Joaquín Edwards Bello tuvo la
connotación que caminar por zonas precarizadas opuestas a las que pertenecía. Mientras
que, Leila Guerriero ha construido amplios registros con voces polifónicas para
caracterizar a escritores/as. Rodrigo Fluxá es capaz de acompañar al lector mostrando
observación sobre distintos casos que ha escrito en revistas y libros. Rodrigo
Ramos Bañados desarrolla un formato periodístico en lugares periféricos del
norte chileno. Por último, no hay que dejar de lado a Clarice Lispector, quien
despliega una narrativa tan ficcional como propia y es un modelaje a seguir por
Roberto Merino y Zanetti.
El
pejerrey. Crónicas de temporada (2020) es la tercera publicación de Gabriel Zanetti
(Santiago, 1983) en la que desarrolla una escritura personalizada y concisa,
similar al trabajo que hace Merino plantado en la comuna de Providencia. En
este formato que contiene veintiuna crónicas, no siempre de manera óptima,
deviene la historia familiar –influenciado por el abuelo Héctor – de clase
media ubicada en Ñuñoa y lo que significa habitar la metrópoli. Esto es, si en
el canónico Martín Rivas encontramos
las particularidades de los personajes cuando se acercan las fiestas patrias;
en este volumen, se busca lugares afines, la chilenidad con pereza de la
patriotera y en general, la cultura de los ñuñoínos.
Con un tono que es parte de
las conversaciones y con un estilo correcto, leemos obsesiones del escritor por
la cultura del almuerzo dominical, las salidas a pescar, la cada vez mayor
dificultad de ser un sujeto perteneciente a la clase media y el padecimiento
del costo de la vida para los que transitan entre Ñuñoa y Providencia, la
problemática del invierno cuidando a las hijas, el mal funcionamiento de la urbe frente al
temporal, y sugerentes palabras, que se reiteran como plausible e
idiosincrasia.
Observamos un proceso de
rigidez a mayor soltura en la forma de escribir. Precisamente en la utilización
del lenguaje formal que avanza a la inclusión de palabras coloquiales, no como
un recurso sino elemento del relato: “Padres más autoritarios que otros (…) que
llamaban a hacer tareas o simplemente a ‘entrarse’ nos cagaban la onda” (53). Tras
esto, una voz sin estridencias donde el protagonista es adulto-joven (si es que
existe dicha categoría) carcomido y fastidiado por la rutina familiar en la
capital. Por lo que, estas historias carecen de reflexiones, combinan la
memoria familiar acomodada, trozos íntimos y un entorno enmarcado literariamente
sobre Santiago. Sí, otro libro sobre la pesada carga de vivir como clase media
en Santiago. No faltaba más.
Con una narrativa donde está
entretejida por elementos culturales propios de la generación: “no estábamos ni
ahí con estudiar, pero la presión era tremenda. No solo para nosotros, sino
para toda la sociedad (…) si a cualquier padre o madre les preguntaban ‘¿y qué
está estudiando tu hijo?’ y respondían ‘nada’, era, y tal vez sigue siendo, una
forma de fracaso” (68). No deja de lado, el agobio de una clase de exitismo,
celebradas en los matrimonios, y puestos en marco del denominado salir adelante
es uno de los tópicos para ciertos sectores que soslayaron las problemáticas
mediante pastillas y alcoholes legalizados.
Uno de los aciertos de Pejerrey es dar asidero a un tipo de
generación situada y siendo arrastrada por un bien de la clase social que es
progresar en el bienestar familiar. Esperemos que en la siguiente entrega (este
es el tercer libro) deje de lado el confinamiento que significa en Santiago de
Chile, prospere con otras realidades menos ombliguista como Roberto Merino.
El
pejerrey. Crónicas de temporada. Gabriel Zanetti. Editorial Aparte, 2020, 74 páginas.
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