“Te juro que te adoro y en
nombre de este amor y por tu bien te digo adiós.”
Tiempo
quebrado, Pedro Staiger. Editorial RIL, 2016, 212 pp.
Por Gonzalo
Schwenke
Un libro que exuda lugar común.- |
“El adjetivo,
cuando no da vida, mata.”
Vicente Huidobro.
Un libro de cuentos y tres novelas cuenta en su haber Pedro
Staiger (Santiago, 1942). Piloto jubilado y escritor. Tras pasar por numerosas
escuelas literarias chilenas comprendemos por qué el éxito no lo determinan los
talleres, ni está ligado con calidad literaria, puesto que, para esta lectura
se requiere paciencia y buen estómago para sobrellevar estas 212 páginas.
La novela Tiempo quebrado (2016) nos presenta un verdadero melodrama literatoso.
La línea argumental está basada en el clásico: “te juro que te adoro y en
nombre de este amor y por tu bien te digo adiós.” Tras veinte años de
distancia, los protagonistas se reencuentran fortuitamente en el Central Park,
de Nueva York. Ahora Jorge es un excomunista relamido, exiliado por la
dictadura chilena e Isabel, ha finalizado sus estudios de piano. Allá en Europa
se conocen, se enamoran y conviven por algún tiempo hasta que el destino le da
clarividencia a Jorge, quien da por finalizada la relación: “desde aquella
tarde en parís, cuando creí despedirme, cuando traté de explicar con una torpe
carta que lo nuestro no podía seguir.” (12).
Los protagonistas de la novela se
establecen dos voces que se van intercalando por capítulos. La historia puesta
en boca de sus protagonistas resulta ser, en términos generales, similares
porque se basan en una verborrea acérrima, llena de descripciones, extensos
recuerdos que son contados de manera pasajera, usando pésimos adjetivos y en la
que las comparaciones parecen ser la clave para una mejor narrativa. Ellos
disfrutan de la ostentación y las divagaciones en espacios eurocéntricos los
que disfrazan de temores sobre una historia en común. Con una capacidad única
de describir las cosas de tal modo que parezca un lujo estar en aquellos
lugares cosmopolitas para compartir “un expreso colombiano de tueste oscuro”, y
“un capuchino con sabor de avellanas” (19). Una prosa anacrónica digna de alumnos
enamorados.
No todos consiguen narrar sin aburrir: “más
de veinte años habían escurrido del reloj de arena de nuestras vidas” (9),
“dimos con un lugar que ofrecía tal variedad de sabores y torrados que nos dejó
sin respuesta” (19), “era abdicar voluntariamente al juicio, abandonarse al
sentir y dejar del lado de afuera de la ventana el mundo entero y todas sus
miserias.” (97) y “tal vez nos podamos responder que todo estaba escrito, que
nada hemos inventado…” (210) De esta manera, Staiger destaca en cada párrafo
del libro por el uso de lugares comunes y retórica simplona. Objetivo que se
cumple con excelencia de manera sostenida y constante.
El mundo de Isabel –la alta burguesía– está sometido a una constante recriminación del
sujeto femenino, siempre menor y anteponiéndose al castigo interiormente: “Ese
aperitivo innecesario y absurdo que se me ocurrió” (63), “nunca podré aceptar
el hábito” (64), “me arrepentí de inmediato” (107), y “tantas cosas absurdas
cruzan la mente de una mujer abandonada.” (109) Encontramos un sujeto femenino
diezmado, en estado de discordia consigo misma desde lo cotidiano hasta las
relaciones familiares, e incluso en el abandono de Jorge: “mi padre no estaba
bien de salud y el dolor que le causaba su hija sería excesivo para él” (111).
Ella encara la situación de madre soltera en Europa. En tal sentido, se
confronta al espacio simbólico del castigo familiar que viene desde el espacio
materno, quien a su vez, representa la norma social de la clase acomodada: “No
tuvo el coraje para preguntarme quién era el padre de su nieto (…) de todas las
reacciones posibles, era esta la más castigadora.” (114) y “le respondí una
sola vez a sus interrogantes y la herí profundamente con la tajante solicitud
de que no se metiera en mis problemas…” (137). De esta forma, las relaciones
femeninas se desarrollarán en conforme a la normativa masculina con cierta
aprensión y preocupación.
Finalmente, Tiempo quebrado opera de dos formas: primero el sustento está
determinado “el adjetivo que no da vida, mata” y, segundo, la excesiva información,
una constante. Lejos de cualquier pertinencia y precisión, la novela lleva a lo
más alto la idea de que el destino pone en un trance histórico a personajes que
irremediablemente deben confrontarse. Una ficción con la que debes convivir,
donde la problematización se debe anular y posteriormente arrepentirse, una voz
adherida a la Concertación noventera, quienes regresaron del exilio para
emborracharse con el mercado. Olvidar es la consigna, la memoria supone
desconsuelo que es dañino.
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