martes, 6 de octubre de 2020

Crítica literaria: Santo Oficio (2020)


 

Notas necrológicas.

En el último tiempo, Rosabetty Muñoz (Ancud, 1960) ha pasado por una proliferación de su trabajo poético con la publicación de dos libros nuevos: Ligia (LOM, 2019) y Técnicas  para cegar a los peces (UV, 2019). En estas obras hay voces de las comunidades y oficios a la deriva, características de una isla asediada por el extractivismo salvaje europeo donde reside la profesora de castellano. Posteriormente viene el salto a las editoriales grandes con la impresión de la antología Misión Circular (Lumen, 2020).

En Santo Oficio (UDP, 2020) la poeta transita de reflexionar lo colectivo a la primera persona. En 101 páginas, esta “yo” femenina enfatiza la decadencia de la materia. Ya sea en las cicatrices del embarazo o la piel con estrías, solo hay un tránsito uniforme: “una piel escamada anuncia la descomposición de todo, hasta la fe”. Es un proceso enajenante que en la que los vestigios de la carne envejecida invade hasta lo biológico, lo orgánico y lo corporal, hacia la corrupción mortuoria.

En estos 46 poemas, la hablante expresa el liso y llano descenso hacia el deceso, y en esta inminencia las referencias son mucho más explícitas e intensas. Me refiero a que esta propuesta no es un giro en lo que venía realizando la autora, sino un síntoma paralelo y que muchas veces se entrecruza con lo colectivo. Por ejemplo, en Ratada (2005) existe una forma de trabajo donde lo árido, lo angustiante y la afirmación de lo corriente sobre una localidad perdida en el sur patagónico es un atajo sobre la pureza de la muerte: aquellos espacios llenos de cicatrices, dolores tenues y pieles marchitas es mucho más común de lo que parece.

Esta obra está lejos del erotismo y de momentos de placer, tampoco esperemos la superación de este trance, apenas su conformidad: “Goces privados/abismo que se amplía/ en lugar de colmarse. /Sumergidos en las carnes/ siempre se trata de amor/ de sentirse amado”. Aquí solo encontraremos notas necrológicas acerca de la infinita espera de la muerte que se presenta cotidianamente.

Otro aspecto relevante, es la consideración de la isla de Chiloé como un lugar de alta creencia religiosa, manifestada en antiguos templos y el cumplimiento de los rituales anuales. De modo que la alusión a la carne mórbida que forma parte de este gran banquete para los gusanos significa que es un objeto tangible, localizable y que cumple con las instrucciones “Piam et constantem” de 1963 de la Iglesia Católica: otorgarle cristiana sepultura a los fallecidos. En un contexto donde sabemos que este país, los cuerpos de los DD.DD todavía no se encuentran y existe una alevosía en continuar ocultándolos, siendo que los perpetradores parecen ser creyentes en Dios.

Santo Oficio es un libro compacto y conciso –hay poemas de un solo verso y sus extensiones pueden ser comparados con los epigramas–. Ahora bien, se evidencia una letanía en la que emerge la extrañeza por el cuerpo que se habita, y en esta infeliz sentencia cohabita en el fondo del pasillo una pequeña memoria: la edad de oro y los vástagos.

Santo oficio.

Rosabetty Muñoz. UDP ediciones, 2020, 101 páginas.

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