Por Gonzalo Schwenke
Las primeras oportunidades
que escuché el nombre de Maha Vial estaba vinculada a la tradición literaria
valdiviana en la década del ochenta. Existía un aura de lo que significaba
operar culturalmente durante la dictadura en provincia. Para esto indagué en
antologías y entrevistas que sirvieron como guía para introducirme a los libros
autorales. En ese ir y venir, está la Antología
de Poesía Universitaria (2000), realizada por Iván Carrasco y Yanko
González, el libro de entrevistas de Yanko González: Héroes civiles & Santos laicos (1999), y por último, Poetas Actuales del Sur de Chile (1993) de
Oscar Galindo (quien ha investigado sobre postvanguardia y donde la enumera) y
David Miralles.
Maha Vial es una
voz que siempre ha pululado por las calles valdivianas. En las murallas y
paredes de la ciudad. En los distintos trabajos empleados. En los libros y
afiches sobre sus interpretaciones teatrales de personajes marginados (todavía
recuerdo encontrar registros fotográficos sobre la representación de Calígula donde también participa el docente
y actor, Roberto Matamala). La presencia en los talleres literarios Matra e Índice, participando como actriz en el grupo de teatro Altazor, Granbufanda y dirigiendo el taller para
estudiantes: Tadra. En
registros documentales como el de Paola Lagos: 6/10 (Seis décimos), las recomendaciones de lectura y en la
inevitable omisión. Una artista ineludible.
SI EN LA LITERATURA EXISTE MARGINACION,
ESTÁ MAL PELAO’ EL CHANCHO
Al parecer son
más los libros no publicados que los volúmenes de poesía, y que nos deja el recuerdo de sus palabras sin tapujos, su alegría,
su característica sonrisa y la política de ampliar los márgenes. Además, del
trabajo transgresor y performático, los vestigios de los desgarros y la
rebeldía contingente desde Valdivia.
Reconocemos
la alta calidad literaria de la poeta. Una red de amistad: querida, amada,
admirada por muchas y muchos. Lo que nos deriva a pensar sobre el sistema de
producción cultural chileno y los registros textuales en dirección a la
profundización de las obras.
La poeta nos
dejó seis (6) libros de poesía, sin contar los borradores, los apuntes, las
reflexiones y otros ensayos de textos no publicados: La cuerda floja (Ediciones UDES, 1985); Sexilio (1994); Jony Joi
(2001); Maldita perra (2004); El asado de Bacon (2007); Territorio cercado (2015) y Fuerza Bruta (2019). Prácticamente la
carrera literaria ha sido editada por la editorial Kultrún y la resonancia ha sido escasa.
En este sentido, hay sistemas hegemónicos sobre estudios
literarios que mirado desde la fétida petulancia del centro que ha marginado y
orillado trabajos autorales. Es decir, los que están llamados a descubrir,
levantar y densificar estas producciones literarias han menoscabado
determinadas estéticas.
El silencio de
cierta crítica académica conservadora y siútica, es violenta. Probablemente uno
de los tantos dolores de la poeta. Así me lo expresó al oído sobre, los que
consideraba “sus amigos”, mientras escuchábamos leer a un poeta-docente en la
1ª Feria Universitaria Ciudad y Libro UACh (2015), realizada en los vestigios
estructurales de la cervecería alemana.
En los estudios
literarios firmados tanto por académicos burocráticos como escritores que coincidieron
en el circuito cultural han permitido que se desarrolle la literatura con
apellido. Lo que corrobora la necesidad de seguir ampliando la formación en una
poeta transgresora y que continuamente
experimentaba en diversos formatos.
