viernes, 21 de junio de 2019

[Crítica de libros] Voces de mujeres de Violeta Parra a Svetlana Alexiévich



Si la voz es un instrumento oral con distintas tonalidades y formas que permiten contar experiencias del cotidiano histórico, los libros son apenas un registro de estas vivencias enunciadas. Es lógico que quien detente la capacidad de nombrar ordenará y excluirá a conveniencia dentro de un espacio en tránsito. En este sentido, la oralidad femenina está escuálidamente reconocida y ha tenido que adecuarse a las narraciones masculinas.
Violeta Parra lo vio claro. Lúcida y consecuente, investigó, registró y recopiló los cantos orales campesinos de Lautaro, Millelche, Rucahue y Labranza, canciones religiosas y populares del país, los que fueron revitalizados en Violeta Parra en el Wallmapu: su encuentro con el canto Mapuche (Pehuén, 2017). Este trabajo permite darle nuevos aires al relato de las mujeres en el cotidiano multicultural y que tiene un sentido distinto a la enajenación productivista actual.
De igual modo, en Nuestra historia violeta (Lom, 2017), la estudiosa María Angélica Illanes señala que “cabe extrañarse ante la ausencia de mujeres en la narración histórica. Curiosa ausencia, considerando que no ocurre así en la narración literaria ni en la representación artística…”. Este volumen es un trabajo dividido en trece capítulos que colocan en escena las vidas de mujeres chilenas durante el siglo XX, es decir, abarcan las primeras articulaciones de la fuerza femenina chilena para obtener el sufragio universal hasta la actualidad. Asimismo, pone hincapié en las luchas sociales para validarse en los espacios públicos, ya sea en el congreso, los ingresos a universidades, el sentido del deber y de cumplimiento laboral sin mayores protestas.
En Voces de Chernobyl, crónica del futuro (2015), Svetlana Alexiévich toma la catástrofe de la Central Atómica de Prípiat en 1986, para mostrar las vivencias de las personas que sufrieron/sufren/sufrirán los efectos de la radiación. Además, instala la noción del “preconocimiento, porque el hombre se ha puesto en cuestión con su anterior concepción de sí mismo y del mundo”. Frente a la gastada idea del hombre nuevo, Alexiévich busca “las huellas imperceptibles de nuestro paso por la tierra y por el tiempo. Escribo y recojo la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras. intento captar la vida cotidiana del alma. La vida de lo ordinario en unas gentes corrientes”. De esta forma, la reciente serie de cinco capítulos sobre Chernobyl (EEUU-UK, 2019) desarrolla los personajes de Liudmila y Vasili Ignatenko como entes ajenos a las grandes decisiones y que se ven involucrados en la mencionada desgracia. Otras publicaciones de la autora traducidas al español son Homo sovieticus (Acantilado, 2015), que contiene relatos sobre los últimos días de la URSS; y La guerra no tiene rostro de mujer (Debate, 2017), que desarrolla el mismo mecanismo: rastreo de múltiples voces femeninas que rememoran las traumáticas experiencias durante la guerra.
En esta última, la nobel bielorrusa despliega un amplio trabajo recogiendo testimonios de mujeres acerca de la amenaza nazi sobre Moscú en 1941-1942, en 368 páginas. “Me cortaron el pelo al estilo militar… también dejé allí mi vestido. No tuve tiempo de darle a mi mamá ni la trenza, ni el vestido. Con lo mucho que deseaba quedarse con algo mío”, dice una de las mujeres entrevistadas, dando cuenta que el reclutamiento femenino en el ejército fue con el mismo rigor disciplinario impuesto a los hombres.
En momentos de tensión, la guerra trastoca los sentidos, disuelve las normas sociales y los parámetros heterosexuales. Las ausencias y las pertenencias ocasionan nuevas formas construir. En los campos rusos, el alejamiento de los hombres que eran llamados al servicio militar, las mujeres generaban sociedad en fiestas bailando entre sí.
Svetlana Alexiévich focaliza los diálogos a partir de los distintos oficios en que las luchadoras se hicieron parte de la guerra. De lo anterior, se presenta con vehemencia las motivaciones para integrar las filas militares, el ejemplo valeroso de las mujeres que desarmaron la mirada idealizada que tienen los hombres sobre ellas, las que impide los accesos a los poderes.
La autora señala que “con una entrevista no basta, hacen falta muchas”. Su trabajo consiste en convivir con esas personas por algún tiempo, conversando sobre lo cotidiano, la familia o la comida. Buscando derrumbar esa muralla del relato oficial impregnado en los discursos, los temores y la desconfianza innata hacia una periodista sobre situaciones privadas y profundamente complejas por parte de las testigos.
Ante el retroceso de las humanidades y el avance del capitalismo barbárico, los procesos de investigación que las autoras utilizan han permitido observar que ellas tomen decisiones particulares, de carácter asociativas y móviles. Las que cobran trascendencia en las omisiones y el negacionismo de los sectores conservadores. De igual modo, detrás de estos contenidos, está una forma de estudiar, investigar y rastrear los relatos de mujeres que constituyen otra perspectiva de nuestra historia, vale decir, una democracia que se va ampliando con otras sensibilidades presentes en nuestras realidades.

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