domingo, 1 de agosto de 2021

Crítica literaria: "En el pueblo hay una casa pequeña y oscura" (2021) de Vladimir Rivera Órdenes.



Regularidad literaria es lo que podemos afirmar sobre Vladimir Rivera Órdenes (Parral, 1973), luego de Qué sabe Peter Holder de amor (2012), Juegos Florales (2017), y Yo soy un pájaro ahora (2018). Porque En el pueblo hay una casa pequeña y oscura (2021) es una obra con alto potencial, donde la mayoría de las crónicas tiene carácter de epifanías y se observa un proyecto pulcro.

Para las personas que conocemos las provincias, las infancias de lluvia y el sombrío sur, este libro se vuelve entrañable. Las crónicas de Vladimir Rivera sobre Parral abarcan las tres últimas décadas.  Muestran a los hijos de la calle de una comuna apática, en un valle helado donde las familias viven con lo justo: la comida en la medida de lo posible. “Todo se adquiría de una pieza, nadie iba al supermercado a hacer la compra del mes. Es decir, había gente que sí, pero nosotros, los cabros de la calle Francisco Belmar, no” (21). Historias de las que la derecha y ciertos sectores de clases medias reniegan o han omitido como muchas otras violencias normalizadas. Por supuesto que a no pocos les parece un acto meritocrático cual himno nacional, que genera orgullo, ver que otros vivan mediante préstamos.

Rivera arma concisos relatos de niños, muchos de ellos de la población tomada Arrau Méndez, que están observando, creciendo, viviendo la dictadura y la transición. Algunos son hijos de desaparecidos, observan la separación de los padres debido a la violencia intrafamiliar o crecen con ellos. Está la recomposición de los núcleos políticos, aparece el sindicalista relegado Manuel Bustos orgulloso de los pactos realizados para el plebiscito,  y la incipiente rebeldía juvenil. Que, además, los subcapítulos estén bien cerrados es uno de los puntos fuertes del volumen.

Las distintas personalidades que habitan Parral pueden lograr una profunda densidad e impacto en el lector. De igual modo, la ausencia del padre por tortura y desaparición en la dictadura, establece un horizonte que ensombrece el poblado. No es el único, se trata de una generación movilizada en la lucha de derechos y que fue mutilada. Frente al olvido; un país de impunidad. Sin embargo, desde la literatura se genera la resistencia de colocar en estas páginas los nombres, vidas y circunstancias truncadas.

Uno de los relatos más hermosos es “Juan de Dios”, el primogénito nacido muerto y sepultado en un rincón del cementerio. La familia lo va a visitar regularmente. Los hermanos lo hacen partícipe de la infancia y hay un sentido de pertenencia cuando el cadáver todavía es ubicable. De cualquier modo, es el hermano mayor y en la dinámica familiar, se hace presente. La ausencia del mismo, la desaparición del nicho provoca un olvido y un largo adiós que no acaba.

El canon literario masculino: Borges, Ray Loriga, Echeverría, Neruda y principalmente, Juan Rulfo, funciona como tejidos para darle a este libro espacio en la literatura latinoamericana sobre la épica de vidas mínimas y la literatura de los hijos que critican lo difícil de vivir en este país. Emerger, tras lo visto, es prácticamente una epopeya.

Sin duda, las crónicas literarias de En el pueblo hay una casa pequeña y oscura tienen elaboración y contenido, en un trabajo sobresaliente y elogiable. En estas intensas melancolías de un pueblo fantasma, existe la inocencia de entender un futuro que no negocia a los y las familiares desaparecidas, ni menos con las personas que administran el modelo.


En el pueblo hay una casa pequeña y oscura

Vladimir Rivera Órdenes

2021

La Pollera Ediciones

162 páginas.

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