miércoles, 1 de mayo de 2019

[Crítica literaria]: el ingenio constante.



Pedro Guillermo Jara, el ingenio constante.
El sendero de la mariposa (antología personal)
Pedro Guillermo Jara. Ediciones Kultrún, 2018, 287 páginas.

El aceleramiento de las ciudades mediante la revolución industrial conllevó también a que las personas tengan la capacidad de leer más rápida. El propio acto de escritura absorbió este imaginario y a partir del siglo XX, los microcuentos en sus múltiples definiciones, se han fortalecido con nombres gravitantes como Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Augusto Monterroso, Vicente Huidobro, Pía Barrios, Virginia Vidal, Lilian Elphick, o Astrid Fugellie, en la literatura del continente.
Este formato de literatura se reconoce por su brevedad, la utilización de palabras que tienen doble connotación, la autonomía literaria de reinterpretarse, la preocupación por el lenguaje, los finales abruptos o abiertos, la capacidad de dialogar con otros textos y tener a la cultura popular reciente. Asimismo, de manera estructuralista y formal se le considera hermano del haikú japonés, de la poesía concreta, familiar de los grafitis callejeros, de los epigramas de Ernesto Cardenal y de los artefactos de Parra. Queda claro entonces, que este tipo de literatura no es un resumen del rincón del vago.
El Sendero de la Mariposa (ed. Kultrún, 2018) repasa la carrera literaria del autor en 287 páginas, quien ha desempeñado una incesante labor entorno a la narrativa breve mediante nanonovelas, cuentos breves, y crónicas. Desde 1979, cuando aparece la publicación de Historias de Alicia la uruguaya que llegó un día, después Gregorio (1983) y Dos narraciones breves: los signos y ángel de la guarda (1984). Estas obras se destacan por la precariedad de los materiales, ya que según la antología fueron serializados mediante mimeógrafos y compuestos en la máquina de escribir. En este sentido, es ineludible mencionar que, durante los años de plomo, existía un mandato censor sobre las artes y que dicho silencio es quebrantado con el poemario recurso de amparo (1975) y Palabras en desuso (1978) de Jorge Torres. El poeta y académico Sergio Mansilla afirma que dicho volumen “en verdad es apenas poco más que un folleto” (1996: 73). Estas ediciones dan cuenta que la resistencia no era mediante disculpas a la oposición, sino que había que ir más allá de lo prohibido, era necesario sobrevivir en el cotidiano. La esperanza radicaba en el apoyo mutuo y el continuo trabajo en los talleres colectivos, porque había que seguir produciendo literatura clandestinamente.
Por otro lado, dentro de la bibliografía de un total de veintiséis, se distinguen seis libros-objetos: El rollo de Chile Chico (2004), Cuentos tamaño postal (2005), El Korto Cirkuito (2008), Kasaka (2011), Postales (2015), y Diez telegramas (2017). En su formato original, estos trabajos buscan ampliar el concepto y el soporte del libro, construyendo otras dinámicas creativas como los afiches, los rollos, la casaca, las postales, y los volúmenes del tamaño de bolsillo.
Jara pertenece a la generación post-golpe y bajo el alero de la intervenida Universidad Austral, estuvo vinculado una serie de estudiantes venidos de Santiago, Chiloé y pueblos aledaños, los que se transformarían en escritores/escritoras, artistas plásticos, actrices/actores, fotógrafas, editores, y músicos. Esto no fue fortuito. Las condiciones de formación profesional estaban presentes en Valdivia, porque la Universidad de la Frontera se fundó en 1981, y la Universidad de Los Lagos en 1993. Sin embargo, existe el antecedente del grupo Trilce en 1964, quienes promovieron la creación literaria y organizaron la semana de la poesía en Valdivia (abril, 1972) con el afiche de los hermanos Larrea y Luis Albornoz. Luego vendría el golpe y silenciaria la vida pública.
Uno de los trabajos colectivos más relevantes de Jara fue la creación de la revista Caballo de Proa (1981-2018), reconocida por el formato tamaño de bolsillo, aparecía periódicamente artículos sobre el estado del arte, las literaturas y la sociedad desde Valdivia. Algunos números se pueden encontrar en la web de “memoria chilena”. La académica Gabriela Espinosa señala que junto al editor de Kultrún, Ricardo Mendoza, desarrollaron la imprenta taller Siglo XV Artesanía Gráfica donde organizaron encuentros de teatro y literatura en la que participaron Jorge Teillier y Gonzalo Rojas (2018: 2).
La mayor parte de la narrativa de Jara se realizó en provincia. Los personajes transitan por la ciudad, con una voz que se sacude del cliché que se le ha impuesto a la ciudad de Valdivia. Así, en Plaza de la República (1990), el narrador recoge el pulso de la calle, las marchas, los jóvenes siendo desarticulados por la fuerza, la metáfora de las cadenas y la presencia de lo fantasmagórico asociado a la neblina, en tanto la memoria. En Disparos sobre Valdivia (1997), ocupa una cantidad importante de páginas. En aquella sección, en clave detective, desarrolla el trabajo clandestino que era hacer literatura en la escena cultural del ochenta. En Diario de vida de un funcionario público (2011) aparece el protagonista apocado en su pequeño escritorio. Entregado a la carencia laboral, permanentemente situados en la rutina y bajo las órdenes del jefe: la urbe, el diario vivir, el tedio de los empleados y los diálogos coloquiales son recurrentes en este capítulo.
El sendero de la mariposa registra de la propuesta literaria llevada a cabo por el autor. La extensa trayectoria sobre la reflexión en el acto de escritura, la forma de contemplar el paisaje, la reinvención del soporte, la técnica de manera cuidadosa y la estrategia narrativa basada en el ingenio, otorgan alta importancia dentro de la calidad literatura chilena.

