jueves, 22 de agosto de 2024

Construcciones de la posmemoria en la novela Afuera de Sara Bertrand.



(El presente texto fue leído en contexto de la Cartografía de Narradoras Latinoamericanas del Nuevo Milenio (2019) realizado en dependencias del Instituto de Estética de la PUC).

 

Los viajes, los exilios, los ritos fúnebres y el contexto histórico de un continente revolucionario, que deviene en dictaduras financiadas por los Estados Unidos, desarrollan un tipo de identidad en permanente conflicto. De modo que, las memorias de los hijos e hijas se despliegan desde lo personal, lo cotidiano y en parte, al sentido de la autoficción, ya que ponen en cuestión el rol de los padres ante el desmembramiento familiar durante las dictaduras cívico-militar en el cono sur. Hay que recordar que el plan Cóndor era una alianza estratégica para rastrear, torturar y aniquilar cuerpos para hacerlos desaparecer.

En este marco histórico, tal como sucede con el 18 de octubre reciente, nadie podrá volver a la normalidad mientras exista el nivel de violencia y represión de Estado, aunque la sociedad sea diezmada, las personas no estén militando o no participen de las barricadas. La convulsión fue y está siendo adoptada en nuestras realidades diarias.

¿Sabes quién eres? ¿Cómo abordas la herencia de tus padres y familiares? ¿Cómo te han relatado los años de la dictadura chilena? ¿Pueden los mundos ficticios reparar el daño de la dictadura? Estas preguntas están desplegadas en un conjunto de escritores y escritoras nacidos entre los años 1967 y 1983 y publicadas en la última década.

Tal como aparece en algunas obras de la narrativa chilena contemporánea de la última década: La Resta (2015) de Alia Trabucco, los protagonistas de treinta años y con una infancia en común, deben cumplir con los funerales de la madre de Paloma: Ingrid Aguirre, exiliada y parte de la resistencia durante la dictadura. Ellos deben abordar la herencia de sus predecesores y darle sentido a este presente. En El brujo (2016) de Álvaro Bisama, el hijo arregla cuentas con su padre, quien trabajaba como reportero gráfico en las calles de Santiago durante el ochenta, lo que le valió ser perseguido y torturado por agentes del Estado tras la publicación de fotografías comprometedoras. Por lo que abandona al hijo y se radica en Chiloé. En El Sistema del Tacto (2018) de Alejandra Costamagna, la historia comienza con la voz de Agustín, quien le entrega tres libros de terror a una pequeña Ania. Con una narrativa hábil y dinámica donde priman las melancolías y silencios, la protagonista debe reemplazar al padre en un viaje a Campana, en la provincia de Buenos Aires, para cumplir con los funerales del primo. Ella, acepta asistir no solo por la precariedad en que se encuentra, sino que, Ania creció en aquella localidad donde era un punto de encuentro de los Coletti y la inmigración italiana, y que se encuentra en un proceso de declive.

En la novela anterior, Álbum familiar (2016) de Sara Bertrand (1970), se relata la infancia de niños privilegiados que crecen bajo la dictadura. Mientras los adultos buscan olvidar, silenciar y sobrevivir, los niños reaccionan contra la normativa de la dictadura: la formación inicial, el cantar el himno nacional o la vigilancia militar. Así la protagonista Elena, ahonda en los recuerdos buscando respuestas sobre ese ambiente de dolores y miedos en el que fue creciendo.

Mientras que Afuera (2019), la narradora construye la voz de Lili, quien aparece a dos voces: el acontecer como el recuerdo de la infancia y el presente siendo adulta. El primero en su proceso de niñez y que observa a la parentela relacionarse en un espacio que está llena de inocencia e incomodidades, y el segundo, es recorrer estos procesos de crecimiento, pero desde una perspectiva crítica o dolorosa, comprendiendo las formas de relaciones de los padres en un contexto histórico determinante. Los capítulos desarrollan la memoria histórica familiar y que aparecen confrontados en la experiencia de la protagonista, por lo que dicha temática aparece con múltiples costumbres, por un lado, con fervor y altas energías, y por el otro con silencios y fracturas. Así, para sobrellevar el quiebre familiar debe concebir una realidad autovalidada: “Me fabriqué una versión. Cuando me preguntaban sobre mi madre, mentía. Sobre mi padre, mentía. Mentía tanto que en poco tiempo recreé nuestra historia entera” (42).

