jueves, 6 de junio de 2019

[Crítica de libros] Exprimir las memorias del sur.


Extraído de Elmostrador.cl

Quercún
Sergio Mansilla (Achao, 1958)
Libros del taller Ediciones, 2019, 158 páginas.

Los talleres literarios son oportunidades para hacer comunidad y compartir perspectivas sobre literatura. En Castro de 1975, emergió una de las actividades culturales más importantes durante la dictadura y que tiempo después, abasteció a Valdivia. Según el relato de Carlos Trujillo, el taller Aumen partió tras una conversación con Renato Cárdenas, quienes compartían salón en el Liceo Coeducacional. En aquel lugar, el autor comenzó a desarrollar las primeras tareas literarias siendo estudiante.
Aquel taller que duró poco más de una década, tiene entre su historial uno de los hechos más resonantes: la detención del narrador José Donoso y su esposa, María Pilar en enero de 1985. El Comité de Defensa del Pueblo (CODEPU) realizó una manifestación pública en relación a profesores exonerados de liceos municipales. Los afectados pertenecían al gremio y a los talleres literarios Aumen y Chaicura. Las detenciones de veinticuatro intelectuales bajo el precepto de realizar “reuniones políticas contra el Gobierno militar” tomó altos ribetes generando un gran escándalo internacional debido al arresto de Donoso. Pero esa es otra historia.
En el poemario Changüitad (2016), la poética de Sergio Mansilla explora el regreso al lugar de origen, colocando a disposición los recuerdos y el desarraigo como elementos transversales. Un largo tránsito sobre las identidades, los despojos y la búsqueda por generar luces de ese pasado. En el intertanto apareció Ventanas empañadas (2018), volumen con una voz introspectiva que relaciona la escritura, los dolores y el tránsito hacia la muerte.
La reciente publicación de Quercún (2019), es la continuación del primer libro mencionado. Esta propuesta se amplía en cuatro grandes secciones: “Aires de familia”, “Pan de Mella”, “En la frontera de tres mundos y “Epílogo de música”. En cada uno de ellos, la prosa poética está marcada por la nostalgia, intentando armar el rompecabezas familiar mediante la oralidad convertida en literatura, utilizando elementos concretos como los libros de historia que hacen referencia a la zona chilota a modo de respaldo, la gastronomía isleña y la cultura de la radio AM que transmite rancheras en los campos del sur, entre otros.
En la primera parte de 72 páginas, el hablante confluye el recuerdo de los difuntos que transitan por la memoria. Estas proyecciones familiares están basadas en diálogos de personas mayores que estuvieron presentes en un lapso de tiempo en presencia del emisor: “La tía Hilda, dos años mayor que mi padre, me contó una vez…” (29), o “hasta que mi madre le dijo…” (29). Así, se evidencia un entretejido del presente y las voces del pasado para componer trozos sobre los parientes ausentes. De modo que, el hablante escarba en las rememoraciones para mostrarnos otras realidades del sur, donde la relación con el paisaje sigue siendo primordial en las comunidades: “Día de verano, febrero a fines. Cosecha de trigo en un rastrojo que daba a la playa de Changüitad. (35)”, “Es verano. Va con su padre a buscar hojas secas de radal al monte de los radales, en Changüitad (50)”, y “Partimos al amanecer mi padre y yo. El barco cabeceaba somnoliento junto al muelle (…) Lo he hecho muchas veces, el viaje es bravo pero son un par de días no más” (57). En el volumen, se despliega la vida cotidiana de un pasado calmo que no volverá, en añoranza, que son formas de resistencias frente a las zonas de explotación y sacrificio que están cubiertas de palabras pragmáticas entendistas como subterfugios de progreso y desarrollo.