“Libertas Capitur, La Libertad se Conquista, o de lo que le aconteció al profesor de la Universidad Austral unos días después del 11 de septiembre de 1973:

¡LIBERTAS CAPITUR! – alcanzó a exclamar, y lo esposaron.”

P. G. J. (1951- 2018)

Gonzalo Schwenke
Profesor y crítico literario.
Valdivia, 2019.

Crítica literaria: Sabes quién eres.



El sistema del tacto.
Alejandra Costamagna (Santiago, 1970)
Anagrama ediciones, 2018, 183 páginas.

¿Sabes quién eres? ¿Cómo abordas la herencia de tus padres y familiares? En la narrativa chilena reciente, los viajes, los exilios, los ritos fúnebres y el contexto histórico tienen lugar en la construcción de las identidades. Estas memorias de los hijos se despliegan desde lo personal, lo cotidiano y en parte, al sentido de la autoficción, ya que ponen en cuestión el rol de los padres ante el desmembramiento familiar durante la dictadura cívico-militar en Chile. En La Resta (2015) de Alia Trabucco, los protagonistas de treinta años y con una infancia en común, deben cumplir con los funerales de la madre de Paloma: Ingrid Aguirre, exiliada y parte de la resistencia durante la dictadura. Ellos deben abordar la herencia de sus predecesores y darle sentido a este presente. En El brujo (2016) de Álvaro Bisama, el hijo arregla cuentas con su padre, quien trabajaba como reportero gráfico en las calles de Santiago durante el ochenta, lo que le valió ser perseguido y torturado por agentes del Estado tras la publicación de fotografías comprometedoras. Por lo que abandona al hijo y se radica en Chiloé. En Álbum familiar (2016) de Sara Bertrand, se relata la infancia de ciertos niños privilegiados que crecen bajo la dictadura. Mientras los adultos buscan olvidar, silenciar y sobrevivir, los niños reaccionan a la normativa de la dictadura: la formación inicial, el cantar el himno nacional o la vigilancia militar. Así la protagonista Elena, ahonda en los recuerdos buscando respuestas sobre ese ambiente de dolores y miedos en el que fue creciendo. Por último, en la película La Frontera (1991), el relato está focalizado en Ramiro, prisionero político en el sur del país. Allí, se sucede el encuentro con el hijo. En él, observamos el rostro de desamparo en el lugar y la relación con el padre, pero ambos los une el recuerdo cuando iban al estadio cantando “ser un romántico viajero”.
En El sistema del tacto (2018) la historia comienza con la voz de Agustín, quien le entrega tres libros de terror a una pequeña Ania. En el presente, ella debe viajar a Campana, en la provincia de Buenos Aires, en representación del padre quien no desea presenciar la agonía del primo. Ella, acepta asistir no solo por la precariedad en que se encuentra, sino que, Ania creció en aquella localidad donde era un punto de encuentro de los Coletti y la inmigración italiana.
