, de igual modo, descarta la presencia indígena, porque, en el
mejor de los casos, está reducida a influencias y reapropiaciones lingüísticas.
El
poblado se encuentra en un entorno donde los fenómenos naturales predominan y
dictan el ritmo de vida de los habitantes. Esta conexión con la naturaleza se
plasma en la frase: “Desde las costas de Caldera viene entrando la camanchaca a
Copiapó”. Esta neblina costera del norte de Chile, no es un mero detalle
climático, es una condición que se impone. Su llegada desde Caldera hacia el
interior es un evento que envuelve las calles y da identidad.
Desde
Caldera hasta Copiapó la zona es reconocida por su aridez, un rasgo distintivo
del desierto de Atacama en Chile. Sin embargo, esta condición desértica no
impide la dualidad de lo árido y la fertilidad de los naranjos, una realidad
que se ve vívidamente reflejada en sus atardeceres.
Como
señala este volumen: “Las tonalidades del anaranjado abundan en el ojo
copiapino como si en el firmamento creciese fuerte un naranjo”. Aquel que
enuncia opta por no describir las esperables polvaredas de la pampa, sino que
enfatiza cómo la percepción de los habitantes ha internalizado el entorno
anaranjado de su realidad.
En
esta crónica hay una voz personal que visibiliza la historia de la ciudad de un
modo singular, al referenciar de modo implícito el estilo de Nicanor Parra: la
lucidez desencantada y el lenguaje de la antipoesía: “El mineral de Chañarcillo
saldó la deuda de Chile, pero nos dejó puros deudos”. Esta ironía y pragmatismo
desoladora no solo rescata un hecho histórico de la bonanza económica que el
Chañarcillo aportó a Chile, sino que tras esto, está la paradoja de un progreso
fatuo, en la que se cimentó sobre la pérdida de vidas humanas.
Chañar
(2025) contiene una mirada crítica y mordaz sobre un Copiapó desaliñado y fascinante
por la naturaleza que somete a lo humano. Sin embargo, hay un tono ingenuo y
candoroso sobre el estado de la cultura en el presente, lo que implícitamente
sugiere un pasado de gran esplendor. Junto con esto, la obra ambientada en la
región de Atacama, rompe con el dominio de las autoficciones de clase media
santiaguina, contribuyendo así a expandir y descentralizar la literatura
chilena.
Chañar
Gabriel
Ocaranza Rojas (Copiapó 1995)
Editorial
La Calabaza del Diablo
2025
48
páginas.
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