domingo, 8 de marzo de 2015

ENSAYO: Hacia una identidad del niño huacho en la novela El roto (1920), de Joaquín Edwards Bello.


Por Gonzalo Schwenke

El roto (1920) es un documento de carácter naturalista, de observación y de compasión humana, que ha surgido como un reflejo del sadismo y de la crueldad nacional, donde hay que evaluar el momento histórico de dicha evaluación porque esta perspectiva se instala desde la lacra de la sociedad, en la miseria tanto física como moral de sus personajes. En este caso, el narrador nos introduce en la lección del robo callejero.

“Los niños no son agentes activos en la historia adulta”, es lo que señala el historiador Gabriel Salazar en su libro Ser niño “huacho” en la  historia de Chile (siglo XIX). Lo anterior da pie a un tema de relevancia tanto nacional como latinoamericano, y que se aboca principalmente, a la conformación de nuestra identidad nacional y a la valoración o no, del sujeto infantil ante los ojos del historiador. La acepción se transforma en realidad si analizamos la novela de Joaquín Edwards Bello, ya que los niños son parte de un todo, viven del robo y rondan el prostíbulo famoso llamado La Gloria. Estos niños que aparecen en la novela no tienen mayor educación de que la calle enseña, la viveza o el pillaje.

“Los chiquillos eran tres, igualmente sucios, de casposas pelambres, con pulseras de mugre en las piernas. Uno era débil y contrahecho, le llamaban Pata de Jaiva por tener los dedos de los pies abiertos y puntiagudos: otro, como de quince años, con costras en la cabeza, picado de viruelas; y por último uno chico, bien proporcionado, de facciones regulares, pero con la expresión torva y todas las marcas del vicio precoz.” (Edwards Bello, Joaquín 2007: 6)

Desde el punto de vista historiográfico, hemos conocido de los testimonios y documentos que en torno a la realidad nacional y latinoamericana se han escrito[1]. En este sentido, el concepto de identidad ha permitido describir y dimensionar el actuar de determinadas sociedades, considerando sus vivencias y sus momentos más importantes. Su construcción ha dependido mayoritariamente de una conciencia política e histórica, pero siempre considerando la visión del adulto y lo que éstos han fabricado a lo largo del tiempo.

Haciendo un breve recorrido en torno a la construcción de nuestra identidad tanto nacional como latinoamericana, podemos señalar que ésta tiene sus raíces en procesos sociales, políticos y culturales que han marcado algún grado de pauta. Señalo aquí, una serie de momentos históricos ampliamente compartidos y en cierta forma, homogéneos: La conquista, el periodo de la colonización, la independencia, la época de las dictaduras (y que se sucedieron en forma igualitaria para toda América Latina), etc. Eventos que han servido para, posteriormente, explicar la conformación y la cosmogonía de una sociedad en particular. Siempre, eso sí, sustentada bajo la mirada de lo que han hecho y construido los adultos y lo que la misma historiografía ha escrito de ellos.

Un claro ejemplo de lo preliminar, es la construcción de la identidad nacional mestiza, tanto masculina como femenina, desde una perspectiva simbólica: el Marianismo. Sonia Montecino (2007) se refiere a la imagen de la mujer y la del hombre latinoamericano, influenciada en gran parte, por la confrontación entre dominador y dominado en época de la Conquista. La mujer indígena, la ciudadana devota y pobre, llena de esperanzas a realizar ha de verse ampliamente identificada con la figura de la virgen María.

“En efecto, la niña de la vida en Chile, es un caso aparte. Algunas ocultaban sus nombres verdaderos y habían huido de su tierra para no manchar a la familia. Soportaban sin emoción la caída como soportarían en adelante los golpes y ultrajes, sin inmutarse, con el fatalismo indígena, hijo de la guerra apasionada de la conquista, la semiesclavitud de las encomiendas, los terremotos, inundaciones y saqueos. En sus rasgos llevaban impresa la historia violenta de la conquista y sumisión” (Edwards Bello, Joaquín 2007: 10)

Esto en el sentido que ha de criar a un hijo en completa soledad. El español, en su calidad de dominador, toma a la indígena como parte de su propiedad. De esta unión nace el niño “huacho”, principal sujeto que describe al hombre latinoamericano. Será un niño criado en completo abandono y que conllevará a ciertos patrones identitarios:

“La noción de huacho que se desprende de este modelo de identidad, de ser hijo o hija ilegítimos, gravitará en nuestras sociedades- por lo menos los datos para Chile así parecen indicarlo- hasta nuestros días. El problema de la ilegitimidad/ bastardía, atraviesa el orden social chileno transformándose en una ‘marca’ del sujeto en la historia nacional, estigma que continúa vigente en los códigos civiles” (Montecino, Sonia 2007: 50)

Es así como considerando la imagen de este “huacho”, se desprende un modelo de identidad. Una teoría que por lo demás, se sustenta a partir de un momento histórico y cultural que marca considerablemente la realidad de un país y de un territorio latinoamericano.

Sin embargo, hasta aquí no hay sino un intento de ensamblar una identidad ampliada de género: lo masculino y lo femenino. El niño que es abandonado, es quien luego crece con la conciencia de haber nacido en la ilegitimidad, aún así, el discurso historiográfico excluye la voz de ese huacho, omitiendo lo que piensa y siente respecto de ese duro porvenir.

Para el caso de Chile, el “huacho” ha de transformarse en ese símbolo identitario que para Salazar, se hace necesario rescatar. Esta ausencia, percibida en primera instancia como la ilegitimidad, es también símbolo de lo in-nombrado. El autor habla del drama de ese niño huacho y de cómo la historia pasa ante sus ojos sin ser considerada por nadie. Para Salazar, este aspecto se evidencia en la historia escrita. El historiador ha trabajado ignorando tanto la sensibilidad como el accionar de la población infantil, apreciando solamente a la masa adulta, como principales agentes sociales. Por otro lado, y haciendo hincapié en la óptica infantil, la historia también pareciera serles ajena. Lo que se escribe y se ha escrito, no es sino el intento por retratar una realidad inentendible o alejada de su mundo. Su cultura a partir de esa infancia, se sitúa en un polo completamente enajenado y diferente al del universo adulto e historiográfico. El autor además señala que “hacer historia de niños es, sobre todo, una cuestión de piel, de solidaridad, de convivencia, de ser uno mismo, más que de métodos y teorías. Se trata de `sentir´ la humanidad propia y convivir el ´sentir´ de esos niños.” (Salazar 2006: 92). Hay aquí un evidente llamado de atención, pues la historia del niño, a partir de la óptica del historiador, no ha sido lo sufrientemente contemplada y bien tratada.

Y en justificación de ese universo infantil que no ha tenido cabida en la conformación de la identidad nacional, también señala que  (…) La densa realidad social, cultural y política que satura la identidad de los padres tiende a ser filtrada por éstos, para exprimirles lo que debiera captar la pupila del niño, para dejar caer sobre él, gota a gota, la esencia pedagógica de esa realidad. (pág. 131) 

Desde esta perspectiva, la identidad nacional se torna más compleja de definir y delimitar. Tal como lo señala este autor, la historiografía debería ampliar ese campo de observaciones y ver hasta qué punto, el universo infantil aporta a la conformación de esta identidad ya más genérica.

Ahora bien, para adentrarse en el trabajo del historiador, habrá que considerar, probablemente, la ideología que éste proyecta, y por qué no, el grado de imaginación y conciencia en cuanto a los hechos relatados. A este punto, menciono el aporte de Benjamín Subercaseaux (1999), quién se refiere al modo en cómo es tratado el concepto de identidad, desde el punto de vista imaginario. El autor señala que hay quienes han manejado la idea de identidades culturales o nacionales como:

“algo carente de sustancia, como identidades meramente imaginarias o discursivas, como objetos creados por la manera en que la gente, y sobre todo, los intelectuales y los historiadores, hablan de ellos (…) Para los autores que sostienen esta postura de tinte postmoderno, la identidad es una construcción lingüístico-intelectual que adquiere la forma de un relato, en el cual se establecen acontecimientos fundadores (…) Los libros escolares, los museos, los rituales cívico-militares y los discursos políticos son los dispositivos con que se formula la identidad de cada nación y se consagra su retórica narrativa” (Subercaseaux, Benjamín 1999: 44-45).

De lo anterior, se concluye que para algunos, la identidad es una elaboración simbólica e intelectual. Y viéndolo desde esta perspectiva, también podría agregar que la tradición juega un rol esencial, en el sentido que se ha mantenido un carácter selectivo y muy limítrofe de información. Ningún libro de historia de Chile, ha basado su estudio netamente en la población infantil. El niño no es percibido como un sujeto, y se presenta, más bien, como un ser invisible y ajeno.