Si buscamos
respuestas sobre el ejercicio de silencios, hay que avanzar en las lecturas
académicas que han caracterizado la diferenciación. Ana Traverso y Andrea Kottow
(2020)
afirman que “La creciente inclusión de la mujer en el campo literario requiere
de una aceptación de la crítica y el interés del mercado cultural por editar,
vender y difundir estas obras en el medio nacional” (17). Por su parte, la crítica
literaria Patricia Espinosa (2018)
extiende la mirada hacia “el campo cultural chileno, la institucionalidad
cultural y las políticas culturales en torno a la mujer bregan por la
consolidación de una sujeto subordinada al formato heterocentrado, no
disidente; porque el desacuerdo se paga y caro en nuestros países dominados por
una elite masculina” (9). Mientras que, Lucía Guerra (2008)
señala que “La noción de cultura conlleva un elemento de autoridad que
discierne y establece cuáles son los elementos que la configuran. Por lo tanto,
lo concebido como cultura constituye en sí una territorialización en la cual se
ha dado prioridad a ciertos aspectos excluyendo a otros” (108).
En
esta línea, el 7 de octubre del 2018, hice un comentario en redes sociales
sobre una conversación con la crítica literaria chilena en relación al libro Jony Joi (2001) de Maha Vial.
Patricia Espinosa investiga y concluye que la palabra “cuerpa”, es el primer
gesto feminista/político sobre la apropiación de género en el uso del lenguaje
de la poesía chilena. El poema es el siguiente:
“Besa
a la amiga triste la otra/ Cálmala regalándola nueces y florcitas/ Reviéntale
casi el pecho al saberla/ desnuda debajo de la oculta sábana/ que recorre con
su misma cuerpa/ ¿y si nos descubren besándonos? ¿Besando las charcas y
bebiendo la agüita?/ Dímela tú Julieta Respóndela tú Ivette/ Tranquila la beba
suplícala/ Hazme sopita bajo este escondido parrón/ Sopa caliente desde su
secreta a la mía/ Hazme nanay, charquita jugosa,/ Nana, charquita ardosa”.
(Jony Joi 2001: 70)
El único
comentario que le sigue es del escritor Pedro Guillermo Jara y eterno compañero de la autora, quien afirma
con severidad: “Así no más es la cosa. Nadie es profeta en su tierra mientras
que el bellaco que te ninguneó en tus propios parajes, arrastra sus pies más
solo que la soledad sin saber que a la vuelta de la esquina una guadaña refleja
un guiño de oscuridad”.
En Chile, donde
el mérito no existe o han sido casos extraños, ha sido la amistad como base de
redes sociales que permite difundir a escritores creando sistemas literarios de
dudosa calidad. No ha sido suficiente con la obra de postvanguardia chilena. Lo
que nos hace suponer quiénes son aquellos que han mantenido y detentado el
canon, sabiendo que los silencios dicen mucho más que las pocas escrituras
reflexivas.
En la revista Caballo de Proa (1991) disponible en la
web, encuentro la entrevista de Magdalena Donoso con la poeta. En esta misma
recuperación, el diálogo fluctúa así: “¿Cómo es la recepción de tu poesía en el
círculo de escritores? M.V.: “Afuera me va muy bien. Aquí en Valdivia no me
quieren. Pero no me aproblemo porque sé que es un grupo de seudo intelectuales
que tienen un problema personal conmigo, y dicen que soy loca”.
No dejo de lado
los recuerdos cuando cinco estudiantes de literatura la vimos y compartió
lecturas del tremendo Jony Joi y
adelantos del Asado de Bacon. Como
estudiante mechón, la busqué para compartir opiniones desde la sala hasta tomar
locomoción. Fue generosa.
Con su
desaparición física, la literatura chilena ha perdido una voz subversiva e
inquietante y que todavía tiene mucho que decir cuando la lean. Por el momento,
me quedaré con estas palabras que resuenan: “Tengo tan poco tiempo para
decirles que los amo, que si me pasa cualquier cosa no olviden nunca que yo los
amé”.
Publicado en la
Revista Fierabras, 3era. Edición Diciembre, Valdivia 2020.