jueves, 20 de septiembre de 2018

Crítica Literaria: El origen de la violencia.



Por Gonzalo Schwenke
Profesor y Crítico literario.


Las letras nacionales suelen tener una producción restringida sobre la vida criminal y los bordes. Pese a existir una nueva generación de escritores, algunos supuestos “herederos” contemporáneos no dan con el ancho, ya que existe una ausencia de aventurarse o los planteamientos carecen de sustancialidad literaria. En oposición a la escritura de sus antecesores quienes se inmiscuían y ajustaban los hilos de la narración de aquel mundo. Por esta razón El silencio de los malditos (2018), emerge como una obra que cuestiona el determinismo y los destinos de los protagonistas, con una voz que abre los recovecos más degradantes de las personas insertas en el sistema carcelario chileno, pero siempre con una mirada sensata ante la bestialidad, perversión humana y ensañamiento con los cuerpos apresados.
En esta primera novela de Carlos Pinto (1959) el narrador testigo encarna la figura del periodista de televisión, quien obtiene la entrevista exclusiva en la Penitenciaría de Santiago, en tiempos en que se debate sobre la pena de muerte. El culpable utiliza al periodista para contar su verdad de los hechos: “respondo por mis actos, pero necesito que alguien sepa cómo acontecieron los hechos, que se sepa mi verdad”, no obstante prohíbe el ingreso de artefactos tecnológicos que puedan registrar el testimonio, así la memoria ficcionaliza el relato conseguido, no siendo esta una biografía.
El culpable de violación y homicidio de un menor es Eugenio Loyola. Un delincuente acostumbrado al robo y a la cárcel, asediado desde la infancia por múltiples formas de violencia, amarrado a la condición social y al trauma de la ausencia del padre debido a las consecuencias de la ley maldita (1946). Por lo que la miseria y la deserción enmarcan a este sujeto en un fijo sector de nuestra historia nacional.
La estructura del libro arranca in extrema res. El lector conoce el grueso del final, sin embargo desconoce los orígenes de la violencia que están supeditadas a decisiones republicanas. Del mismo modo, sabiendo que hay un final coherente con el género, no es sino, hasta en los últimos capítulos en el que aparecen las causas y los hechos del escabroso acontecimiento homicida.
Los procesos históricos consistentes en reducir las libertades individuales y colectivas provocan que los sectores más precarios como vendedores ambulantes, mendigos, las casas de putas y los conventillos se vean envueltos y excluidos socialmente. Así pues, se presenta la ley maldita dictada por González Videla, quien no soportando las presiones del partido comunista, los censura, convirtiéndolos en opositores y encarcelándolos. De modo que, el presidente del sindicato de una barraca maderera, Félix Montesinos y René Loyola, comunista creyente, caen presos siendo llevados a campos de concentración en Pisagua, siendo torturados y humillados por los militares. La detención de este último frente a los ojos de su hijo menor, Eugenio. Entonces, la imagen de cómo se llevan a su padre en la parte de atrás de la Studebaker del 41 quedará en el inconsciente del infante. Muchos años después la escena se repetirá. Es la dictadura militar y los adherentes civiles quienes realizan la misma actividad de represión pero sistematizado orgánicamente en distintos niveles: la misión es ubicar, apresar, torturar, delatar, asesinar y desaparecer para limpiar el país de una supuesta guerra.
En 384 páginas lo relevante no es el hecho principal, sino las microhistorias de los personajes aleatorios que transitan tanto en la marginalidad como en sectores acomodados. El dominio de estos relatos posibilita que el narrador entre y salga con agilidad del relato, cumpliendo con el denominado thriller pero también con el realismo social. Igualmente, en este volumen solo hace falta el humo característico del programa “mea culpa” para exponer el caso de Cupertino Andaur.
Los personajes secundarios se despliegan en la vida de Loyola, los que están distribuidos en los veintiocho capítulos que lo componen: el cardiólogo para la tortura Agustín Vergara, los auxiliares enfermeros Luis Méndez y Juan Báez, el amor de la madre soltera, Margarita. Nada hacía presagiar que las secciones de personajes episódicos como el encuentro entre el senador Allende y el teniente Pinochet en Pisagua, el trágico capítulo del Padre Anselmo Olivares o detenciones de militantes opositores a la dictadura ubicados en casas de seguridad desnivelarían este libro. Si bien, es información para dar realce a lo que está sucediendo en el entorno, este solo están en tercer orden y es parte del discurso autoral que fortalece la idea de que las existencias son cíclicas. La que corresponde al regreso de Eugenio a la cárcel. Este ingresa al módulo de los presos políticos de izquierda quienes lo ayudan a salir de su analfabetismo permitiéndole darle sentido a su vida, meses previos a la fuga de los subversivos con el dictador en el poder.
Para que los lectores puedan comprender la narración aborda los intereses y la vida privada del protagonista, los desvelos analizando su situación dentro de la cárcel, los pesares amorosos, los vicios, las angustias iniciales y finales, siendo fundamental la escasa relación con la familia: su madre en el hospital y sus hermanos Vladimir y Manuel, o con sus parejas, particularmente con Margarita.
A pesar de concluir el desenlace con premura, diversos elementos referidos a las definiciones, al ambiente de los bajos estratos que cruzan el Chile del siglo XX, las marcas textuales y el contexto sobre las motivaciones del protagonista para consumar el delito, hacen de esta novela sea una pieza crítica del funcionamiento de las instituciones y su rol en la sociedad.

El silencio de los malditos (2018). Carlos Pinto, Ediciones Suma, 2018, 384 páginas.

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