Regularidad
literaria es lo que podemos afirmar sobre Vladimir Rivera Órdenes (Parral,
1973), luego de Qué sabe Peter Holder de amor (2012), Juegos
Florales (2017), y Yo soy un pájaro ahora (2018). Porque En
el pueblo hay una casa pequeña y oscura (2021) es una obra con alto
potencial, donde la mayoría de las crónicas tiene carácter de epifanías y se
observa un proyecto pulcro.
Para las personas que conocemos las
provincias, las infancias de lluvia y el sombrío sur, este libro se vuelve
entrañable. Las crónicas de Vladimir Rivera sobre Parral abarcan las tres
últimas décadas. Muestran a los hijos de la calle de una comuna apática,
en un valle helado donde las familias viven con lo justo: la comida en la
medida de lo posible. “Todo se adquiría de una pieza, nadie iba al supermercado
a hacer la compra del mes. Es decir, había gente que sí, pero nosotros, los
cabros de la calle Francisco Belmar, no” (21). Historias de las que la derecha
y ciertos sectores de clases medias reniegan o han omitido como muchas otras
violencias normalizadas. Por supuesto que a no pocos les parece un acto
meritocrático cual himno nacional, que genera orgullo, ver que otros vivan
mediante préstamos.
Rivera arma concisos relatos de
niños, muchos de ellos de la población tomada Arrau Méndez, que están
observando, creciendo, viviendo la dictadura y la transición. Algunos son hijos
de desaparecidos, observan la separación de los padres debido a la violencia
intrafamiliar o crecen con ellos. Está la recomposición de los núcleos
políticos, aparece el sindicalista relegado Manuel Bustos orgulloso de los
pactos realizados para el plebiscito, y la incipiente rebeldía juvenil.
Que, además, los subcapítulos estén bien cerrados es uno de los puntos fuertes
del volumen.
Las distintas personalidades que
habitan Parral pueden lograr una profunda densidad e impacto en el lector. De
igual modo, la ausencia del padre por tortura y desaparición en la dictadura, establece
un horizonte que ensombrece el poblado. No es el único, se trata de una
generación movilizada en la lucha de derechos y que fue mutilada. Frente al
olvido; un país de impunidad. Sin embargo, desde la literatura se genera la
resistencia de colocar en estas páginas los nombres, vidas y circunstancias
truncadas.
Uno de
los relatos más hermosos es “Juan de Dios”, el primogénito nacido muerto y
sepultado en un rincón del cementerio. La familia lo va a visitar regularmente.
Los hermanos lo hacen partícipe de la infancia y hay un sentido de pertenencia
cuando el cadáver todavía es ubicable. De cualquier modo, es el hermano mayor y
en la dinámica familiar, se hace presente. La ausencia del mismo, la
desaparición del nicho provoca un olvido y un largo adiós que no acaba.
El canon literario masculino:
Borges, Ray Loriga, Echeverría, Neruda y principalmente, Juan Rulfo, funciona
como tejidos para darle a este libro espacio en la literatura latinoamericana
sobre la épica de vidas mínimas y la literatura de los hijos que critican lo
difícil de vivir en este país. Emerger, tras lo visto, es prácticamente una
epopeya.
Sin duda, las crónicas
literarias de En el pueblo hay una casa pequeña y oscura tienen
elaboración y contenido, en un trabajo sobresaliente y elogiable. En estas
intensas melancolías de un pueblo fantasma, existe la inocencia de entender un
futuro que no negocia a los y las familiares desaparecidas, ni menos con las
personas que administran el modelo.
En el pueblo hay
una casa pequeña y oscura
Vladimir Rivera Órdenes
2021
La Pollera Ediciones
162 páginas.
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