“Señoritas
en Toma”
Un
colegio de monjas en la revolución pingüina.
Valeria
Barahona (1988)
Emergencia
Narrativa Ediciones, 2016.
125
Páginas.
Por Gonzalo Schwenke
Foto: Google imágenes. |
A pesar del alto impacto que produjo en la sociedad
chilena la denominada Revolución Pingüina del 2006, la narrativa chilena no se
ha hecho cargo de manera sustancial del relato de aquellos días y, en
consecuencia, la problematización de dicho movimiento y de sus alcances hasta
la actualidad no ha sido abordada adecuadamente. En ese contexto, y tras
cumplirse 10 años de las marchas y tomas de colegios con que los estudiantes
secundarios movilizados exigieron mejoras a la educación pública, la novela Señoritas en Toma (Emergencia Narrativa, 2016) se vale
de dicho acontecimiento como pretexto para contar la historia de un grupo de
niñas que se rebelan a su instrucción para el matrimonio. Es así que, a partir
del tópico de la rebeldía juvenil, se ponen en marcha las acciones que dan
curso a la narración, caracterizada por la lucha de estas adolescentes por
salir de la zona de protección familiar sin renunciar a sus privilegios de
clase, esto es, sublevarse al viejo orden pero sin cuestionar su origen social.
Mariana de Jesús, hija de padres de clase acomodada,
cursa el último año en un colegio católico para mujeres de Santiago, en el que
vive el día a día entre la enseñanza casi monástica del bordado, avemarías y
las fiestas desenfrenadas. Ella asumirá la voz femenina de su generación y,
junto a sus compañeras, adherirá al movimiento estudiantil: participarán de
manifestaciones y se plegarán a las tomas de liceos junto a Felipe –hijo de la
empleada de una familia vecina–, quien dará enfoque al momento histórico que
viven, develando otras realidades que darán pie para la emergencia de una mayor
consciencia social y de género.
A lo largo de la obra observamos en distintos niveles
choques culturales de diversa índole, como el enfrentamiento entre lo nuevo y
lo añejo, la lucha de clases, el empoderamiento femenino frente a la dominación
masculina y la institución versus la calle. En todos estos casos, las
protagonistas recurren a la desobediencia para aparecer a la vanguardia,
haciendo suyas las luchas reivindicativas que más les acomodan desde su lugar
de privilegio y enfrentándose a un enemigo presente pero estático.
Cabe subrayar que en la generación a la que pertenece
la protagonista predomina la valía de los apellidos, de la pertenencia a un
determinado grupo social, donde los Urrutia, los Ojeda, los Aylwin, los
Aldunate, los Müller, etc., son la norma. En cambio, Felipe se diferencia del
resto porque es hijo de la empleada de casa de la familia García. Él sostendrá
su condición de mero sujeto durante la mayor parte de la novela y sólo saldrá a
colación su apellido cuando asuma un rol más protagónico en función de lo
económico. En ese mismo orden de cosas, la palabra “nana” es una etiqueta
peyorativa útil para quienes desean establecer una línea de separación entre los
propios y los otros, es
decir, la exclusión de personas que no pertenecen a su mismo escalafón social:
“las nanas columpiaban a tres niñas desencajadas de la risa” (114).
Mariana de Jesús, en su ampliación del mundo y
enfrentada a lo establecido, carece de profundidad discursiva, ya que
permanentemente está analizando desde lo masculino al resto de sus congéneres,
lo que anula cualquier discurso de liberación: “teníamos como patrimonio común
un séquito de pequeñas cinturas delineadas sin error, salvo la de O’Ryan, cuya
hermosa cara le permitía equilibrar con gracia ese par de centímetros de más en
el borde del calzón” (17).
Durante la novela predomina lo secuencial: una
escritura llana que evidencia con urgencia la necesidad de recursos
estilísticos y narrativos que generen las condiciones textuales para el
despliegue de una mayor profundidad reflexiva sobre lo político-social desde
las nuevas generaciones, quienes subvierten y amplían el campo de discusión
distanciándose de la norma pero también sabiendo cómo utilizar este elemento
para su propio beneficio. El debut literario de Barahona tiene su fortaleza en
abordar la historia reciente del país. Sin embargo, la chatura reflexiva a lo
largo de la narración y su pura apariencia de avanzada frente a un antagonista
anacrónico, le quita solidez a un texto oportunista en que su portada el color
amarillo es más representativo de su contenido.
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