“El nombre de los otros” es un conjunto de ocho relatos que habla sobre personajes que están
sumidos en una derrota que no les pertenece pero que deben tolerar sin
reclamos. Son las clases populares y sujetos precarizados quienes colocan el
cuerpo y la sangre en un enfrentamiento imaginario por parte el régimen
cívico-militar: campesinos que pierden a hijos y la tierra enferma; hijas que
pierden la figura paterna y que buscan sobrellevar el dolor mediante el
alcohol; jóvenes que son torturados y desde el oficio apoyan las luchas
clandestinas; maestros torneros que intentan sobrevivir a la crisis económica
del 82’, algunos mantienen el contacto, otros integran la policía política
chilena; la vida afectiva de adolescentes que son detenidos por el asedio
dictatorial, etc.
“El nombre de los otros” habla de lo que provocó la
dictadura: la pérdida de la dignidad de
las personas, el respeto y reconocimiento del individuo. El régimen de Pinochet
permeó todas las capas sociales, formas de comportamientos macros y micros que
todavía persisten en la membrana de la psiquis chilena. Esta no es solo una
violencia simbólica, es un material empobrecedor que en la narrativa de Jiménez
tiene inmerso a los personajes en el pesimismo. El silencio se inscribe en
medio de las frases cortas que nos muestra el tipo de ambiente de las
historias. Por un lado, están los jóvenes que tienen la alegría por vivir,
enamorarse y emborracharse en el gran Santiago, en cambio, está la situación
imperante, el horror latente con marcas de quienes detentan el poder de fuego:
los soldados, oficiales y sujetos cargados con armas.
De lo anterior, se exhibe en cuentos como el “Peluca”,
un obrero mal evaluado por los pares que tiempo después se jacta del grado de
impunidad en los años ochenta: “yo puedo matarte. Todos los días muere gente.
Uno más, uno menos, no se nota” (47). Luego en “Domingo”, el campesino
habla sobre su hijo fallecido: “Me cuesta mirarlo como está ahora, hijo mío: su
pelito ensangrentado, sus deditos destrozados, ay, Juan Bautista, cómo pudieron
hacerle esta barbaridad, cómo pudieron destrozarle así la cara” (20), y en “fanfarria
para un hombre común”, un amor primerizo y furtivo está enmarcado en un
ambiente complejo y lúgubre: “El chico, de diecisiete años, había sido
encontrado boca abajo con dos balazos en la espalda en una calle muy alejada de
su casa. Debido al toque de queda, su cuerpo estuvo tirado en la vereda toda la
noche antes de que los vecinos del lugar pudieran pedir ayuda” (42). Estos
personajes deben adaptarse a un territorio cercado y cualquier sujeto que no se
arrime a la cultura castrense es hecho desaparecer.
Cuando Tzvetan Todorov problematiza la memoria señala:
¿existe un modo de distinguir de antemano los buenos y los malos usos del
pasado? Me parece que Verónica Jiménez mediante la narrativa, responde desde el
lugar de la fortaleza: “Nadie puede verlo todo ni recordarlo todo, sin embargo,
hay imágenes y escenas que viajan entre el pasado y el presente” (129). Por eso
mismo, la crónica sobre el conscripto Carlos Carrasco Matus, quien se
distinguía entre los presos políticos por tener un trato humanitario en Villa
Grimaldi, es levantar una memoria que continúa resistiendo a la frivolidad.
La memoria a través de “El nombre de los otros” no intenta
evocar una nostalgia en el mal sentido de la palabra, sino más bien la gracia
está en conmemorar a los caídos y reflexionar el tipo de sociedad que significó
el fascismo como norma de Estado. Una situación política que no hizo más que
hacer daño a los compatriotas y por lo mismo, un tipo de cultura que se
mantiene hasta nuestros días.
“El nombre de los otros”
destaca por la capacidad de observar, de situarse en la memoria y de recurrir a
las formas poéticas en lo narrativo, ligada a diversos testimonios documentados
que provocarán impacto en el lector, porque la brutalidad de la dictadura, que
no tiene redención, siempre la pagarán los desposeídos.
“El
nombre de los otros”
Verónica
Jiménez Dotte
Garceta
Ediciones, 2023
144
páginas
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