La primera
novela de Maivo Suárez (Talcahuano, 1964); Sara
(Kindberg, 2019) inicia con la mudanza de Estela, la hija única de Sara Godoy. Una
relación difícil de llevar entre gritos, discusiones, donde la crítica banal
por la condición física y sexual no pasa desapercibida. Es decir, no hay
resguardo cuando las heridas de la crianza flotan en la adultez, ni tampoco la
percepción de repararlas durante la adultez de manera inversa.
Después de
sesenta y tres años, la madre se queda sola en el departamento de Santiago,
dando rienda suelta a la fantasía del buen futuro. Aquel donde deja atrás,
cuarenta años de servicio en la empresa frutícola, se ve enfrentada a los
cambios de las relaciones laborales en la que son menos perdurables y una
sociedad que se despoja de condiciones que las reprimen. Asimismo, aparecen los
proyectos personales que habían sido postergados debido a la maternidad, el profundo
deseo de Sara para que Estela le gusten los hombres, la pretensión de encontrar
un mejor trabajo y la imaginación de lograr la vejez llevadera. A pesar de que
en la novela el círculo de amistades es femenino, careciendo de cualquier deseo
masculino y trasladando el afán entre las amigas. En tanto, el mito y la fantasía
corren por lugares de la ficción que chocan con la realidad de un país gobernado
por miserables. Aquella vejez que escenificada en este volumen con el hecho de
comprar la once en tres cuotas de crédito. Un clásico chileno. De igual modo, retoma
el tópico del tedio de personajes viviendo en monótonos departamentos
santiaguinos.
La narrativa de
Suárez instala a su protagonista del siguiente modo: “No pudo dar con esas
anunciadas promesas de felicidad de las que se había convencido al renunciar a
ByFoods” (68) e insiste luego: “Como si ya no fuera suficiente la pensión de
mierda y el dolor de huesos, ahora había perdido a su única hija y además,
tenía unos extraños bichos negros en la cocina” (70). Por lo que, actitud de la
protagonista huraña simula a la vecina de pueblo que comenta sin tapujos y con
absoluto reproche el cotidiano que la envuelve, sin tranzar con sus opiniones y
los sentimientos impulsivos. A pesar de esto, intenta encajar entre las
amistades: Julia, Mané, Estela y Paula. Para esto irá describiendo comentarios
y acciones no solamente políticamente incorrectas, sino repudiables sobre sus
vecinas y vecinos.
Esta obra va
tejiendo un presente alternado con recuerdos que se mimetizan y en que el
tiempo es todo el tiempo.
Si el volumen
abre con la separación física de la hija y la madre, la protagonista debe
participar del ocaso y el extravío mental de la figura paterna: “El padre le
hizo señas para que lo ayudara. Sara lo tomó de un brazo y al levantarlo del
sillón, vio el borde acolchado bajo la pretina del pantalón. Pañales. El
principio del fin. Durante la última visita al departamento se había meado en
los pantalones” (59). La descomposición familiar como un ente inasible e
incorregible de una trama que está lejos por enmendar.
Finalmente, Sara (2019) es una de las pocas obras
literarias que caracteriza la dimensión de lo que significa la postergación de
las mujeres, como una identidad múltiple, dentro de la arrolladora maquinaria del
capital siendo productoras de relaciones laborales, maternales, familiares,
académicas, de consumo y en la alienante rutina.
Sara
Maivo Suárez. Kindberg, 2019, 155 páginas.
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