Así lo señala Marianne Hirsch en La generación de la posmemoria. Escritura y cultura visual después del Holocausto (2012): “El término “posmemoria” describe la relación de la “generación de después” con el trauma personal, colectivo y cultural de la generación anterior, es decir, su relación con las experiencias que “recuerdan” a través de los relatos, imágenes y comportamientos en medio de los que crecieron” (19). De lo anterior, hay un proceso de quiebre, emergiendo la figura de la hija desobediente que crece de manera dócil, pero ante la confusión de lo que se dice dentro de la familia, realiza un viaje por su pasado haciendo énfasis en los silencios que se contraponen con las historias y memorias colectivas que viven los años de la dictadura.

En Michael Pollak, en Memoria, olvido y silencio (2006) señala que la memoria se inserta en las sociedades a través de las tradiciones gastronómicas, arquitectónicas, costumbres, etc. Las que se van erigiendo y catalogando para después ser reforzadas mediante rituales que posibilitan concebir identidades. Afortunadamente, la memoria no es un elemento estable o duradero, sino que también es un campo de lucha que la ultra derecha y las instituciones quieren cooptar. Los monumentos son los recipientes para guardar y vaciar la memoria, porque se la reduce para controlar y estabilizar los discursos de la memoria en discordancia. Ante esto y la contingencia, es necesario resaltar las resonantes caídas de bustos y estatuas de los discursos hegemónicos como la de la ciudad de Valdivia, donde manifestantes arrancaron el busto de Pedro de Valdivia que estaba ubicada en la plaza Pedro de Valdivia y que es colgada por el Puente Pedro de Valdivia al río Valdivia en la ciudad de Valdivia.

Entonces, existe una memoria donde la protagonista, basada en su propia vivencia en esa infancia desde la adultez, emerge como posmemoria el cuestionamiento a sus padres de cómo enfrentaron los años de la dictadura y la forma en cómo educaron a sus hijas. Así, estas enunciaciones están dadas bajo rasgos transversales como lo son el cariño y los afectos a sus padres, subjetivizando estas historias íntimas y personales.

Hirsch diferencia dos tipos de posmemorias. La primera es la posmemoria familiar y que refiere a la identificación de la hija y los padres de manera intergeneracional, en relaciones verticales, los que predominan dentro del ámbito familiar. La segunda es, la posmemoria afiliativa y apunta a la identificación intrageneracional y horizontal entre los hijos y sus compañeros de generaciones, quienes relacionando hechos similares de los marcos históricos transmiten, median y hacen memorias para producir sus obras.

La académica Patricia Espinosa en política de la posmemoria en la narrativa chilena (2019), caracteriza como posmemoria de la confrontación, a un conjunto de obras del ámbito nacional que despliegan su literatura sobre sus padres, dentro de un marco dictatorial político, económico y/o social heredado. Este enfrentamiento parental, puede omitir a los desaparecidos por el Terrorismo de Estado en el marco del estudio de la posmemoria. Estas escrituras nacionales no pretenden atacar a las estructuras que gobiernan, sino investigar y realizar un proceso o un viaje de filiación o afiliación familiar. Es decir, la crítica literaria afirma que “las novelas constatan la responsabilidad de los padres en la crisis familiar y sus efectos en el presente caótico de los sujetos que narran”.

Tempranamente la narradora va dando pistas de este recorrido que hace sobre su experiencia parental: “Mi papá era un buen hombre, pero estaba roto o, quizás, su estructura mental se dañó antes porque quería ser artista y terminó transformándose en un hombre de dinero. Mi madre lo trataba como a una plaga” (13). Frente a esta situación compleja, la doctora en Literatura, Alicia Salomone, en su texto Ecos antiguos en voces nuevas (2011) comprende que “estas personas con frecuencia crecieron dominadas por relatos sobre hechos que precedieron a sus nacimientos, y que tienden a desplazar a los propios impactando sus subjetividades con discursos relativos a situaciones que no pueden comprender ni recrear cabalmente” (122).

