Hace poco leí la
novela Sara (2019) de Maivo Suárez,
comentaba que en ella, caracterizaba la dimensión de lo que significa la
postergación de las mujeres, dentro de la arrolladora maquinaria del capital
siendo productoras de diferentes y variadas relaciones. En este aspecto, no
puedo dejar de pensar en el ensayo Contra
los hijos (2018) de Lina Meruane, cuestionando el ejercicio de la maternidad
en la literatura. Esta continua suspensión del “ser mujer” (entiéndase
feminidades heterogéneas y sin definición) y la obediencia al orden social
reduciendo las aspiraciones personales. Claramente, está la tendencia de escritoras
que amplían la narrativa chilena reciente y demuestran distintas fases de
liberación, de consciencia y cuestionando los ejes fundacionales como la
familia y ser madre.
Estampida (2018) es la primera obra de Bernardita Bravo (Santiago,
1980). En estos nueve cuentos, hay una propuesta carente de dudas y de mayor
vigor, porque los personajes femeninos se sacuden de las barreras conformadas
por los estereotipos políticos y sociales: “Es sabido que las preocupaciones
aumentan con la edad. El cuerpo se pone más rígido. La mente, difícil de
aquietar. No se gana en sabiduría, la adultez es un retroceso” (25). De esta
manera, escenifica múltiples femeninos, algunas sumidas en la táctica, en
proceso de liberación de las trabas y tramas. Hay independientes, hijas
esperando la muerte del padre decrépito, mujeres trastornadas por la muerte de
la hija, “madres en retirada”, mujeres predispuestas, mujeres distantes, entre
muchas otras. Po otro lado, aparecen los pocos materiales como los manuales de
educación sexual siempre biológicos y deterministas, las referencias a los
comportamientos de la madre o la figura masculina enlazándose lateralmente.
Este volumen de
considerable virtud está lejos de ser políticamente correcto debido a la formas
de refutar que estar lejos del cuidado de personas “no pesan”. Mientras que,
para lectores conservadores provocará sorpresa y estupor este tono: “Su hija
quiere que su padre muera de una vez. Ya ni siquiera soporta su olor. Porque
ahora tiene olor a viejo, ese olor de ropa sin lavar, de cuerpo sin lavar, piel
y huesos asediados por el exceso. Asear a un viejo no es fácil” (27). De lo
anterior, es el caso de “la caída” en la que da cuenta de una compleja relación
de la hija y su padre, pero con la narradora focalizada en la representación de
la ancianidad, siempre laboriosa y decadente, pero con la determinación de
otorgarle dignidad al estertor de estos cuerpos moribundos.
En estas
narraciones hay desenvoltura, osadía y liberación de la educación de la
dictadura, pero están los secretos que cada familia retiene. Es lógico que estos
misterios sean, apenas pequeños destellos sobre la bruma. Bravo le saca
potencia al escenificar ambientes de poca claridad y de tonos reservados.
Estampida es una obra singular, donde la narrativa se sitúa en protagonistas
femeninas predispuestas a reflexionar, a formalizar tácticas de sublevación en
el entorno para cambiar la suerte y pertenecientes a una clase conveniente, que
les permita representar el cuestionamiento y postergación de las maternidades. Lo
que hace significativo su lectura es que: primero, se enmarca en un contexto
movilizador junto a las demandas feministas; y segundo, el libro de Bravo, da
cabida a mujeres poderosas y llenas de argucia, siendo herramientas de
transformación de mundos más liberales.
Estampida. Bernardita Bravo Pelizzola. Editorial Cuneta, 2018, 82 páginas.
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