A
partir de la polémica suscitada por las memorias VHS (2017) de Alberto Fuguet[1], donde
afirma con desparpajo haber violado a una empleada doméstica en presencia de un
amigo. El autor ha vuelto a la carga con el ensayo Llegaron los bárbaros[2]
donde sitúa a la crítica literaria en el terreno de la derrota debido a la poca
influencia en las nuevas generaciones.
De
lo anterior, hay que considerar algunas reflexiones:
El
medio literario busca aniquilar la crítica literaria, exhortar la disidencia y censurar
el pensamiento crítico. El objetivo es someter la crítica literaria al mercado,
instaurando falsas ideas de exitismo y la probable valoración fuera del país. No
por nada, cada año las industrias editoriales buscan espacios mediáticos en el
que posicionan las mercancías de sus figuras, respondiendo a la era de la
imagen, a la silueta líquida y a la reducción de diálogos críticos convirtiendo
a todo lector en un consumidor.
Entiendo
la crítica periodística a modo de género propio dentro del campo literario, donde
se analiza y evalúa el estado cultural chileno. Para cumplir con esto, se
necesita preparación, lecturas, y además, distanciamiento del circuito cultural
entendiéndolo como táctica en pos de grados de autonomía al ordenar estas
producciones: situar, enmarcar, mostrar intereses y perspectivas en la
generación de discursos culturales.
La
figura del crítico literario maleable y benévolo con los poderes no sólo es peligrosa,
sino también cómplice de las instituciones. Yo prefiero la figura del crítico que
es estudioso de la literatura como acto de pasión, más allá del acto de
adquirir conocimiento en sí mismo. Es decir, aquel que vive para la literatura,
no para vivir como poeta maldito.
Frases
para el bronce de Alberto Fuguet: “La oportunidad para que la crítica tenga
algún futuro no solo existe sino que se vuelve necesaria”, “la labor del
crítico-como-profesor o, aún, la figura del crítico-como-perro-guardián, ha terminado
(…) porque los críticos lo hicieron mal y no supieron adecuarse a los tiempos.”
Estas frases dejan lo mal informado que está el autor de Sudor de los cambios y las discusiones de la crítica literaria,
respondiendo amparando la discusión en la escena de la mercancía.
Tanto
Raquel Olea (2010) como Patricia Espinosa (2016) coinciden en que la crítica
literaria debe rastrear aquellas articulaciones que emergen de las fracturas
sociales, investigando, comprendiendo y formulando lenguajes donde aparezcan
estas transformaciones que acontecen en discursos contemporáneos y que derivan
en productos culturales. Iván Carrasco, por su parte, ha señalado que la
investigación y la crítica dentro de las academias, que
se encuentran alejadas de Santiago, han permitido el desarrollo y despliegue de
otros sistemas literarios, ya sea en el norte con el folclore narrativo, en el
sur con enunciaciones indígenas o las vanguardias.
Como
vemos, la pedagogía y la crítica no están ligadas al mercado, ni para la
tontera fácil en las plataformas mediales, sino orientadas a generar campos de
saberes en las humanidades. Por tanto, el no
confrontar los textos viene a cumplir expectativas de sumisión e intereses
editoriales. De lo contrario, habría que ejemplificar con el caso de la censura
del crítico español Ignacio Echeverría en el suplemento literario Babelia
(2004) del diario El País. Esos discursos de pluralismos y de conformidad para
calmar las aguas durante la transición política, solo se emplean cuando la palabra
no molesta y los límites no son transgredidos, de lo contrario ejecutan un
amplio abanico de censurar críticas.
En
la década del noventa, la sociedad chilena no se desligó de las ataduras
represoras, puesto que existían discursos ambivalentes para mantener el consenso
y abrir diálogos de conciliación, por lo que las modificaciones debían evitar
inmiscuirse con: la iglesia, los militares, el mercado. Estos tres poderes
esquematizan la sociedad chilena impidiendo cualquier manifestación divergente.
Estos
nudos traumáticos todavía recorren el campo cultural.
Jorge
González en el documental Malditos, la historia de Fiskales ad hok (2004),
el exlíder de la banda Los Prisioneros, analiza la realidad cultural haciendo
énfasis en la transición política, el orden social y moral de un Chile todavía
sujeto a los poderes de facto:
“Pensaba
todo el mundo, cuando cayera Pinochet, que iba a ser pronto, Chile se iba a
volver una onda Almodóvar. Que Chile se iba a volver como Madrid y que iba a
quedar la cagada, y que iba a estar todo pasando. Cosa que no pasó. Y se volvió
todo tetón, se puso demócrata cristiano Chile. Entonces, todo se puso
hipertradicional pero pintado de rebelde, o sea parecido, como Zona de
Contacto, apareció Fuguet, aparecieron todos estos hueones giles, que era como
lo mismo que había antes pero se notaba que era gente que era creada por una
represión muy grande. Entonces, todo era como una autocensura.” (sic)
Quizás,
tengamos que continuar escuchando los balbuceos críticos de Alberto Fuguet y otros/as
delirantes como acto reflejo de gestores o asesores pertenecientes a los
monopolios culturales, quienes se dedican a las relaciones públicas en las
ferias de libro y medios de prensa, que hay que perfeccionar el mercado y el
anti intelectualismo para que no se espanten los compradores o en última
instancia, el lector como cliente.
[1]
http://www.elmostrador.cl/cultura/2018/05/25/fuguet-dice-que-ficciono-la-violacion-pero-se-contradice-con-sus-afirmaciones-en-lanzamiento-del-libro/
[2]
http://revistasantiago.cl/llegaron-los-barbaros/
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