viernes, 4 de diciembre de 2020

Crítica literaria: Los confinados de Ñuñoa o el Pejerrey (2020) de Gabriel Zanetti

 

Joaquín Edwards Bello tuvo la connotación que caminar por zonas precarizadas opuestas a las que pertenecía. Mientras que, Leila Guerriero ha construido amplios registros con voces polifónicas para caracterizar a escritores/as. Rodrigo Fluxá es capaz de acompañar al lector mostrando observación sobre distintos casos que ha escrito en revistas y libros. Rodrigo Ramos Bañados desarrolla un formato periodístico en lugares periféricos del norte chileno. Por último, no hay que dejar de lado a Clarice Lispector, quien despliega una narrativa tan ficcional como propia y es un modelaje a seguir por Roberto Merino y Zanetti.

El pejerrey. Crónicas de temporada (2020) es la tercera publicación de Gabriel Zanetti (Santiago, 1983) en la que desarrolla una escritura personalizada y concisa, similar al trabajo que hace Merino plantado en la comuna de Providencia. En este formato que contiene veintiuna crónicas, no siempre de manera óptima, deviene la historia familiar –influenciado por el abuelo Héctor – de clase media ubicada en Ñuñoa y lo que significa habitar la metrópoli. Esto es, si en el canónico Martín Rivas encontramos las particularidades de los personajes cuando se acercan las fiestas patrias; en este volumen, se busca lugares afines, la chilenidad con pereza de la patriotera y en general, la cultura de los ñuñoínos.

Con un tono que es parte de las conversaciones y con un estilo correcto, leemos obsesiones del escritor por la cultura del almuerzo dominical, las salidas a pescar, la cada vez mayor dificultad de ser un sujeto perteneciente a la clase media y el padecimiento del costo de la vida para los que transitan entre Ñuñoa y Providencia, la problemática del invierno cuidando a las hijas,  el mal funcionamiento de la urbe frente al temporal, y sugerentes palabras, que se reiteran como plausible e idiosincrasia.

Observamos un proceso de rigidez a mayor soltura en la forma de escribir. Precisamente en la utilización del lenguaje formal que avanza a la inclusión de palabras coloquiales, no como un recurso sino elemento del relato: “Padres más autoritarios que otros (…) que llamaban a hacer tareas o simplemente a ‘entrarse’ nos cagaban la onda” (53). Tras esto, una voz sin estridencias donde el protagonista es adulto-joven (si es que existe dicha categoría) carcomido y fastidiado por la rutina familiar en la capital. Por lo que, estas historias carecen de reflexiones, combinan la memoria familiar acomodada, trozos íntimos y un entorno enmarcado literariamente sobre Santiago. Sí, otro libro sobre la pesada carga de vivir como clase media en Santiago. No faltaba más.

Con una narrativa donde está entretejida por elementos culturales propios de la generación: “no estábamos ni ahí con estudiar, pero la presión era tremenda. No solo para nosotros, sino para toda la sociedad (…) si a cualquier padre o madre les preguntaban ‘¿y qué está estudiando tu hijo?’ y respondían ‘nada’, era, y tal vez sigue siendo, una forma de fracaso” (68). No deja de lado, el agobio de una clase de exitismo, celebradas en los matrimonios, y puestos en marco del denominado salir adelante es uno de los tópicos para ciertos sectores que soslayaron las problemáticas mediante pastillas y alcoholes legalizados.

Uno de los aciertos de Pejerrey es dar asidero a un tipo de generación situada y siendo arrastrada por un bien de la clase social que es progresar en el bienestar familiar. Esperemos que en la siguiente entrega (este es el tercer libro) deje de lado el confinamiento que significa en Santiago de Chile, prospere con otras realidades menos ombliguista como Roberto Merino.

El pejerrey. Crónicas de temporada. Gabriel Zanetti. Editorial Aparte, 2020, 74 páginas.

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