Memorias
de una niña Alba. Historias de una infancia ultrajada (Mago
editores, 2020) es la primera novela de Bruna Faro (Pinto, 1981). Ella se sitúa
desde la paz y tranquilidad de la madurez personal que rememora, y en
consonancia, al caso judicial por abusos sexuales ingresado por Judith
Jaramillo en contra Héctor Ricardo Salgado Moreno, quien fuera el director del
Hogar de Niñas El Alba entre 1980 y 1994, y vinculado a la Fundación Alba de la
Iglesia Asamblea de Dios Autónoma de la ciudad de Osorno.
Esto es
la antesala de un sistema del terror y de abusos que ha demostrado la más
absoluta deficiencia en los objetivos trazados, lo que ha derivado en
reportajes, testimonios y resoluciones judiciales altamente condenatorias.
Dejando en claro que la infancia es un periodo de vulnerabilidad extrema en
manos de personas con nula capacidad de empatía y preparación. Así lo demuestra
el primer relato, en la que Lidia sufre una severa descomposición intestinal y marca
el tipo de reacción de los adultos responsables: “Giré la cabeza en busca de
alguien más que pudiera estar siendo testigo de su agonía. Nadie parecía notar
que estaba ahí. Volví la mirada hacia ella en el momento justo en que lograba
ponerse, con mucha dificultad, en pie” (8). No cualquier persona está diseñada
para ser tutoras que cubran las necesidades y formas de educar a los y las
menores.
En lo que
se podría catalogar como la primera parte de este libro, las hermanas Aurora de
7 años y Margarita de 4 años son abandonadas por la progenitora en un hogar de
monjas. Edificio antiguo, imágenes muy bien reseñadas, relatando las normas y
costumbres propias de estas instituciones. A continuación, son traspasadas al
Hogar de Niñas El Alba donde el director Ricardo es la representación de la más
cruenta dictadura, en colaboración de las tías del hogar, que continuamente
torturan a las niñas por la más mísera excusa, dejándolas en la más absoluta
hambruna y desesperación.
Asimismo,
reconocer que durante el siglo XX el término “huacha” o no tener familia
tradicional era encarnar a los descendientes ilegales fuera del matrimonio, por
tanto, vistos desde el prisma religioso que predominaba en sectores
conservadores, son entes concebidos bajo el pecado.
En esta
obra, no deja de llamar la atención las continuas referencias de “esta (s)” que
utilizan los adultos mencionando a las niñas como un vocablo peyorativo y lleno
de despreciado. En el mismo sentido, es valioso el rescate de los diálogos
directos, interjecciones, modismos entre las muchachas siendo populares citadinas
e informales, otorgándoles mayor verosimilitud y describiendo relaciones
interpersonales auténticas. Incluso se lee el “cantadito” de las personas del
sur del país.
La
tercera etapa corresponde a registros de entrevistas después de años de
distancia. Por último, la cuarta parte son las cartas testimoniales de
exinternas como La Pacheco, Paula, Estela Quelín, Judith Jaramillo, Luz
Cárdenas, Susana C., Rosa Solís, Nury Torres Torres y Norma Reyes quienes dan respaldo,
perspectiva y entrecruzan los hechos relatados por la autora.
Si bien
la narrativa está focalizada en la protagonista, Margarita comienza a
desaparecer durante las interacciones. Entonces, nos centramos en que la
historia transita de torturas y torturas: “A pesar de que las internas antiguas
decían estar acostumbradas a ser torturadas y presenciar torturas, se notaba
que, efectivamente, no se acostumbraban. Después de cada episodio vivían un
duelo de silencio. Cosa a la que también yo me estaba acostumbrando” (124). Ante
estos episodios, las víctimas quedan espantadas, se rebelan, silencian, huyen, demostrando
las múltiples facetas y caras del atormentador: “el tío Ricardo parecía otra
persona cuando estábamos en la escuelita dominical, a veces hasta llegábamos a
pensar que era bueno” (125). Esta novela desarrolla que las vivencias no son
unipersonales o aisladas, sino que son experiencias colectivas donde prevalece
la solidaridad o la fuerte sororidad para resistir vejámenes. Habría que cerrar
con las palabras de Luz Cárdenas: “El Hogar El Alba fue una fábrica de mujeres
inseguras, de mujeres abusadas, de mujeres infelices” (259).
La novela Memorias de una niña Alba comprueba
que las instituciones son organizaciones que carecen de las garantías que
buscan preservar. Incluso, apunta a una sociedad conservadora que carece de
empatía o de valores cristianos, porque han sido partícipes de violencia de
género y abuso infantil. Finalmente, las resiliencias pertenecen a niñas
abandonadas en un ámbito subterráneo en una sociedad en flagrante deuda con los
y las desposeídos/as.
Memorias
de una niña Alba. Historias de una infancia ultrajada. Bruna
Faro. Editorial Mago, 2020, 274 páginas.
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