“El Sátiro” o los hombres no lloran
Martin
Muñoz Kaiser (Valparaíso, 1980)
Austrobórea
Ediciones, 2015.
150
páginas.
Por Gonzalo Schwenke
Novela Porno-Existencialista |
De
la línea de narrativas eróticas conocemos una aceptable variedad de escritores
que se vieron obligados a utilizar máscaras para proteger sus vidas delante de
una sociedad moralizante y de estructuras inquisitivas. Quienes se confrontaron
a ella, fueron castigados. Todos estos libros sortearon la censura de su época,
y distribuidos bajo el manto del escándalo, cambiaron una serie de elementos
que ya pertenecían con anterioridad al tabú y ampliaron las normas mediante la
obscenidad del lenguaje: lo que era “hacer el amor” en follar y culiar; lo que era
“ardor” en calentura, y toda la gama
de palabras que combaten día a día el pragmatismo del lenguaje victoriano.
“El
sátiro”, novela porno-existencialista, surge de la idea de hacer un trío
concebido por Néstor, su esposa y la scort
con el pretexto de abrir el apetito sexual en un alicaído matrimonio. A partir
de allí, el protagonista está construido con elementos que redundan en el
melodrama de lo pusilánime, el fracaso matrimonial y la excesiva rutina que
acosa a Néstor. Pese al desánimo, el sexo es su talento escondido que
desarrollará con mujeres liberales y con dinero, quienes inquietarán el pasado
de Néstor.
La
única forma de hacerle justicia a los géneros menores es no subiéndoles el pelo.
En este mismo ámbito, la sección erótica —que es como, la venden primero—, es
un subgénero preferente y predominantemente para hombres, cumple con casi todos
los fetiches de la novela; un varón que dura tres horas de sexo ininterrumpido demostrando gran talento, dos mujeres
que dejan de lado al varón, o nuestro varón que utiliza sus manos en la
intimidad de la dama, mientras ella grita
con indefinibles gemidos pero que, en ningún momento, se devela el gozo de
sus personajes, ni sus sentires ni menos sus exclamaciones. No hay nada más cansador
que una novela erótica con una voz narrativa caracterizada por las formalidades
de un lenguaje poco creíble, forzado y cursi, una voz que se apropia de cuerpos
erotizados y los viste de un manto de adjetivos preciosos que no vienen al
caso. Ahora bien, si la portada de la novela es una visualización sexual y
estereotipada de las mujeres, ¿por qué en los capítulos siete y ocho se niega
el relato de continuaciones de las relaciones eróticas?
Por
otro lado, esta novela se vende como existencialista, que no es más que el
viaje del personaje hacia el desengaño de su propio camino, confundida con un
segmento de información requisada de los anaqueles e incrustadas en un diálogo
aparentemente estático. Si bien, con Teodoro Angelopolous o Cristián Alberto
Hoffman este recurso bien puede valer la pena, en los personajes femeninos
(aparte del fetiche sexual) se muestran representadas maravillándose con el
relato legendario, aconsejando sobre situaciones personales, etc.
El
argumento se fortalece únicamente en el final de la novela y con el evidente
fondo cebollín, adquirido en los extensos diálogos sentimentales, los que
transformarán al personaje hacia un nuevo camino, que develará decisiones y que
definirán a Néstor, como el protagonista de un talento oculto pero enajenado de
lo que realmente es en su portada.
En
definitiva, “el Sátiro” es un libro que le falta pulir su narrativa. Atreverse
a escribir pornografía no es calentarse por lo que tu mujer no podrá hacerte
sino alcanzar un nivel de transgresión que te distinga del resto y por demás,
configurar políticamente el libro en la actualidad.
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