Changüitad
Sergio
Mansilla (Achao, 1958)
Ofqui
Ediciones, 2016.
91
páginas.
Por
Gonzalo Schwenke
Profesor y Crítico Literario.
Dos son los
talleres literarios que durante la década del setenta agrupó a escritores
presentes en Chiloé: el taller Aumén (Castro, 1975) y el taller Chaicura
(Ancud, 1976). Estas reuniones efectuadas durante la dictadura cívico militar permitieron
el trabajo reflexivo de una generación de literatos que han puesto en valor la
identidad y la cultura chilota de aquella zona que ha resistido culturalmente a
la ideología neoliberal en tanto territorio aislado de lo continental.
El
poemario Changuitad (2016) está
dividido en seis capítulos donde convergen versos, prosa poética y crónicas,
situándose en el sur de Chile y generando la problemática de estar arraigado en
territorios alejados de las vicisitudes de la metrópoli. La poética de Mansilla
dialoga con la poesía de Jorge Teillier, porque en algún momento las poéticas
coinciden en la búsqueda del regreso al pasado o lugar de origen para recobrar
la memoria.
El volumen lírico
tiene por objeto el mito del eterno retorno que consiste en la posibilidad de
revivir aquel momento que ha sido vivenciado y que luego el viajero lleva en la
memoria que le permitirá regresar al lugar de pertenencia de manera ficticia.
Por lo que el retorno no existe menos en los términos que se esperan: “Debo
llevar mi casa y mi tierra/ de infancia/ en lo más íntimo de mis venas, / debo
ocultar lejanías indescifrables/ mi espacio de lluvias surcado/ de barcos y
relámpagos” (13). Esto deriva en el más profundo anhelo
por volver a la casa. En dicho deseo predomina el fracaso, ya que no se
vislumbra futuro, por lo que el recuerdo se ha fosilizado: “La realidad no fue
como la recordamos. Nada es como creemos que es. Por eso me gustaría volver al
país de la infancia, en Changüitad, ese país que recuerdo” (69). La
condición de nostalgia —que es a su vez el desgarro— la podemos observar en la
poesía lárica, donde se evidencia la permanente necesidad de reapropiarse del
pasado, pero el hablante de Changüitad
no se queda solamente en lo lárico sino que desarrolla un discurso crítico ante
el despojo y la explotación frente a la globalización.
Situada
geográficamente en la isla grande de Chiloé, la cultura chilota que contiene un
relato mestizo, que transita entre lo mítico, lo religioso y lo histórico, ha
fundado una autonomía frente a lo urbano/continental, pero que se ha visto imposibilitada
de construir una independencia regionalista en la isla grande. Dicho abandono
ha permitido que las políticas neoliberales exploten a destajo los bosques, las
playas y los mares. Así se señala al inicio del poemario: “En medio de la
niebla/ oímos/ el murmurar de las playas, ahora empobrecidas, / saqueadas,
cerradas con alambres de púas/ por Transnacionales” (15). Entonces, retomar el
pasado configura un acto de resistencia frente a los cambios que se producen y
que el mercado domina.
El
hablante, cronista de un tránsito histórico, deja constancia de la gente que
habita en las islas, muchas de ellas pertenecientes a clases sociales medias
bajas y en estado de decadencia: “el mundo está más derruido que antes; eso se
percibe en los dientes carcomidos que asoman en la sonrisa de los años
olvidados” (72). De igual modo se hace mención a lugares, momentos y encuentros
con personas connotadas, los que sirven de anécdotas y que desnivelan el
propósito del poemario. Por el contrario, resulta más provechoso los diálogos
intertextuales con canciones populares y tradicionales desde el vals chilote
“Los remeros de Compu” hasta el prólogo con alusión a Henry Miller, los poemas
de José Pablo Quevedo, Albert Camus, Fernando Pessoa, el poema “Itaca” de
Constantino Kavafis, Homero, Rolando Cárdenas, entre otros.
Changüitad tiene desniveles en la conformación del poemario, los que
radica en contraponer los poemas y las crónicas que poco representan a la
propuesta del libro. Una de las grietas de este trabajo es el acto de hacer
memoria a modo de rebeldía y de conservación de identidad, situación que
conlleva museificar la experiencia, dando como resultado
postales antropológicas del sur. Sin embargo, la óptica del cronista es siempre
volver a ese territorio, elevando recuerdos y discursos ante el despojo de la
globalización.
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