En la segunda sección de 44 páginas, la cocina no es un mero trámite como se cree, es una forma de hacer comunidad y cultura, es decir, se produce un gusto estético por lo que la tierra te permite usufructuar. En este caso, el poeta nombra, instruye sobre recetas y se relatan situaciones con chicharrones, chichas de manzanas, panqueques fritos de choritos con chalotas, chopón, las múltiples posibilidades del chuño, pan de leche, harina de trigo, harina mestiza, harina de papa, papas con color, las cochipoñis, cazuela de cholgas con repollo, luchicán, ajos chilotes, nalcas en la quebrada, los milcaos, almud de papas, los huilquemes, quilmahues con tortillas al rescoldo, mella, chicha caliente con manzanilla, pulmay o curanto en olla, morcillas ahumadas de cerdo, cazuela de cabeza de cordero con arveja y luche. Cocinar sobre piedra o cocer al rescoldo. ¿Quién es el transmisor de la gastronomía chilota? Lo femenino está ausente puesto que la señora Torres trabaja con tejidos de lana, la hermana señala por correo los preparativos para que la cabeza de cordero quede a buena cocción. Hacia el final del capítulo, la existencia difuminada de la madre es quien da las instrucciones sobre preparativos culinarios: “Este Año Nuevo, madre, prepararé un asado de cordero al horno. Tú te sientas aquí, junto a la estufa, me hablas, me explicas, me vas indicando lo que tengo que hacer…” (123) Si bien, esta compañía maternal que da las instrucciones está mediatizada por la voz masculina, no hay un escenario donde aparecen las abuelas y las madres que dominan estos espacios en la sección. Sin embargo, la transmisión de la norma y lo religioso sí está representado por lo femenino: “si te portas mal, me decía mi madre, Dios te va a castigar” (71).
Por otro lado, se presenta un discurso prosaico que invita a las personas iletradas y populares del campo a estar en conversación con la literatura clásica y europea como Shakespeare, Safo, Dante o Virgilio. Los que, a su vez, se relacionan con el trabajo artesanal, las costumbres campestres de Chiloé que están enmarcadas por un espacio de tiempo-histórico: “El luche solía crecer sobre las piedras del bordemar, pero sobre todo en los restos de los árboles que el terremoto de mayo de 1960, y el maremoto que le siguió, convirtió en criaturas marinas. ¡Checho, anda a buscar luche, para hacer un luchicán!” (99). Gesto similar al poemario “rotología del poroto” de Pablo de Rokha. En ese largo poemario, el hablante trepa por Chile, enumerando y describiendo los distintos platos de porotos, las texturas, sabores, ingredientes y las formas de prepararlo en cocinerías públicas o quintas de recreos, las que dominaron en el siglo XX para alimentar a la clase trabajadora y popular de las ciudades: “Son famosos e ilustres comidos fiambres en ciudades lluviosas, cuando los tejados de Junio y Julio lagrimean la madrugada, y está crugiendo el navío del invierno como el pantalón de un Dios apuñalado trágicamente, después de haber saboreado aquella gran chupilca democrática del parroquiano...” De Rokha politiza y pone en alta validez este tipo de gastronomía chilena despreciada por las clases acomodadas.
Hacia la tercera parte que consta de 24 páginas, está focalizada en la autoficción del hablante entre lo que realiza y lo que no pudo hacer. Este homo viator, la voz se encuentra incómodo en la actualidad, derrotado y que existe para evocar la ciudad de la infancia. En esta parte, las últimas nieblas conceden el estado de ensoñación del hablante: “siento dolor, pero eso no prueba que esté vivo” (137).
Finalmente, en “Epílogo de música”, que consta de 9 páginas los poemas están vinculados a partir de rancheras como el “Paso del norte” en versión de Antonio Aguilar, “canción mixteca” en versión de Miguel Aceves Mejía, “las gaviotas” en versión de Chayito Valdez, y “la rosa de oro” en versión de Cuco Sánchez.
En el sentido náutico, Quercún o hacer quercún, como señala la contratapa es resguardarse del mal tiempo en un lugar protegido. Para esta obra, Mansilla exprime la estética de su memoria, un largo camino trazado, devenido en los destierros y las ausencias del hablante quien busca guarecerse en la infancia antes que domine el olvido.

Gonzalo Schwenke
Profesor y crítico literario.
Valdivia, 2019.

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