Si la voz es un instrumento oral con distintas tonalidades
y formas que permiten contar experiencias del cotidiano histórico, los libros
son apenas un registro de estas vivencias enunciadas. Es lógico que quien
detente la capacidad de nombrar ordenará y excluirá a conveniencia dentro de un
espacio en tránsito. En este sentido, la oralidad femenina está escuálidamente
reconocida y ha tenido que adecuarse a las narraciones masculinas.
Violeta Parra lo vio claro. Lúcida y consecuente,
investigó, registró y recopiló los cantos orales campesinos de Lautaro,
Millelche, Rucahue y Labranza, canciones religiosas y populares del país, los
que fueron revitalizados en Violeta Parra en el Wallmapu: su encuentro con el canto
Mapuche (Pehuén, 2017). Este trabajo permite
darle nuevos aires al relato de las mujeres en el cotidiano multicultural y que
tiene un sentido distinto a la enajenación productivista actual.
De igual modo, en Nuestra historia violeta (Lom,
2017), la estudiosa María Angélica Illanes señala que “cabe extrañarse ante la
ausencia de mujeres en la narración histórica. Curiosa ausencia, considerando
que no ocurre así en la narración literaria ni en la representación
artística…”. Este volumen es un trabajo dividido en trece capítulos que colocan
en escena las vidas de mujeres chilenas durante el siglo XX, es decir, abarcan
las primeras articulaciones de la fuerza femenina chilena para obtener el
sufragio universal hasta la actualidad. Asimismo, pone hincapié en las luchas
sociales para validarse en los espacios públicos, ya sea en el congreso, los
ingresos a universidades, el sentido del deber y de cumplimiento laboral sin
mayores protestas.
En Voces de Chernobyl, crónica del futuro (2015),
Svetlana Alexiévich toma la catástrofe de la Central Atómica de Prípiat en
1986, para mostrar las vivencias de las personas que sufrieron/sufren/sufrirán
los efectos de la radiación. Además, instala la noción del “preconocimiento,
porque el hombre se ha puesto en cuestión con su anterior concepción de sí
mismo y del mundo”. Frente a la gastada idea del hombre nuevo, Alexiévich
busca “las huellas imperceptibles de nuestro paso por la tierra y por el
tiempo. Escribo y recojo la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos
y las palabras. intento captar la vida cotidiana del alma. La vida de lo
ordinario en unas gentes corrientes”. De esta forma, la reciente serie de
cinco capítulos sobre Chernobyl (EEUU-UK, 2019) desarrolla los
personajes de Liudmila y Vasili Ignatenko como entes ajenos a las grandes
decisiones y que se ven involucrados en la mencionada desgracia. Otras
publicaciones de la autora traducidas al español son Homo sovieticus
(Acantilado, 2015), que contiene relatos sobre los últimos días de la URSS; y La
guerra no tiene rostro de mujer (Debate, 2017), que desarrolla el mismo
mecanismo: rastreo de múltiples voces femeninas que rememoran las traumáticas
experiencias durante la guerra.
En esta última, la nobel bielorrusa despliega un amplio trabajo
recogiendo testimonios de mujeres acerca de la amenaza nazi sobre Moscú en
1941-1942, en 368 páginas. “Me cortaron el pelo al estilo militar… también dejé
allí mi vestido. No tuve tiempo de darle a mi mamá ni la trenza, ni el vestido.
Con lo mucho que deseaba quedarse con algo mío”, dice una de las mujeres
entrevistadas, dando cuenta que el reclutamiento femenino en el ejército fue
con el mismo rigor disciplinario impuesto a los hombres.
En momentos de tensión, la guerra trastoca los sentidos,
disuelve las normas sociales y los parámetros heterosexuales. Las ausencias y
las pertenencias ocasionan nuevas formas construir. En los campos rusos, el
alejamiento de los hombres que eran llamados al servicio militar, las mujeres
generaban sociedad en fiestas bailando entre sí.
Svetlana Alexiévich focaliza los diálogos a partir de los
distintos oficios en que las luchadoras se hicieron parte de la guerra. De lo
anterior, se presenta con vehemencia las motivaciones para integrar las filas
militares, el ejemplo valeroso de las mujeres que desarmaron la mirada
idealizada que tienen los hombres sobre ellas, las que impide los accesos a los
poderes.
La autora señala que “con una entrevista no basta, hacen
falta muchas”. Su trabajo consiste en convivir con esas personas por algún
tiempo, conversando sobre lo cotidiano, la familia o la comida. Buscando
derrumbar esa muralla del relato oficial impregnado en los discursos, los
temores y la desconfianza innata hacia una periodista sobre situaciones
privadas y profundamente complejas por parte de las testigos.
Ante el retroceso de las humanidades y el avance del
capitalismo barbárico, los procesos de investigación que las autoras utilizan
han permitido observar que ellas tomen decisiones particulares, de carácter
asociativas y móviles. Las que cobran trascendencia en las omisiones y el
negacionismo de los sectores conservadores. De igual modo, detrás de estos
contenidos, está una forma de estudiar, investigar y rastrear los relatos de
mujeres que constituyen otra perspectiva de nuestra historia, vale decir, una
democracia que se va ampliando con otras sensibilidades presentes en nuestras
realidades.
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