En las
últimas décadas, la producción narrativa escrita mapuche ha ido creciendo
ostensiblemente, pero con las mismas dificultades de promoción y distribución
que tienen las editoriales pequeñas y medianas. Aún así, la poesía destaca y es
premiada, mientras las policía estatal asesina mapuche. Esto no resta, a la
sorprendente explosión de lectores/as y reseñistas interesados en Piñen (2019)
de Daniela Catrileo (Santiago, 1987).
Aunque
son tres cuentos: ¿han visto cómo brota la maleza de la tierra seca?, Pornomiseria,
warriache es un relato amplio que es desarrollado con un tono de
aflicción y descontento. De hecho, la protagonista Carolina Manque construye
identidad en un ambiente de departamentos blocks, transitando entre rígidas
estructuras en la que hay un vaciado cultural y de violencia marginal. En este
sentido, refiere a múltiples temáticas como género, identidades, periferia,
marginalidad, desigualdad, clases sociales, el racismo incorporado, la
precarización, migraciones, drogadicción, patria, aborto, solidaridad, entre
otras.
En esta
narrativa se entrelazan compañeros de clase y vecinas que luego tienen
distintos destinos, como el pez gordo de la coca, Jesús; Jeshu, un mechero,
vecino y huérfano al cuidado de la Gonza; la vecina abusada sexualmente por su
padre, Valeska; y la amiga, Yajaira. Lo que permite recordar las infancias
instaladas en San Bernardo y territorios sagrados que alguna vez pertenecieron
a los incas.
La
colonización y la supresión de los vestigios indígenas, transita desde predios
tomados hasta vivienda social, llena de polvareda y de escombros, controlada
por los narcos. De modo que, ciertas existencias están sometidas a la suerte de
la olla: “Era común morir de esa manera absurda por alguna carga de acero y
plomo que accidentalmente te daba en la cabeza un día cualquiera” (13). De lo
anterior, presenta una mirada apocalíptica en dichos espacios.
Una de
las temáticas de primer orden, es el sentir ajeno en territorios de chilenidad,
catolicismo y racismo. Aunque, la familia reniega de la condición de mapuche y
solamente habla mapuzungun en espacios íntimos o festivos, lo mapuche está
demarcado y se hace notar. Así, la narradora lo hace describe: “Santiago para
nuestras familias significó un pedazo de suelo donde crear algo parecido a un
hogar. Intentaron construir una vida y tacharon otra” (47), en tanto búsqueda
de mejor suerte sin hallarla más que la dificultad de sobrevivir en los
barriales.
Este
proceso de enseñanza normativa y doctrina religiosa coincide con el
compañero de clase, Jesús, quien no se amolda a la organización del colegio
católico: “Mientras todos los cabros del barrio nos miraban como si fuéramos un
grupo de cobardes intentando ser lo que no éramos; y de alguna forma era verdad.
Era como mentirle a la raza. Sabíamos más de la Santísima Trinidad que de
Ngünechen” (21-22).
Con una
prosa sobresaliente, Piñen es una
obra que extiende los paisajes de la metrópoli y la bonanza de la transición. Ahí donde están
los y las sujetos excluidos. En definitiva, es la recomposición de orígenes
mapuche obligados a olvidar dicha pertenencia y por lo mismo, el continuo
exilio.
Piñen. Daniela Catrileo. Libros del Pez Espiral, 2019, 70 páginas.
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