sábado, 6 de marzo de 2021

Crítica Literaria: Memorias de una niña Alba (2020)

 

Memorias de una niña Alba. Historias de una infancia ultrajada (Mago editores, 2020) es la primera novela de Bruna Faro (Pinto, 1981). Ella se sitúa desde la paz y tranquilidad de la madurez personal que rememora, y en consonancia, al caso judicial por abusos sexuales ingresado por Judith Jaramillo en contra Héctor Ricardo Salgado Moreno, quien fuera el director del Hogar de Niñas El Alba entre 1980 y 1994, y vinculado a la Fundación Alba de la Iglesia Asamblea de Dios Autónoma de la ciudad de Osorno.

Esto es la antesala de un sistema del terror y de abusos que ha demostrado la más absoluta deficiencia en los objetivos trazados, lo que ha derivado en reportajes, testimonios y resoluciones judiciales altamente condenatorias. Dejando en claro que la infancia es un periodo de vulnerabilidad extrema en manos de personas con nula capacidad de empatía y preparación. Así lo demuestra el primer relato, en la que Lidia sufre una severa descomposición intestinal y marca el tipo de reacción de los adultos responsables: “Giré la cabeza en busca de alguien más que pudiera estar siendo testigo de su agonía. Nadie parecía notar que estaba ahí. Volví la mirada hacia ella en el momento justo en que lograba ponerse, con mucha dificultad, en pie” (8). No cualquier persona está diseñada para ser tutoras que cubran las necesidades y formas de educar a los y las menores.

En lo que se podría catalogar como la primera parte de este libro, las hermanas Aurora de 7 años y Margarita de 4 años son abandonadas por la progenitora en un hogar de monjas. Edificio antiguo, imágenes muy bien reseñadas, relatando las normas y costumbres propias de estas instituciones. A continuación, son traspasadas al Hogar de Niñas El Alba donde el director Ricardo es la representación de la más cruenta dictadura, en colaboración de las tías del hogar, que continuamente torturan a las niñas por la más mísera excusa, dejándolas en la más absoluta hambruna y desesperación.

Asimismo, reconocer que durante el siglo XX el término “huacha” o no tener familia tradicional era encarnar a los descendientes ilegales fuera del matrimonio, por tanto, vistos desde el prisma religioso que predominaba en sectores conservadores, son entes concebidos bajo el pecado.

En esta obra, no deja de llamar la atención las continuas referencias de “esta (s)” que utilizan los adultos mencionando a las niñas como un vocablo peyorativo y lleno de despreciado. En el mismo sentido, es valioso el rescate de los diálogos directos, interjecciones, modismos entre las muchachas siendo populares citadinas e informales, otorgándoles mayor verosimilitud y describiendo relaciones interpersonales auténticas. Incluso se lee el “cantadito” de las personas del sur del país.

La tercera etapa corresponde a registros de entrevistas después de años de distancia. Por último, la cuarta parte son las cartas testimoniales de exinternas como La Pacheco, Paula, Estela Quelín, Judith Jaramillo, Luz Cárdenas, Susana C., Rosa Solís, Nury Torres Torres y Norma Reyes quienes dan respaldo, perspectiva y entrecruzan los hechos relatados por la autora.

Si bien la narrativa está focalizada en la protagonista, Margarita comienza a desaparecer durante las interacciones. Entonces, nos centramos en que la historia transita de torturas y torturas: “A pesar de que las internas antiguas decían estar acostumbradas a ser torturadas y presenciar torturas, se notaba que, efectivamente, no se acostumbraban. Después de cada episodio vivían un duelo de silencio. Cosa a la que también yo me estaba acostumbrando” (124). Ante estos episodios, las víctimas quedan espantadas, se rebelan, silencian, huyen, demostrando las múltiples facetas y caras del atormentador: “el tío Ricardo parecía otra persona cuando estábamos en la escuelita dominical, a veces hasta llegábamos a pensar que era bueno” (125). Esta novela desarrolla que las vivencias no son unipersonales o aisladas, sino que son experiencias colectivas donde prevalece la solidaridad o la fuerte sororidad para resistir vejámenes. Habría que cerrar con las palabras de Luz Cárdenas: “El Hogar El Alba fue una fábrica de mujeres inseguras, de mujeres abusadas, de mujeres infelices” (259).

La novela Memorias de una niña Alba comprueba que las instituciones son organizaciones que carecen de las garantías que buscan preservar. Incluso, apunta a una sociedad conservadora que carece de empatía o de valores cristianos, porque han sido partícipes de violencia de género y abuso infantil. Finalmente, las resiliencias pertenecen a niñas abandonadas en un ámbito subterráneo en una sociedad en flagrante deuda con los y las  desposeídos/as.

Memorias de una niña Alba. Historias de una infancia ultrajada. Bruna Faro. Editorial Mago, 2020, 274 páginas.


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