Hace algunos años se distribuyó en establecimientos
educacionales chilenos la novela erótica Caperucita
Roja se come al lobo (2015) de la escritora colombiana Pilar Quintana. La
reescritura del cuento popular derivó en una sonada polémica con el gobierno provocando
el retiro de los ejemplares con el argumento “no cuenta con una evaluación
pedagógica adecuada como material curricular para los estudiantes”.
Este formato literario denominado reescritura
histórica, lleva muchas décadas siendo trabajado por autores y autoras del
continente siendo una estrategia modificadora de las perspectivas populares en
la cultura dominante. Prontamente recuerdo las novelas de Santa Evita (1995) de Tomás Eloy Martínez y Gabriel García Márquez con
El general en su laberinto. Lo que
sería desafiante que las temáticas permitan disociar las idolatrías recientes.
De lo anterior, aparece Le viste la cara a dios (publicada en el 2011 en Argentina,
mientras que en Chile acaba de aparecer bajo la editorial Libros de la Mujer
Rota 2020) de la escritora y periodista argentina Gabriela Cabezón Cámara,
quien toma el cuento de la bella durmiente para alterar lo impuesto por la
hegemonía patriarcal. Por lo que, reconstruye, testimonia y recurre a lo
establecido socialmente para hablar sobre la cultura de la tortura y lo que
representa la violación sexual en la trata de mujeres. De modo que, utiliza el
apelativo de “Beya”, una joven clase media arrancada del algún pueblo, que ha
sido secuestrada para ejercer la prostitución forzosa en un local de Lanús en Buenos
Aires. A partir de ahí, las heridas se profundizan contra los proxenetas. Entre
las drogas y la degradación del cuerpo de la protagonista, logra estar en dos
lugares mientras delira con los capítulos apocalípticos del evangelio.
Esta es una narración situada, donde utiliza el argot argentino
y donde la constante violación genera repulsión en el lector. No por nada, el
título de la obra es una referencia cultural cuando los padres llevaban a sus
hijos a los prostíbulos para tener la primera experiencia sexual, generando
también, el primer vínculo de fraternidad masculina.
Sin lugar a concesiones. La autora utiliza una voz
punk que no apacigua cuando se instala en el ambiente lúgubre, el encierro
putrefacto y la inusitada angustia: “Te arrancaron tus palabras y te metieron
la de ellos, tan dolorosas y sucias como el mar de miembros punzantes que te
sacuden ahora como a un barquito un tsunami” (14). Así, los cafiches y la
cabrona van construyendo una red de asociados junto al juez y la policial local
de la ciudad para mantener cautivas a las mujeres.
En este volumen, se enfoca en la opacidad de
encontrarse sin salida y en la nula solidaridad con otras, precisamente ahínca
por ese lado, porque la protagonista adopta el disfraz del dolor y la soledad para
ser aceptar por los captores.
Con Le viste la
cara a Dios Gabriela Cabezón toma la ternura de la bella durmiente y lo
lanza al barro. Entonces, arma un relato denunciante, rápido e inclemente en la
que territorializa mujeres que son abusadas hasta la saciedad por hombres con
poder, lo que significa operar con alta impunidad y donde el lector no queda
indiferente ante el encubrimiento de dignidad.
Le
vista la cara a Dios.
Gabriela Cabezón Cámara. Libros de la Mujer Rota, 2020, 62 páginas.
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