lunes, 24 de octubre de 2016

Crítica literaria: "El lugar sin límites" (1984)

El lugar sin límites
José Donoso (Santiago de Chile, 1924-1996)
Bruguera Ediciones, 1984.
207 Páginas. (4ta. Edición)


Por Gonzalo Schwenke


Una de las obras destacadas de la generación del 50’ es El lugar sin límites (1967), escrita por José Donoso (Santiago de Chile, 1924-1996). Esta novela narra la decadencia del capitalismo en Estación El Olivo, un pueblo ubicado en las cercanías de Talca. En aquella localidad hubo un tiempo de esplendor producto del desarrollo industrial, pero el brillo del dinero comienza a esfumarse a causa de algunas decisiones políticas. El pueblo no interesa para el progreso del país: “Las noticias que trajo don Alejo Cruz fueron malas: no iban a electrificar el pueblo”. (29)

La historia se desarrolla principalmente en el burdel de la Japonesita, adonde llegan hombres buscando la resaca del carnaval frente al aburrimiento de sus vidas diarias. Mientras tanto, Don Alejo, latifundista y político, promete una carretera y la electrificación de la ciudad para su reelección, lo que nunca cumplirá.

En otro nivel del texto, emerge una inversión de la heteronorma, de lo sentimental basado en relaciones de poder, es decir, una distorsión del acto sexual a través del concepto de entrega de amor para con el otro y determinado por intereses políticos. En los tiempos de gloria del burdel, Don Alejo y la Japonesa Grande apostaron la mitad del burdel a si esta última lograba tener relaciones sexuales con Manuela, de nombre real: Manuel González. De esa inocente jugada, nació la Japonesita, quien años después llevará el mando del prostíbulo.

El conflicto principal surge tras el regreso de Pancho Vega, quien había huido del pueblo debido al gran alboroto que provocó el año anterior tras violentar el burdel, golpeando a Manuela y a la Japonesita. Manuela, pese a los permanentes excesos y agresiones que ha sufrido, revela que ha ocultado por años su amor por Pancho. Así, la máxima tensión se produce cuando ella intenta besar a Pancho, lo que provoca una reacción violenta por parte de éste.

Predomina el estilo indirecto libre, donde el narrador omnisciente hace suyas las palabras de los personajes para abordar de mejor manera la historia, que paralelamente es una mirada totalizadora porque todo lo domina y en ocasiones se identifica con ellos: “Faltaba media hora para la misa. Media hora inofensiva, despojada de toda tensión por las noticias de la Nelly: ni un camión, ni un auto en todo el pueblo. Claro, fue sueño. No recordaba siquiera quién le vino a contar el cuento. Y los perros. No tenían por qué andar sueltos en la viña en este tiempo, cuando ya no quedaba ni un racimo que robarse. Bueno”. (9) De esta manera, el relato parte in media res (en este caso, no lineal). El pasado es parte de las decisiones de un cotidiano que interfiere en los significados de procedencia, tales como el origen de la Japonesita o la relación entre Don Alejo y Pancho.


Los personajes son dinámicos y evolutivos, porque van adquiriendo rasgos sicológicos a medida que avanza en la obra: Don Alejo pasa de benefactor a un ser ruin, miserable y sin escrúpulos; Pancho, de hombre honesto y noble, a violento y extremadamente machista; en tanto, la degradación física y espiritual de Manuela se homologa con el declive de la casa y, por ende, del pueblo.

La obra destaca por la minuciosidad con que representa las provincias en franca decadencia, situando lo marginal como el centro de una ciudad conservadora y en un estado de enclaustramiento fóbico, donde se desarrolla la violencia y la política en personajes dotados de dinamismo, quienes finalmente canjean los roles establecidos en apuesta por el poder.

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