jueves, 14 de mayo de 2015

Crítica: “El Sátiro” o los hombres no lloran

“El Sátiro” o los hombres no lloran
Martin Muñoz Kaiser (Valparaíso, 1980)
Austrobórea Ediciones, 2015.
150 páginas.

Por Gonzalo Schwenke

Novela Porno-Existencialista

De la línea de narrativas eróticas conocemos una aceptable variedad de escritores que se vieron obligados a utilizar máscaras para proteger sus vidas delante de una sociedad moralizante y de estructuras inquisitivas. Quienes se confrontaron a ella, fueron castigados. Todos estos libros sortearon la censura de su época, y distribuidos bajo el manto del escándalo, cambiaron una serie de elementos que ya pertenecían con anterioridad al tabú y ampliaron las normas mediante la obscenidad del lenguaje: lo que era “hacer el amor” en follar y culiar; lo que era “ardor” en calentura, y toda la gama de palabras que combaten día a día el pragmatismo del lenguaje victoriano.

“El sátiro”, novela porno-existencialista, surge de la idea de hacer un trío concebido por Néstor, su esposa y la scort con el pretexto de abrir el apetito sexual en un alicaído matrimonio. A partir de allí, el protagonista está construido con elementos que redundan en el melodrama de lo pusilánime, el fracaso matrimonial y la excesiva rutina que acosa a Néstor. Pese al desánimo, el sexo es su talento escondido que desarrollará con mujeres liberales y con dinero, quienes inquietarán el pasado de Néstor.

La única forma de hacerle justicia a los géneros menores es no subiéndoles el pelo. En este mismo ámbito, la sección erótica —que es como, la venden primero—, es un subgénero preferente y predominantemente para hombres, cumple con casi todos los fetiches de la novela; un varón que dura tres horas de sexo ininterrumpido demostrando gran talento, dos mujeres que dejan de lado al varón, o nuestro varón que utiliza sus manos en la intimidad de la dama, mientras ella grita con indefinibles gemidos pero que, en ningún momento, se devela el gozo de sus personajes, ni sus sentires ni menos sus exclamaciones. No hay nada más cansador que una novela erótica con una voz narrativa caracterizada por las formalidades de un lenguaje poco creíble, forzado y cursi, una voz que se apropia de cuerpos erotizados y los viste de un manto de adjetivos preciosos que no vienen al caso. Ahora bien, si la portada de la novela es una visualización sexual y estereotipada de las mujeres, ¿por qué en los capítulos siete y ocho se niega el relato de continuaciones de las relaciones eróticas?

Por otro lado, esta novela se vende como existencialista, que no es más que el viaje del personaje hacia el desengaño de su propio camino, confundida con un segmento de información requisada de los anaqueles e incrustadas en un diálogo aparentemente estático. Si bien, con Teodoro Angelopolous o Cristián Alberto Hoffman este recurso bien puede valer la pena, en los personajes femeninos (aparte del fetiche sexual) se muestran representadas maravillándose con el relato legendario, aconsejando sobre situaciones personales, etc.


El argumento se fortalece únicamente en el final de la novela y con el evidente fondo cebollín, adquirido en los extensos diálogos sentimentales, los que transformarán al personaje hacia un nuevo camino, que develará decisiones y que definirán a Néstor, como el protagonista de un talento oculto pero enajenado de lo que realmente es en su portada.

En definitiva, “el Sátiro” es un libro que le falta pulir su narrativa. Atreverse a escribir pornografía no es calentarse por lo que tu mujer no podrá hacerte sino alcanzar un nivel de transgresión que te distinga del resto y por demás, configurar políticamente el libro en la actualidad.

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