Cada materialidad utilizada en el libro evoca de acontecimientos personales y familiares. Estos dan veracidad al proceso de remembranza experimentada. Intercalando los breves capítulos aparecen ejercicios del curso de dactilografía, los defectos de la máquina de escribir, la enciclopedia del mundo, el manual del inmigrante italiano, y fotografías de la parentela los que vinculan realidad y ficción. Por otro lado, los objetos producen múltiples recuerdos como las uvas de la mesa en el cumpleaños del padre conectado al parrón de Campana, asimismo el origen de la mala relación familiar de Ania con su madrastra y Javier con el padre. De igual modo, la conexión de la Gran Enciclopedia del Mundo y los pájaros donde rememora cuando subían a los árboles junto a su prima Claudia. Los viajes hacia Argentina en Citroneta con el padre antes de la construcción del Paso Internacional Los Libertadores. Así, Ania regresa al lugar placentero, moviéndose sutilmente entre los hechos y los recuerdos conservados.
Las máscaras posibilitan sobrevivir ante múltiples escenarios. Durante los funerales de Agustín, Ania es presentada de la siguiente manera: “La hija del señor Coletti, el que se volvió chileno. El campanense que un día huyó de su rincón y se instaló en ese país con nombre de pimiento” (72). En dicha ocasión, es la oportunidad de actualizar los datos sobre las descendencias de los italianos esparcidos, generar empatías afines y obtener trozos de información sobre el padre. En tanto, ella continúa rememorando en un estado de imaginación donde se confunde presente y pasado.
Las relaciones intertextuales están por doquier. En el poema “hay un día feliz” de Nicanor Parra, el hablante alude los momentos de su juventud sobre las calles donde transitaba y con un estado de ánimo de añoranza. En esta novela se realiza un trayecto similar: “Al llegar al banquito bajo el jacarandá, al lado del monumento, se detiene” (101), pero la narración no tiene esa añoranza sino una nostalgia sobre el ocaso irreversible del lugar. La presencia de los ancianos tomando mate, la fruta opaca como se observa en esta cita: “frente a la casa de los abuelos, recoge una naranja del suelo y las descascara. Le quedan las manos amargas, el fruto es incomible. Lo deja ahí mismo, como un cadáver jugoso e inútil” (90). En este sentido, si alguna vez Campana tuvo esplendor, este radica durante la infancia de Ania, en la que pasaba meses jugando junto a Claudia y su cercana relación con su tío Agustín. De manera que, Ania recuerda que “El pueblo está lleno de italianos, el país está plagado de italianos.” (94). Sin embargo, en la actualidad, los coetáneos están ausentes, ya sea muertos o radicados en otras zonas. De esta forma, se menciona la novela Pánico en el paraíso en un diálogo correspondiente sobre la extrañeza y soledad en el camino de la protagonista: “El hombre y la mujer comprenden que la vida se ha extinguido en este lugar y que ellos son los únicos sobrevivientes. Comprenden, para más terror, que estos seres que los rodean son los espectros de lo que alguna vez fueron” (106).
El sistema del tacto de Alejandra Costamagna presenta una narrativa hábil y dinámica donde priman las melancolías y silencios, junto a herramientas que permiten vislumbrar algunos claros en el declive familiar de los Coletti. Estos elementos buscan recuperar algo de Ania ante las ausencias de Agustín, de Nélida y las desavenencias con el padre. Ampliamente, estamos ante uno de los mejores libros del año.

Gonzalo Schwenke
Crítico literario.
Valdivia, 2019