Notas necrológicas.
En el último
tiempo, Rosabetty Muñoz (Ancud, 1960) ha pasado por una proliferación de su
trabajo poético con la publicación de dos libros nuevos: Ligia (LOM, 2019) y
Técnicas para cegar a los peces (UV,
2019). En estas obras hay voces de las comunidades y oficios a la deriva,
características de una isla asediada por el extractivismo salvaje europeo donde
reside la profesora de castellano. Posteriormente viene el salto a las editoriales
grandes con la impresión de la antología Misión Circular (Lumen, 2020).
En Santo Oficio
(UDP, 2020) la poeta transita de reflexionar lo colectivo a la primera persona.
En 101 páginas, esta “yo” femenina enfatiza la decadencia de la materia. Ya sea
en las cicatrices del embarazo o la piel con estrías, solo hay un tránsito
uniforme: “una piel escamada anuncia la descomposición de todo, hasta la fe”.
Es un proceso enajenante que en la que los vestigios de la carne envejecida
invade hasta lo biológico, lo orgánico y lo corporal, hacia la corrupción
mortuoria.
En estos 46
poemas, la hablante expresa el liso y llano descenso hacia el deceso, y en esta
inminencia las referencias son mucho más explícitas e intensas. Me refiero a
que esta propuesta no es un giro en lo que venía realizando la autora, sino un
síntoma paralelo y que muchas veces se entrecruza con lo colectivo. Por
ejemplo, en Ratada (2005) existe una forma de trabajo donde lo árido, lo
angustiante y la afirmación de lo corriente sobre una localidad perdida en el
sur patagónico es un atajo sobre la pureza de la muerte: aquellos espacios
llenos de cicatrices, dolores tenues y pieles marchitas es mucho más común de
lo que parece.
Esta obra está
lejos del erotismo y de momentos de placer, tampoco esperemos la superación de
este trance, apenas su conformidad: “Goces privados/abismo que se amplía/ en
lugar de colmarse. /Sumergidos en las carnes/ siempre se trata de amor/ de
sentirse amado”. Aquí solo encontraremos notas necrológicas acerca de la
infinita espera de la muerte que se presenta cotidianamente.
Otro aspecto
relevante, es la consideración de la isla de Chiloé como un lugar de alta
creencia religiosa, manifestada en antiguos templos y el cumplimiento de los
rituales anuales. De modo que la alusión a la carne mórbida que forma parte de
este gran banquete para los gusanos significa que es un objeto tangible,
localizable y que cumple con las instrucciones “Piam et constantem” de 1963 de
la Iglesia Católica: otorgarle cristiana sepultura a los fallecidos. En un
contexto donde sabemos que este país, los cuerpos de los DD.DD todavía no se
encuentran y existe una alevosía en continuar ocultándolos, siendo que los
perpetradores parecen ser creyentes en Dios.
Santo Oficio es
un libro compacto y conciso –hay poemas de un solo verso y sus extensiones
pueden ser comparados con los epigramas–. Ahora bien, se evidencia una letanía
en la que emerge la extrañeza por el cuerpo que se habita, y en esta infeliz
sentencia cohabita en el fondo del pasillo una pequeña memoria: la edad de oro
y los vástagos.
Santo oficio.
Rosabetty Muñoz. UDP ediciones, 2020, 101 páginas.
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