En tal caso, puede que esta invisibilidad, radique en ese temor o en ese pasado histórico recargado de olvido y lejanía. El “huacho” de algún modo, significa esa marca ausente que se manifiesta no sólo como representante de lo masculino, sino además como un problema, una búsqueda incesante al reconocimiento y a la posición activa en esa retórica narrativa.

En cuanto a ¿por qué se hace necesario revalorar la mirada y la posición del niño en la noción de identidad? Evidentemente, la necesidad radica en que los niños son el futuro, el porvenir y la nueva forma de vida. La exclusión de ese grupo es a la vez, excluir una verdad, un sentido ético de nacionalidad, una viva conciencia. La educación por su parte, debe comprometer a ese grupo en la acción de un país y viceversa. Y el historiador en tanto, debe llenar ese vacío.

Ahora bien, desde la óptica del niño y tratando un poco de expresar su visión de mundo, esa identidad, debería reflejar en cierta forma, una serie de rasgos compartidos con los otros niños del país. Como también clarificar, de qué forma la infancia vive su alteridad con la sociedad adulta y con la historia escrita. ¿Se sentirá identificado con aquella realidad nacional, muchas veces estudiada en la asignatura de historia o tal vez, vista en algún noticiero? ¿Cómo percibirá el discurso político de esos líderes nacionales? ¿Les llamará la atención? ¿Todos los niños sentirán el peso de la historia de la misma manera o vivirán en el completo limbo? 

Anteriormente, señalé el rol de la educación para tal caso. Ciertamente, el papel de la escuela y la forma de enseñar y de percibir la sicología infantil, influirán en gran medida, para que ese niño sea valorado y se valore como chileno. Aspecto que podrá notarse en la literatura leída, en los juegos, en la familia que le rodea, en los amigos, y por qué no decirlo, también en lo que recibe de los Medios de Comunicación. Por ejemplo, si un niño crece escuchando lecturas basadas en el entorno geográfico de nuestro país, con personajes típicos de nuestra idiosincrasia, es probable que cultive una conciencia más específica de lo que significa ser chileno. Al contrario de otro niño, que crezca viendo seriales de televisión extranjeras. O en el caso de los niños pertenecientes a sectores más populares, educados en establecimientos municipales, con múltiples problemas familiares (hacinamiento, drogadicción familiar, abandono), en contraposición al niño nacido con mejores comodidades y una mayor variedad de oportunidades, quienes son educados en Colegios privados y sectorizados, así también de una solvencia para sustentar estas posibilidades.

Claramente, aquí puede llegar a percibirse una diferencia en cuanto a la apreciación de esa identidad, sin embargo, ni siquiera está la tentativa por dilucidar ese fenómeno. La infancia es subestimada e ignorada y poco se hace por describirla. Hasta el momento, el intento por revalorar esa imagen del niño a partir del “huacho”, (para Salazar)  ha sido uno de los pocos momentos de análisis y reflexión. Interrogantes tales como, de qué manera vivieron los niños, por ejemplo, sucesos como la Independencia o el Golpe de Estado, o los testimonios ocultos tras el ensamblaje adulto, son los que han servido de motor a esta búsqueda que poco se ha notado. Sin embargo, el cuestionamiento está y la necesidad aún sigue vigente. Por el momento, no queda más que continuar escudriñando la historia de los adultos. Los niños, tendrán que seguir en la espera constante de esa extraña y aún vaga forma, de retratar nuestra identidad.

BIBLIOGRAFÍA:
·         EDWARDS BELLO, Joaquín. 2007. “El roto”. Ed. Universitaria. Santiago, Chile.
·         MONTECINO, Sonia. 2007. Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno. Cuarta edición ampliada y actualizada. Ediciones Catalonia. Santiago. Chile.
·      SALAZAR, Gabriel. 2006. Ser niño “huacho” en la historia de Chile (siglo XIX). Ediciones LOM. Santiago. Chile.
·         SUBERCASEAUX, Benjamín. 1999. Chile o una historia loca. LOM ediciones. Santiago, Chile.




[1] Véase los cuentos: “El matadero” de Esteban Echeverría  y “El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini, entre otros.-

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