En aquellos capítulos de la niñez, se desarrollan ampliamente con momentos emotivos como cuando el padre llevó un chancho y un pollito a la casa: “Mi papá trajo a Salvat el mismo fin de semana que llegó Rocky (…) Rocky y Salvat hacían todo juntos, menos dormir, porque Salvat prefería meterse entre los balones de gas y Rocky, detrás de la lavadora” (21). La convivencia con su mejor amigo Lucas hasta que tuvo que cambiarse de casa debido al suicidio del hermano de este: “Luc era, sin duda, mi mejor amigo, mi igual. Nos ayudábamos en las tareas y molestábamos a mis hermanos” (35). Asimismo, aquellas secciones donde habla de las relaciones de sus padres con los abuelos, donde era igual de problemática: “Mi padre no habla de su padre, igual que mi abuelo N°1 no habla del suyo. Porfiadamente sostuvieron una cadena de resentimientos” (39). De igual forma, los conflictos entre Lili y su madre: “Me inquietaban los secretos de mi madre, como si fuera la única que soñara una salida al infierno de ollas, ropa sucia y calcetines perdidos. La odiaba por eso. Su vida privada, sus retrasos, sus olvidos” (51). O la difícil educación sexual en la que debía lidiar por los resquemores de los vecinos, porque era la única mujer entre tanto niño donde solían verla como andar en bicicleta, al ring-ring raja o jugar a la pelota, juegos mayormente masculinos: “Ellos se sacaban sus camisetas después década partido, a mí me avergonzaba sacarme el polerón. Mi cuerpo se había vuelto un recipiente movedizo de forma incierta” (77).

En los casos anteriormente, mencionados, la escritora se refiere a la separación familiar como dominador común porque será este acontecimiento que marque de por vida a Lili y que convergerá en dolores y quebrantos, tal como lo expresa la siguiente cita: “Siente que pertenece a la vereda, a la calle, movimiento constante, cortante. Peatones, micros, los que se van, los que quedan. Carga la ausencia sobre su espalda” (23). Estos segmentos breves de no más de una carilla, son expresadas con un tipo de narración con menor desarrollo de los ambientes, diálogos directos, una sujeto despolitizada y llena de huellas.

Podríamos hacer un paralelo con la narrativa de Alejandra Costamagna, puesto que en el sistema del tacto (2019) esta hábil obra desarrolla en Ania el sentido de pertenencia y de búsqueda de su identidad. Puesto que, la protagonista debe viajar a Campana, en la provincia de Buenos Aires para representar al padre quien no desea presenciar la agonía del primo. Por lo que ella acepta viajar y reconoce materialidades que su infancia forjó en aquella localidad junto a la inmigración Coletti en Argentina.

La función de la hija se centrará en la recopilación, construcción, estructuración e interpretación de una narrativa del pasado que dialogue con su presente. Según Hirsch: “[…] estas experiencias les fueron transmitidas tan profunda y afectivamente que parece constituir sus propios recuerdos. La conexión de la posmemoria con el pasado está, por tanto, mediada no solamente por el recuerdo, sino por un investimento imaginativo, creativo, y de proyección” (ibíd.).

Si bien, no apela a materialidades que la hagan evocar recuerdos, la novela parte con la cercana relación que tiene Lili con la agonía de la abuela: “Todo llega. La carne es triste. Una mañana especialmente soleada mi abuela se sumergió como si compitiera por tocar el fondo de una piscina, sus latidos se hicieron apenas perceptibles; su pulso, una débil señal que desapareció poco a poco” (10). Mientras su presente está sumida en una realidad opaca, la adultez se desenvuelve en una realidad ficcional grisácea y de poco convencimiento en su quehacer. Es necesario mencionar que ambas obras fueron publicadas en el 2019, inician su rememoración a partir del fallecimiento de un familiar cercano.

Los silenciamientos, las negaciones y las ausencias en la separación de los padres forman parte de transmisiones que Lili asume sin mediar reflexión, por lo que es lógico que no realice una resignificación de las experiencias transmitidas por parte de los padres. Sí lo hace en una etapa posterior. Por esto, al estar en otra generación que creció bajo la dictadura, pero que el texto prácticamente no lo aborda concretamente, recibe estos conocimientos y experiencias desde otra perspectiva, abordándolo desde otro enfoque, donde esas aristas que revisitan el pasado es un proceso abierto que genera diversos significados. De modo que, cuando Lili adulta se identifica con la niña reconoce la memoria histórica familiar, produciendo un alejamiento respecto de sus relatos, en tanto ella le da un significado propio y particular.

Ese pasado que desaparece no representa una situación lejana, sino que es un cuerpo, un relato modificable, donde habita la incomodidad, aislamientos y problemáticas familiares. Por este motivo, se evidencia la insistencia de contrastar el pasado y el presente bajo una estructura de doble faz, ya que Lili adulta está en un proceso de contrastar su educación y lo que es. Es decir, el resentimiento hacia sus padres y la desconfianza ante la representación de lo real generada por estos. Lili es la protagonista de la novela, pero jamás de la historia del país ni, por ende, de sus padres.

No hay comentarios.: